¿Amas a Dios?
¿Dónde está Dios para que pueda conocerle de tal forma que pueda decirle: "Te amo"?, ¿puedo decírselo como se lo diría a un ser humano?, ¿no exige de mí un abandono que, frente a un ser humano, no es posible ni está autorizado? O incluso, ¿lo Divino es tan diferente que está prohibido incluso decirle "Te amo"? Esta es una parte de la cuestión.
Por otra parte, la manera en que vivimos la vida – tal como lo hacemos – quiere decir que estamos vinculados a algo Infinito e inimaginable para nosotros, formando un Todo unificado, de la manera más íntima. Si nos abandonamos a este Infinito tal como vive en nosotros: ¿puede existir un amor más íntimo?, ¿sería más íntimo el amor con un ser humano? Ningún amor humano se apodera de nosotros de una manera tan completa, penetrando hasta lo más profundo de nosotros mismos. ¿Podríamos concebir este Infinito que nos llena de vida como separado de nosotros, o nosotros de él? Si tal como vive en mí esta vida le digo "Te amo": ¿no significa que la siento vibrar en mí hasta en la última fibra de mi ser y que me abandono totalmente a ella? En ese momento sí, tengo derecho a decirle: "Te amo".
Puede que sea eso lo que sintamos o tengamos la gracia de sentir como amor por Dios en lo más profundo de nosotros mismos. ¿Amas a Dios? Yo lo amo así.
El Milagro
Los milagros vienen del alma, pues es el alma la que abre el acceso a horizontes insospechados, que superan nuestras experiencias pasadas y los límites que éstas nos han impuesto. Aquí lo predeterminado se disuelve y afloran realidades que al principio quizá nos asusten. Dejamos de mirar y de escuchar y preferimos sentarnos a dar los primeros pasos hacia esa oscuridad y esa luz. La luz nos atrae, la oscuridad nos hace temblar.
Y luego sucede el milagro. Decimos palabras que no hemos pensado, damos pasos que no estaban planificados y emprendemos cosas que antes no nos atrevíamos a considerar. Alrededor de nosotros va cambiando algo que antes nos parecía impenetrable y sin perspectiva. Porque, en ese momento, el alma no sólo nos ha conmovido a nosotros sino también a las personas de nuestro entorno. Cada uno experimenta lo sucedido como un milagro que alcanza a todo y a todos. Un ejemplo de esto es la caída del muro de Berlín: después, todo se transformó.
Tomar consciencia de la relación oculta que existe entre las cosas también puede vivirse como un milagro. A menudo, esta toma de consciencia aparece súbitamente tras haber luchado en vano por ella. La percibimos como un regalo que recibimos de una fuerza que viene de lejos y nos auxilia. Pero esa fuerza no nos es desconocida; nos sabemos unidos a ella. Es más, nos sentimos dentro de ella como si le perteneciésemos y ella nos perteneciera, como si nos envolviera y guiara, serena y pacientemente. Nuestra alma conecta con esa fuerza. La sentimos como un alma grande y amplia que contiene en si misma lo que percibimos como nuestra alma y la preserva cuidadosamente.
De esa gran Alma proviene lo que percibimos como extraordinario, todos esos pequeños y grandes milagros. Y el hecho de conocer a personas que nos han permitido superarnos también forma parte de esos milagros. Con frecuencia, salvarse de un peligro o de una situación sin salida y curarse de una enfermedad grave, se vive como un milagro. Solemos decir entonces que "nos ha protegido el Ángel de la Guarda". Al decir esto, estamos expresando en realidad que algo exterior ha intervenido prestándonos ayuda.
Pero a veces se nos olvida darle las gracias a esa fuerza. Así perdemos contacto con ella y quizá decimos: "Hemos tenido suerte". O nos sentimos privilegiados por el destino y nos volvemos arrogantes enalteciendo nuestro ego en lugar de reconocer que aquí han operado fuerzas más benévolas. Al hacer esto, nos alejamos de nuestra alma, perdiendo el acceso y la confianza en ella.
Si estamos en sintonía con lo que nos guía en lo más íntimo de nosotros, podemos vivir cada día esos milagros del alma. Y ellos hacen que nuestra vida sea maravillosa, colmada y rica.