Revista Hellinger, Marzo 2010
Junto con los conflictos que, en su mayoría, nacen de la buena consciencia y de la voluntad de supervivencia, existe también entre las personas un movimiento de acercamiento mutuo, un anhelo por vincularse y la curiosidad por conocerse de más cerca.
Este movimiento se inicia entre hombre y mujer gracias al amor, cuando ambos pertenecen a familias distintas. Gracias a esa nueva pareja, se acercan las familias y van formando un clan, dentro de cuyos límites reina la paz.
La otra vía por la que familias distintas se acercan y abandonan su temor frente a otras familias, es el intercambio entre dar y tomar, lo cual brinda ventajas para ambas partes y las vincula más estrechamente entre ellas. A veces, acontece que se juntan para encarar una amenaza desde otros grupos, de modo a asegurar sus chances de supervivencia juntos.
Cuando se necesitan aliados en un conflicto, se juntan las diferentes partes frente a un enemigo común. El intercambio se intensifica gracias a eso, así como la cohesión. Es así como la paz interna es servida por las amenazas exteriores y el enemigo.
Este grupo desarrolla una consciencia común que le permite delimitarse frente a otros grupos. Bajo la influencia de esa consciencia, los pertenecientes al grupo se sienten mejor que los otros y los denigran. Todo lo que sirve el grupo propio y debe ser cumplido como condición para la pertenencia, es recompensado por la consciencia con el sentimiento de ser bueno, incluso de ser el mejor. De esta forma, todo lo que va dirigido en contra de personas fuera del grupo y que sirve los límites y la protección de ese mismo grupo, se verá recompensado y aprobado por la consciencia como algo bueno, incluyendo los sentimientos agresivos, que aumentan la disposición al conflicto y al combate. La paz en el interior y la buena consciencia que la asegura son requisitos para una superación exitosa de los conflictos hacia fuera.
¿Cómo lograr, pues, la paz entre grupos en conflicto? Habitual y solamente cuando las diferentes partes no dan más y que sus fuerzas se agotan – siempre y cuando sean de potencia similar – y cuando ambas partes comprenden que la continuación del conflicto sólo traerá más pérdidas. Entonces concluyen la paz. Delimitan nuevas fronteras, respetan sus límites respectivos y después de un tiempo inician nuevamente el intercambio entre dar y tomar, llevando quizá luego a una unión como grupo más grande.
Pero ¿qué ocurre cuando un grupo ha vencido y sometido a otro, incluso tal vez ha buscado exterminarlo? Después de su victoria, el grupo ganador pierde su cohesión interna. Con eso, el grupo vencido se hace valer nuevamente. Al triunfar, el grupo vencedor empieza a deshacerse y a decaer.
He descrito aquí el tema a grandes rasgos y de manera global. Igual que en la vida, estas generalidades no hacen justicia a la plenitud de lo concreto. Vistas de fuera, la guerra y la paz parecen, en su alternancia y su dependencia mutua, como una fatalidad insoslayable. Y lo son mientras los nexos más profundos entre guerra y paz permanecen en la inconsciencia de nuestra propia alma, inaccesibles para lograr una comprensión esencial.
Una comprensión es que cada conflicto grande está destinado a fracasar. ¿Por qué? Porque niega lo que es obvio y porque desplaza hacia fuera lo que sólo tiene solución dentro de nuestra alma.
Con eso, no quiero decir que todos los conflictos se pueden arreglar de esta forma, ni que podemos acomodarnos sin conflictos. Éstos pertenecen inevitablemente al desarrollo de los individuos y de los grupos. No obstante, las comprensiones esenciales permiten solucionar los conflictos de mejor manera, con más discernimiento y con el reconocimiento de las necesidades de cada parte así como los límites que les son determinados para una solución concertada. Al final, toda paz se alcanza a través de una renuncia.
El individuo vive constantemente un conflicto interno entre sus sentimientos, necesidades y pulsiones. Cada uno de ellos es importante pero sólo pueden prevalecerse y alcanzar su meta en la medida en que se respetan mutuamente y encuentran un acuerdo. Al hacerlo, algo obtienen a la vez que, con miras a la totalidad, deben renunciar a algo. Cuando están en equilibrio entre ellos, nos sentimos buenos y en paz. Pero mientras se mantienen en conflicto, mientras sus límites y sus posibilidades no se han establecido, nos sentimos mal a gusto, quizá también agitados, a veces enfermos y agotados.
La pregunta es: ¿se trata aquí solamente de un conflicto interno o de un conflicto externo trasladado al interior? Pues, se trata de un conflicto tanto interno como externo. Para entender mejor esta combinación entre interior y exterior, me conecto de nuevo con el campo del espíritu.
La paz en un campo del espíritu requiere sine qua non que todos los que le pertenecen estén reconocidos igualmente como pertenecientes al campo. Esto se logra solamente cuando los “buenos” han examinado lo malo y lo peligroso de su propia buena consciencia. Sólo entonces logran sobrepasar los límites de la buena consciencia, aunque sea con un sentimiento de culpa y mala consciencia. Sólo entonces consiguen dar, en este campo, un lugar con los mismos derechos a lo excluido, sobretodo a las personas excluidas.
Dentro del campo, la percepción de los miembros del grupo es reducida.
En un campo, todos los patrones se repiten, y claro también los patrones de comportamientos humanos, principalmente porque lo excluido o los excluidos excluyen también con toda buena consciencia a aquellos que los excluyeron, de manera que el conflicto entre ellos no es más que un conflicto entre dos buenas consciencias que se oponen. Ambas están restringidas y ambas están en un delirio que les hace creer que podrán finalmente vencer al otro y librarse de él.
Por lo tanto, la rueda del conflicto gira alternadamente de tal manera que los “buenos” de antes se vuelven los “malos” de después, y a la inversa, los “malos” de antes” son los “buenos” de ahora.
Rupert Sheldrake ha observado que un campo sólo puede modificarse cuando un impulso nuevo, originado desde el exterior, lo viene a poner en movimiento. Este impulso es algo espiritual, es decir que llega desde una nueva comprensión. En un principio, el campo se niega a esa comprensión e intenta reprimirla. No obstante, en cuanto un número suficiente grande de miembros del campo es abarcado por esa comprensión nueva, se inicia un movimiento de todo el campo. Se logra abrir a la comprensión. Consigue dejar atrás lo desfasado y actuar de otra forma.
Una comprensión nueva sería, por ejemplo, la percepción de que los conflictos graves tienen su origen en la buena consciencia y que ganan sus energías agresivas de ella.
Otra comprensión se dio a raíz de las constelaciones familiares y su desarrollo en el andar con los movimientos del alma. Se ha visto que, al otorgar suficiente tiempo a los representantes de una constelación y cuando se encuentran centrados, son repentinamente cogidos por un movimiento que se orienta siempre en la misma dirección, y eso sin interferencia de fuera. Este movimiento lleva a juntarse, en un plano superior, a lo que estaba anteriormente separado. De esta manera, estos movimientos del alma nos trasladan a un camino de conocimiento al final del cual los grandes conflictos pierden su fascinación y su sentido.
Estos movimientos sobrepasan las fronteras de la buena consciencia y por lo tanto, las fronteras del grupo propio, re-unifican lo que estaba separado para formar una unidad mayor, que enriquece ambas partes y las hace ir hacia delante.
En el nivel de los movimientos del alma, actúa otra consciencia. A la par de esa consciencia que nos hace sentir culpables o inocentes, existe y se nos hace perceptible aquella consciencia que nos orienta en sintonía con algo más grande, más allá de las fronteras de nuestro grupo y que une, a un nivel superior, lo que se encontraba aquí en oposición. Pero solamente cuando ya hemos recorrido un trecho del camino que nos lleva a sobrepasar los límites de nuestra consciencia habitual. Esta otra consciencia se hace notar a través de la tranquilidad o la intranquilidad, de la serenidad centrada o también de un sentimiento de ausencia de metas, de agitación y de ya-no-saber-nada. Tras de que, si acaso perdemos nuestro recogimiento, acabamos nuevamente bajo la influencia de la buena y mala consciencia. Porque la sintonía significa que estoy con muchos, y finalmente con todos, en sintonía y que no soy enemigo de nadie. En cambio, en el marco de influencia de la buena consciencia, estoy únicamente vinculado a un lado, en conflicto con el otro lado, hasta la voluntad de exterminio.
Entrar en el campo de influencia de la otra consciencia, significa pues que dejamos atrás las imágenes de enemistad. A decir verdad, existe también en ese nivel el conflicto – eso pertenece inevitablemente a todo crecimiento y desarrollo – pero sin imágenes y sin voluntad de exterminio. Y más que todo, sin ímpetu y sin afán.
¿Dónde pues empieza la gran paz? Ahí donde acaba la voluntad de exterminio, cual sea su justificación, y ahí donde el individuo reconoce que no hay humanos mejores y humanos peores. Todos están intrincados a su manera, y por lo tanto atados, ni más ni menos que nosotros. En ese sentido, somos todos iguales.
Cuando lo percibimos y lo reconocemos, cuando realizamos que nuestra consciencia no nos deja libres, podemos encontrarnos mutuamente sin arrogancia. Respetando las fronteras que se nos imponen, podemos echar un ojo por encima de nuestra buena consciencia y andar más allá y encontrarnos en algo más grande. Aquí empieza la gran paz.
El camino hacia esta paz lo va preparando otro amor, un amor que lleva más allá de las fronteras de la buena consciencia. Jesús ha descrito este camino, así como lo dice: “Sed misericordiosos como mi Padre en el cielo. Él deja brillar el sol sobre los buenos y los malos y deja llover sobre los justos y los injustos”.
Ese amor por todos tal como son, es el otro amor, el gran amor, más allá del bien y del mal y más allá de los grandes conflictos.