(Continuación de "El judaismo en nuestra alma")
2006
Vuelvo a la idea de la elección por Dios y, contrastando con eso, quisiera agregar algo al respecto, sobre los comienzos de la religión en el alma.
¿Qué acontece en el alma de los cristianos cuando se hacen cristianos, y en el alma de los judíos cuando se hacen judíos?
Un niño nace en una determinada familia. Tiene determinados padres, y esos padres pertenecen a un determinado clan, en una determinada cultura, dentro de un determinado pueblo, con una determinada religión. El niño, aquí, no tiene elección. Cuando el niño acepta la vida tal como se le presenta, sin cuestionamiento alguno, cuando toma la vida que le viene con todo lo que esta vida en esta familia trae consigo, en términos de destino, de oportunidades y limitaciones, de alegría y de sufrimiento, entonces no solamente se abre a sus padres, a su pueblo, a esa determinada cultura, a esta determinada religión, sino que se abre a Dios y a lo que detrás de esta palabra vislumbramos. Por lo tanto, tomar la vida de esta forma es una realización de naturaleza religiosa.
Sí, es la verdadera realización religiosa.
Entonces, aquel que nació en una familia judía no puede actuar de otra forma y tampoco tiene permiso para andar su camino hacia Dios más que como judío. Es para él el único camino posible, y por tanto, el único correcto. Vale lo mismo para un cristiano, incluso si los cristianos y los judíos se distinguen en sus conceptos religiosos. En lo que refiere a la realización religiosa, son idénticos los unos a los otros. Esta realización es independiente del contenido de su religión. Es más, ese contenido no puede ni debe ser renunciado si, tal vez más tarde, el individuo se adhiere a otra religión.
Explicaré esto con un ejemplo. En un seminario, un hombre joven buscó ayuda por su sensación de estar cortado de su vida. Se supo que su abuelo era un judío cristianizado. Él mismo no se percibía como judío sino como cristiano. Al constelar su familia coloqué al lado de su abuelo a cinco representantes para las víctimas del Holocausto. El abuelo apoyó espontáneamente la cabeza en el hombro de la víctima a su lado, y al rato dijo: “Aquí es mi lugar”. Cuando le pedí al joven decir a su abuelo: “Yo también soy judío, y permanezco judío”, lo consiguió a duras penas, con mucha angustia y temblor. Pero al lograrlo, se sintió por primera vez con peso en el suelo. ¿Qué era auténticamente religioso, aquí? ¿Su confesión cristiana o el retorno a sus raíces judías?
El acto religioso fundamental fue su confesión: “soy judío y con esto me quedo”.
Un árbol no puede escoger el sitio donde crece. Sin embargo, el lugar donde cayeron sus semillas es para él el correcto. Esto vale también para nosotros. Para cada ser humano, es el lugar de sus padres el único posible, y por lo tanto, el correcto. Para cada ser humano, es el pueblo al que pertenece, su religión, su cultura, los únicos posibles, y por lo tanto, para él, lo correcto.
Si cada persona asiente, en el sentido más esencial, y acepta humildemente que algo más grande se eleva por encima de ella y de todos los demás humanos, entonces se desarrolla desde su sitio y dentro de sus posibilidades, y se siente igual a todos los otros. A la vez, reconoce que ese algo mayor, sea cual sea el nombre que le damos, está dedicado y orientado hacia todos por igual. Con lo cual todos, sean cuales sean sus diferencias, son iguales.
Ante ese trasfondo, se plantea la pregunta: ¿cómo pueden los cristianos, y sobre todo los alemanes, manejar su culpa frente a los judíos? ¿Qué pueden y deben hacer para superar esta culpa y dar a los judíos el sitio que les corresponde en medio de ellos?
¿Y cómo pueden los judíos manejar la culpa de los cristianos, y particularmente la de los alemanes, con respecto a ellos? ¿Qué puede, en esos casos, llevar a una reconciliación? ¿Y, considerando esa culpa, puede acaso darse una reconciliación?
A lo largo de varios seminarios he juntado algunas experiencias que pueden ayudar a conseguir la reconciliación entre perpetradores y víctimas y, por extensión, entre judíos y alemanes.
Penetrante fue para mí una vivencia en un seminario en Berna, cuando un hombre consteló su familia actual, y al final comentó que quería añadir algo importante: él era judío. A continuación, pedí que delante de su familia se colocaran siete representantes de las víctimas del Holocausto y detrás de ellas siete representantes para los asesinos muertos.
Pedí a las siete víctimas girarse y mirar a los perpetradores a los ojos. Luego, no hice nada más y los entregué completamente a sus movimientos, tal como se daban espontáneamente.
Algunos de los perpetradores se desplomaron, retorciéndose por el suelo y sollozando de dolor y de vergüenza.
Las víctimas se volvieron hacia ellos, les miraron a los ojos, sosteniendo a los que estaban en el suelo, abrazándoles y consolándoles. Al final, surgió entre ellos un indescriptible amor.
Uno de los perpetradores, no obstante, se mantenía rígido. No sentía nada. Por lo que coloqué detrás de él al jefe de los perpetradores. Se apoyó en él y logró así soltar algo de tensión.
Este representante comentó luego que se sentía como un dedo en una mano gigantesca, totalmente entregado. Esa fue también la experiencia de los demás, en esta constelación. Todos, víctimas y perpetradores, se sentían dirigidos y llevados por una fuerza cuyos efectos no conseguimos entrever.
Posteriormente, pedí a todos los participantes escribirme un informe sobre lo que habían vivido en la constelación.
Un representante de los perpetradores me relató:
“Después de que colocaras a siete representantes detrás de las siete víctimas, me cogió un presentimiento funesto. Intuía y percibía algo grave, aunque no me fuera aún claro a quién representábamos. Cuando dijiste: estos son los perpetradores, sentí una ducha fría en la espalda. Cuando las víctimas se giraron y la persona de enfrente me miró a los ojos, se derramó toda mi energía fuera del cuerpo. ¡Nunca en mi vida me había sentido tan avergonzado! Me quedé mirándolo, volviéndome cada vez más pequeño, y él cada vez más grande. Hubiera querido hundirme en el suelo, en un agujero de ratón, profundo en la tierra. En mí, oía gritar repetidamente: ¡no, no, no, no puede ser cierto!
Sentí la necesidad de pedir disculpas. Al mismo tiempo, dijo una voz en mí: no hay nada que disculpar, no hay nada que maquillar, lo tienes que llevar tú mismo.
La única palabra que pude decir era: por favor. A continuación, mi víctima me cogió en sus brazos. Sin su apoyo, me habría caído al suelo de vergüenza. Mientras estaba en sus brazos, oía dentro de mí: no lo merezco, no merezco ser sostenido por él. Felizmente, empezaron a correr las lágrimas de mis ojos, de lo contrario no me habría sido posible aguantarlo.
Después de soltar a mi víctima, me sentí un poco mejor. Percibía de nuevo el suelo debajo de los pies, aunque débilmente, y pude respirar más libremente.
A la vez, supe que él era mi primera víctima, y que tengo muchas más sobre la conciencia. No solo una o dos o tres, sino docenas o quizá centenas. Tuve también la necesidad de mirar a cada una de las otras víctimas a los ojos, para encontrar paz en mi interior.
Cuando colocaste al jefe de los perpetradores, detrás de nosotros, me resultó de inmediato muy claro: me incumbe llevar completamente solo la responsabilidad por lo que he hecho. La presencia del perpetrador detrás de los perpetradores no me trajo alivio. Tenía incluso el sentimiento fuerte de que hubiera sido mejor estar del otro lado y no tener que cargar con esta culpa tan tremenda.
Mi necesidad de mirar a la víctima siguiente, a los ojos, aumentó. Pero el contacto visual me hizo literalmente hundirme en el suelo. No me pude aguantar más de pie y lloré amargamente. Me encontraba ido.
Tu voz lejana me alcanzó lentamente otra vez, apenas la oía desde muy lejos, y el retorno final se hizo muy despacio. Para mí, aún quedaba demasiado sin resolver, demasiadas víctimas aún sin ver. Seguía en mí el impulso imperioso de restablecer orden en lo mucho que había sin solucionar.
Después de la constelación, necesité por lo menos una hora para reencontrarme y sentir mi fuerza entera. Fue, de lejos, el papel de representación más difícil que jamás viví en las constelaciones. Lo notable fue la claridad cristalina de los pensamientos que llegaban a mi conciencia, por ejemplo que es imposible achacar a otro la responsabilidad por los actos propios, aun siendo uno solamente una pequeña rueda en la maquinaria. Después de semejante experiencia, uno lo sabe y no hay nada que discutir, nada que argumentar ni que explicar. Así es.”
En algo así, claramente, no existen grupos separados: aquí, las víctimas y allá los perpetradores. Solo hay víctimas individuales y perpetradores individuales. Cada perpetrador debe enfrentarse con cada víctima, y cada víctima con cada perpetrador. Otro elemento más se aclara: no hay paz para las víctimas muertas si los perpetradores muertos no toman su lugar a su lado, si no son acogidos por las víctimas. No hay paz para los perpetradores mientras no se hayan tumbado al lado de sus víctimas, igualándose a ellas. Si no se da esto, y si nosotros no lo consentimos, los perpetradores son luego representados por descendientes.
Por ejemplo, mientras los perpetradores de la última guerra no encuentren un lugar en el alma de los alemanes, serán, entre tantos otros, representados por extremistas de derechas. Incluso he podido ver en constelaciones de descendientes de víctimas judías que en muchas familias judías un niño representa a un perpetrador.
Pues bien, no podemos escapar a la reconciliación con el verdugo.
En esta constelación, se hizo obvio que una intrincación se libera solo entre aquellos que están involucrados, es decir entre ESTE perpetrador y ESTA víctima. Nadie puede ni debe hacerlo por otro, como si tuviera el derecho, o el mandato, o la fuerza para ello.
Por eso, los representantes de los unos y de los otros, todos muertos, no dejaron que se inmiscuyeran los vivos. Éstos tuvieron que mantenerse a distancia. Los muertos querían además que la vida continuara, sin encogerse por fidelidad a ellos, o sin acortarse. En la visión de estos muertos, los vivos estaban libres para vivir la vida.
En este contexto, pienso en el efecto que tendría en el alma de los cristianos si pudieran imaginarse a Jesús muerto, encontrándose en el reino de los muertos con aquellos que lo delataron, lo condenaron y lo ejecutaron. Y si nosotros también, considerando las fuerzas que mueven sus destinos, los vemos como humanos iguales a nosotros. Entonces, les damos a todos la honra, por más escandaloso que pueda sonar esto. Sobre todo damos la honra a esta fuerza mayor que, detrás de ellos y detrás de nosotros, permanece siendo un insondable secreto. Someterse ante ese secreto, eso sería verdaderamente religioso. Y humano.
En un contexto similar, hice un ejercicio con una judía de cuya familia muchos habían perecido. Ella se sentía con vocación de reconciliación entre vivos y muertos. Le pedí cerrar los ojos, luego se internó en sus imágenes, bajando al reino de los muertos, parándose en medio de los seis millones de víctimas, mirando hacia delante, atrás, a la derecha, a la izquierda. A la orilla de estos millones de muertos estaban tumbados los perpetradores. Entonces, todos se levantaron, víctimas y perpetradores, orientándose todos hacia el este, viendo allí una luz blanca. Ante esa luz, se inclinaron profundamente.
Cuando ella se hubo inclinado con todos los muertos, se retiró lentamente, dejó a lo muertos en la contemplación de aquello que aún se vislumbraba en el horizonte y que allí queda oculto, girándose lejos de los muertos y hacia la vida.
Sin embargo, a veces los vivos aún deben acompañar a los muertos, mirarles a los ojos y dejarse ver por ellos.
Antes que todo, mirar a aquellos que tienen una responsabilidad en la muerte de otros, pero también mirar a aquellos que de alguna forma ganaron un provecho a raíz del terrible destino de sus congéneres judíos.
En muchas constelaciones se pudo ver que las personas que sufrieron una injusticia, como individuos, ocupan el alma de aquellos que les causaron la injusticia, o bien, que de su desgracia sacaron un beneficio. No solo ocupan sus almas, sino también las almas de sus descendientes, y eso hasta que la injusticia sea reconocida.
Mirarles a los ojos, reconocer que ellos son personas como nosotros, darles la honra, y con ellos hacer el duelo de sus destinos. Entonces, lo separado se vuelve a unir y los efectos terribles de la injusticia dejan de actuar.