Bert Hellinger / Los textos citados son las transcripciones autorizadas por el mismo Bert Hellinger de sus entrenamientos y conferencias. Algunos son extractos de sus libros.














































Extracto de “Guiado”, primer libro de la Trilogía Tardía

Introducción

En realidad, estamos guiados en nuestra vida por una fuerza que nos toma a su servicio, para el beneficio de muchas vidas. Esta fuerza nos extirpa de la estrechez de nuestros miedos y representaciones y nos lleva hacia una amplitud que nos permite crecer, más allá de las fronteras del amor tal como lo conocemos, para superarlas, de modo que acabamos experimentando la creatividad con la que esta fuerza nos va guiando, con constancia hacia lo siempre nuevoque en cada momento se presenta.

A menudo me siento guiado de esta manera, cuando algo espera de mí que mi actuar presente, y las expectativas de otros con respecto a mí, se encarrilen en una dirección que va más allá de mis imágenes y experiencia. 

Os doy un ejemplo. Me despierto un día, en Argentina, en la víspera de Domingo Santo, e intuyo que ahora mismo estaré guiado para escribir un texto. Qué texto, aún no lo sé. De repente, surge un título en mi mente. ¡Me asusta, porque no sé adónde esto me lleva! En esta caso, el título era: El adiós a Dios. Escribí este texto con temor y temblando, ignorando a qué me llevaba esto. Comencé con la primera frase. A partir de ahí fui guiado, de palabra en palabra, sin saber a dónde. Al final, se reveló ser un texto sobre el adiós al Dios de los muertos. 

En Domingo Santo, hablé sobre el tema a más de 250 participantes en el curso, sin referirme a nada concreto del texto. Me atreví a decir que, para nosotros en Semana Santa, se trata sobre todo de nuestra resurrección de la tumba de Dios, de la tumba de aquel Dios que nos atrae hacia los muertos y se manifiesta, a pesar de todo lo que se afirma, como el Dios de los muertos. 

¿Qué pasó luego? Pregunté quién tenía un asunto para ver conmigo, por el cual podría buscar una solución. Muchos alzaron la mano. Escogí a uno de ellos, guiado por un movimiento interno, alguien que no conocía y del que ignoraba todo.

Él me dijo unas generalidades con las que no pude empezar nada. Le propuse pues, constelarse. En aquel momento me vino la idea de posar en el suelo, delante de él, una alfombra enrollada y pedirle pasar por encima.

Con pasos cortos y suma lentitud, se acercó a la alfombra como si fuera una frontera que no se atrevía a traspasar. Se quedó parado a cierta distancia de ella, ojeándola cada dos por tres. Le dije de mirar más allá a lo lejos, por encima de ella. Apenas lo consiguió. En cambio, se arrodilló ante la alfombra. De repente se mi hizo obvio que para él, esta alfombra representaba a un muerto, sobre el cual no se atrevía a dar un paso. Se lo dije.

Le pedí que se pusiera de pie y que diera unos pasos más allá de la alfombra, hacia su futuro. Cuando finalmente lo logró, dio un suspiro hondo. Le pregunté cómo le iba, respondió que muy bien. Lo mandé de regreso a su silla.

Más tarde me enteré de que era cirujano y de que uno de sus compañeros, que acababa de operar, se había muerto en la camilla del quirófano. Desde aquel momento, su vida había cambiado, no conseguía superar ese fallecimiento.

Su mujer, presente, comentó más tarde que desde la constelación él estaba como resucitado de entre los muertos.

El texto que había escrito, en la mañana de aquel día, me preparó para la resurrección de entre los muertos, de una manera que no me podía imaginar. Tanto yo mismo como los participantes, fuimos preparados a una experiencia en la que nos sentimos guiados por otras fuerzas, al servicio de la vida, y esta experiencia deshizo las muchas imágenes viejas de Dios que llevábamos, permitiéndonos levantarnos de entre los muertos, pasando del Dios de los muertos al Dios vivo que afirma:”Mirad, lo hago todo nuevo”.

Casi todos los textos de este libro nacieron de esta forma. Todos estaban en relación con un actuar a la espera, sin que supiera por qué ni adónde dirigirlo, todos con una base concreta en la vida. Esto se reveló luego, al tener que pisar nuevos caminos.

Estos textos fueron para mí un regalo del espíritu, al servicio del que me sentía llevado, al servicio de la vida y del amor para todos. Podéis leer cada uno de ellos como si os abarcara en este movimiento sanador para vosotros y aquellos que tenéis cerca.

El adiós a Dios

¿Acaso somos capaces de despedirnos de Dios? ¿Tenemos permiso para eso? ¿Qué queda de nosotros, si lo hacemos? Por cierto, ¡cuántas generaciones le han rezado con fervor! ¡Cuántas lo han temido! ¡Cuántas le han sacrificado sus vidas! ¡Cuántas han querido pacificarlo y despertar su merced! Cuántos himnos devotos le han cantado, que aun ahora nos llegan al corazón. Cuántos domos suntuosos han edificado por él, donde se reunían y donde lo alababan.

Si nos despedimos de él, ¿dónde acabaremos? ¿En qué soledad, en qué vacío? Por cierto, es un despedir de imágenes, que son humanas y nada más que humanas. Es un despedir de imágenes que se originan en nuestra infancia. Incluso los sentimientos nobles despertados en nosotros por estas imágenes, que nos elevan y nos llevan a la dedicación y al respeto, son miedos de niño y deseos inocentes de niño. Nos hacen infantiles y nos mantienen en el estado de niños, vulnerables, temerosos, abandonados, amenazados. Son sentimientos de temor y temblor.

¿Cuándo y cómo experimentamos estos sentimientos de la manera más profunda, increíblemente angustiadora? Pues, cuando nos imaginamos la despedida de estas imágenes de Dios, una despedida para siempre. Después, ¿qué queda de nosotros? Porque, si lo tememos a Dios, por lo menos lo tenemos. Sin él, ¿adónde nos perdemos, abandonados a nuestra suerte, solos y vacíos?

Nos abrimos al secreto contenido en nosotros, que en cada momento nos mantiene en la vida, tal como somos. Ese secreto permanece en un estado de entrega, sin juicio para orientarse, porque nos quiere tal como somos. ¿Acaso en nosotros hay algo que esté separado de él, y que nos aleja de él?

Percibimos este secreto como una fuerza creadora dentro de nosotros, en todo lo que nos permite estar, directamente movidos por él, sin impulso del exterior, desde nuestro interior, acompañándonos en cada instante de manera creativa, hacia una renovado, eterno, constante avanzar: en progresión.

¿Acaso, a la hora de abarcarnos en su movimiento, tolera esta fuerza las imágenes que nos enseñan el temor? ¿No es ella, esta fuerza creadora, en cada momento nuestra mayor experiencia posible del amor? ¿Y no es la dedicación a ella la verdadera y más profunda experiencia de vida?

Y, sin embargo, incluso lo que he tentado describir y señalar aquí es una imagen humana. ¿Qué apoyo nos queda pues, al que nos podamos sujetar? Nada. Solo la pura noche y el vacío.

La fuerza está, y no está. Nos atrae, sin que la podamos alcanzar. En ella resucitamos de entre los muertos, en permanencia, vacíos, purificados hasta lo último, sin nombre, sin movimientos infinitamente quietos, respetuosamente quietos, luz de una luz, reflejados, imagen de su imagen, transparentes, eco creador, puro sin límite, infinitamente uno.

Geführt, Bert HELLINGER, Hellinger International 2011