Ayuda a la vida, enero 2011
“¿Hacia dónde me tengo que dirigir?” Así empieza un canto de la Misa alemana de Franz Schubert.
¿Quién hace esta pregunta? Solo un ser humano, mejor dicho, solamente un niño desamparado pregunta así.
¿Nos podemos imaginar un animal haciendo esta pregunta, o cualquier otro ser vivo? A este respecto, ¿no dependen todos ellos de sus propios recursos? ¿No es así cómo cada uno de ellos, en cuanto acaba la protección de la madre, sabe por sí solo adónde dirigirse?
¿Acaso no es así para todos los seres llamados primitivos? Si no saben a dónde dirigirse, sucumben.
No son, por tanto, ni menos vivos ni menos pensados y deseados por aquella fuerza creativa que aquellos otros seres, que se comportan como si esta protección se les aplicara menos, y que rezan:”¿Hacia dónde me dirijo?”. En vez de atreverse al paso siguiente, sin importar los riesgos que podría haber en términos de ganancia o de pérdida.
¿Hacia dónde me tengo que dirigir? Hacia la próxima acción conveniente, instante tras instante. Entonces, lo que me guía es mi actuar, porque solo la acción conveniente es el cumplimiento de mi vida, exigida por ella y fijada por ella, de tal manera que todo continúa, y precisamente ahora.
Aquel que pregunta adónde, se queda parado. Su vida queda parada en vez de seguir adelante. Su amor queda parado en vez de tener un efecto inmediato.
El canto ¿hacia dónde me tengo que dirigir? apunta a Dios. Y ¿qué nos dice de Dios? Que Dios se ha retirado y que no sé hacia dónde. Que en este momento, él apenas me mantiene en vida, plenamente en vida. Que él no anda siempre por allí, cuando me muevo y actúo, ahora.
Pues, ¿hacia dónde me debo girar? Hacia la vida, la vida plena, ahora.
Entonces, ¿quién o qué se dirige hacia mí? Mi vida, y con ella, Dios.