Jornada de formación. Ayudar a vivir en acción
Neuchâtel, 5 de junio 2005
La benevolencia, es una palabra muy bonita: quiero el bien del otro, quiero que esté bien. Y también: me mantengo a su lado como alguien que quiere su realización, su crecimiento.
Entro en resonancia con su alma de un modo que le permita realizarse.
¿Qué pasa cuando digo de un niño que es hiperactivo? ¿Qué pasa cuando digo a alguien que es un drogodependiente, un depresivo, que tiene perturbaciones de la personalidad?
Imaginen que alguien les diga algo así. ¿Qué ocurre en lo profundo? El alma se marchita, se contrae, se excluye. Es terrible.
Se constata en este trabajo que por el solo hecho de tener este pensamiento el efecto se despliega inmediatamente.
Experiencias recientes en medicina acaban de demostrarlo. A menudo una mujer desarrolla un cáncer de mama porque el médico piensa que tiene un cáncer de mama. Esto ha sido comprobado. No es más que por el efecto del pensamiento que esto se produce. Todos los diagnósticos tienen ese efecto. Los diagnósticos inducen el efecto diagnosticado.
A menudo me acusan por no dar un diagnóstico, cuando debería recibir una medalla por no hacerlo… porque yo sé el efecto nefasto del diagnóstico.
Si soy benevolente, y es una actitud en la que me ejerzo continuamente, con una mujer que viene a sentarse a mi lado, o con un terapeuta que presenta un caso, me ejerzo a la benevolencia, en el sentido de abrirme, ampliarme. Y confío en su alma, y confío en lo que le guía. A partir de ese momento me encuentro en otro campo. A partir de eso, el otro a mi lado, yo en mi benevolencia interna, confío plenamente en la benevolencia. Entonces la persona cierra los ojos, algo se desarrolla en ella y diez minutos más tarde dice “ya está, ya tengo todo lo que necesito” y se va.
Esto es debido a la presencia de la benevolencia.
Podemos ejercitarla en todo momento.
Tiene un efecto particular en nuestra alma, nos apacigua, nos da calma, sin hacer nada.
En cuanto siento en mí agitación o precipitación, ganas de ayudar a alguien, verifico y me pregunto dónde me he alejado de la benevolencia. Y me tomo el tiempo para volver a la benevolencia. Lo que no siempre es fácil. A veces me cuesta un día entero, en función del acontecimiento que se produjo.
Y estar totalmente presente en la benevolencia sin hacer nada es un ejercicio maravilloso. Secretamente uno se alegra de lo que está ocurriendo, sin saber de dónde nos viene.
Por que la fuerza fundamental, la que actúa detrás de todo, es benevolente.
Y en esa benevolencia entramos en contacto con algo más grande.