Los movimientos del Espíritu nos llegan como si fueran especialmente para nosotros, para nuestra persona. Los experimentamos como si alguien se ocupara de nosotros personalmente, como si nuestra vida y nuestras acciones fueran para él algo único y especial. Esta es una experiencia muy profunda.
A veces estamos tentados de considerar una experiencia semejante como una distinción, como si fuéramos queridos y guiados de forma particular por ese Espíritu. Pero como se trata de un movimiento del Espíritu, también está dedicado a todos los demás. Este Espíritu los mueve de tal manera que también ellos vivencian que son queridos y guiados de forma personal.
¿Qué significa esto para nosotros? ¿Qué exige de nosotros? Que también nosotros, igual que ese Espíritu, asintamos a todos, personalmente.
¿Qué ocurre entonces con nosotros? Que entramos en sintonía con los movimientos del Espíritu de tal forma que con ellos nos elevamos por encima de nosotros mismos, a pesar de percibirlos personalmente. ¿Nos percibimos entonces menos nosotros mismos o más nosotros mismos, es decir más personalmente o menos personalmente? Nos percibimos personalmente, pero con más amplitud, como si abarcáramos más. Igual que ese Espíritu, asentimos a nosotros mismos y a todos los otros en la misma forma, personalmente.
“Mística Cotidiana”, 2008, “Personalmente” p. 68
Sólo podemos ir con el Espíritu si estamos abajo. Solamente abajo estamos en sintonía consciente con los movimientos del Espíritu.
También quienes pretenden estar arriba y quieren permanecer arriba son movidos por este Espíritu. Para qué y cómo no lo sabemos. Y tampoco nos debe interesar.
Cuánto más profundo entramos en sintonía consciente con los movimientos del Espíritu, sobre cuando dichos movimientos nos atrapan irresistiblemente y nos arrastran hacia sí, más nos sentimos abajo. Abajo en el sentido de que somos conscientes de que tanto la dirección como la comprensión adecuada, la perseverancia y la fuerza necesarias llegan de afuera. Tenemos que someternos a ello, sin libertad para movernos de otra manera. Permanecemos ante este Espíritu y su movimiento impotentes y pequeños, es decir, abajo.
A veces un movimiento así nos lleva hacia arriba y nos convierte en guías. En guías responsables. Ese movimiento nos lleva consigo a un conocimiento que a muchos nos permite ir aún más adelante, como si ya estuviéramos arriba.
A veces nos parece que estamos arriba, aunque por poco tiempo: pronto aprendemos que hay algo aún más arriba, y volvemos a ser conscientes de nuestros límites.
¿Cómo aprender a permanecer abajo? Y, cuando nos hemos elevado por encima de otros, ¿cómo regresar sanos y salvos abajo? Permaneciendo en el instante, sólo en el instante.
Este momento es un momento guiado, dirigido al obrar y a la preparación del obrar, ya que en ese momento estamos concentrados en lo que hacemos y en lo que eso exige de nosotros. De esta manera, estamos en un movimiento del Espíritu, desprendidos de nuestras imágenes de lo que es arriba y lo que es abajo. Nos quedamos en el lugar que el Espíritu nos asigna en ese obrar. ¿Dónde? Abajo, completamente abajo.
“Mística Cotidiana”, 2008, “Abajo” p. 38