Los movimientos del Espíritu nos llegan como si fueran especialmente para nosotros, para nuestra persona. Los experimentamos como si alguien se ocupara de nosotros personalmente, como si nuestra vida y nuestras acciones fueran para él algo único y especial. Esta es una experiencia muy profunda.
A veces estamos tentados de considerar una experiencia semejante como una distinción, como si fuéramos queridos y guiados de forma particular por ese Espíritu. Pero como se trata de un movimiento del Espíritu, también está dedicado a todos los demás. Este Espíritu mueve a los demás de tal manera que también ellos vivencian que son queridos y guiados de forma personal.
¿Qué significa esto para nosotros? ¿Qué exige de nosotros? Que también nosotros, igual que ese Espíritu, asintamos a todos, personalmente.
¿Qué ocurre entonces con nosotros? Que entramos en sintonía con los movimientos del Espíritu de tal forma que con ellos nos elevamos por encima de nosotros mismos, a pesar de percibirlos personalmente. ¿Nos percibimos entonces menos nosotros mismos o más nosotros mismos, es decir más personalmente o menos personalmente? Nos percibimos personalmente, pero con más amplitud, como si abarcáramos más. Igual que ese Espíritu, asentimos a nosotros mismos y a todos los otros en la misma forma, personalmente.
“Mística Cotidiana” 2008, p. 68