Bert Hellinger / Los textos citados son las transcripciones autorizadas por el mismo Bert Hellinger de sus entrenamientos y conferencias. Algunos son extractos de sus libros.














































¿Por qué nos duelen nuestros ancestros? Las Constelaciones Familiares o el contacto de alma a alma

Encuentro con Bert Hellinger
París 2003
Revista on line “Nouvelles Clés”

¿Has participado ya en una Constelación Familiar?

Concebida hace unos treinta años por Bert Hellinger, que primero fue sacerdote alemán y vivía en contacto con culturas tradicionales de África del Sur, ha sido adoptada por numerosas escuelas de psicología. Curiosamente, este método tiene un diseño estructural gemelo, inventado hacia la misma época por Alejandro Jodorowsky – ya que tal como explica Rupert Sheldrake, ¡las ideas pueden surgir espontáneamente en varias mentes a la vez! -.

El principio es sencillo. Cuando te llega el turno (1), eliges varias personas del grupo (es una terapia grupal) para representar a cada uno de los miembros de tu familia (o de tu empresa o de la comunidad a la que perteneces y en la que se plantea el problema por el que estás ahí). Sin decir nada sobre ti, colocas a estas personas como quieras, de pie, con los brazos colgando, en el círculo formado por los participantes. Actúas siempre según tu “feeling”, en un estado de semisonambulismo, sin pensar en nada, únicamente estando atento a lo que pasa dentro de ti. Después te sientas y escuchas cómo el psicólogo “constelador” interroga a cada una de las personas de la “constelación” así formada. Aunque pueda parecer una locura, esas personas, que no saben nada de ti ni de tu familia o tus ancestros, empiezan a responder cosas que están totalmente relacionadas con tu situación, con tu vida, con tu árbol genealógico.

Invitado por uno de los participantes de un taller para representar a su padre (habría podido ser su hermano, o su hijo o incluso su madre o su mujer, los vectores de la experiencia son manifiestamente andróginos), hemos podido sentir sensaciones, emociones, pronunciar palabras, realizar gestos, expresar demandas que no controlábamos y que participaban en un conjunto interactivo que implicaba a cuatro, cinco, seis y hasta veinte personas en un estado similar al nuestro, todo ello con un sentido profundo (en su relato posterior) para el sujeto del que “constelábamos” la problemática, llevándola hacia una salida lo más armoniosa posible...

El campo así abierto es en extremo sorprendente, no se puede comparar a nada conocido. Una cosa es segura: el intelecto no interviene, al menos no de manera motriz; es algo mucho más profundo. Bert Hellinger habla de una comunicación “de alma a alma”...


Bert Hellinger. DR.

Nouvelles Clés: Al principio usted era sacerdote, en África, ¿verdad? ¿Cómo se hizo psicoterapeuta?


Bert Hellinger: Así es. Durante dieciséis años dirigí una orden misionera con los Zulús en África del Sur... y me imaginaba que lo haría de por vida. Luego me enviaron a Alemania para dirigir seminarios para sacerdotes. Esto me dio la ocasión de organizar talleres de trabajo con técnicas de dinámica de grupo. Y, poco a poco, me di cuenta de que mi camino estaba en otra parte y no en el sacerdocio.

N. C.: -¿Hubo algún acontecimiento que provocara esa “revelación”?


B. H.: En 1971 asistí a un congreso de psicoanalistas. Un grupo de hippies, muy ruidoso, nos estuvo molestando durante la sesión. Una terapeuta americana llamada Ruth Cone intervino entonces, logrando calmar al grupo de perturbadores y ganarlos para su causa. Desarrollaba un método particular de interacción que consistía en lanzar un tema en un grupo y dejar que se desarrollase... Siguiendo este método, comenzó un grupo de trabajo tras el incidente con los hippies; yo participé en él. Ruth Cone nos expuso entonces las bases de una técnica que, en ese momento, yo no conocía en absoluto: la «gestalt». Me encontré enfrentado a mi pasado y vi claramente que debía dejar mi función de sacerdote. Al final de la sesión, recorrí el círculo de participantes diciendo: “Me voy”. Unos meses más tarde, lo hice. Conocí a mi mujer, comencé un psicoanálisis y ahí empezó realmente mi trabajo con las terapias. Tenía 45 años.

N. C.: Fue entonces cuando puso a punto «la constelación familiar”, una original terapia. ¿Cómo la concibió al principio?


B. H.: Antes de poder concebirla, exploré diferentes tipos de terapias y especialmente la terapia primal, que aborda al ser humano en su dimensión corporal/emocional. Esta terapia tiene por objetivo provocar el resurgimiento de emociones rechazadas y hace revivir de manera consciente las escenas traumáticas reprimidas. Una vez liberado del recuerdo de determinados acontecimientos dolorosos, me decanté por el Análisis Transaccional. El psiquiatra americano Eric Berne, su fundador, afirma que los intercambios, las transacciones que efectuamos con nuestro entorno revelan nuestro “guión de vida”. Poco a poco, me di cuenta de que los pacientes no viven siempre su guión personal... A veces, reproducen el de un miembro de su familia. En otras palabras, ¡nuestros antepasados se mezclan en nuestro destino!

Recuerdo a un hombre que estaba fascinado por el Otelo de Shakespeare. En una sesión me reveló la razón. Respecto a su pasión por Otelo, le pregunté: “¿Quién mató por celos?” y me respondió: “¡Mi abuelo!”

Ahí tiene un primer punto esencial: mi trabajo con las Constelaciones Familiares puso de relieve una identificación inconsciente a una persona amada e importante, en este caso, el abuelo.

N. C.: ¿De dónde viene el término constelación ?

B. H.: Es un atajo de traducción. Sería preferible conservar la traducción literal de la palabra alemana y hablar de “situar la familia en el espacio”. Porque para formar una constelación familiar, se “sitúan” efectivamente a los diferentes miembros de la familia en el espacio, en una escena, unos en relación con otros. Algo parecido a como se relacionan las estrellas del cielo entre sí. 

N. C.: Cuéntenos cómo se desarrolla una terapia de constelación familiar.

B. H.: Primer punto importante: es un trabajo de grupo. Trabajo en público, en una gran sala. El “constelado”, el que tiene un problema que resolver, acepta subir al escenario, y yo voy a “escenificar” literalmente su problema, introduciendo a su alrededor personas que representen a miembros de su familia. A menudo se trata de padres, hermanos y hermanas… y a veces del paciente mismo cuando era niño. Él elige entre el público a las personas que encarnarán a sus allegados. Evidentemente, éstas no conocen nada de la historia del paciente ni de la de su familia. Una vez atribuidos los papeles, en la escena, el paciente coloca a cada uno en un lugar preciso, según su “feeling”. La persona que representa a la madre está por ejemplo frente a la que representa al hijo, este último da la espalda a su “hermana”, etc. El paciente determina la orientación de su mirada, la distancia de unos respecto a otros, y todo ello de manera totalmente espontánea. Después, se aleja y observa en silencio.

N. C.: Lo que nos describe recuerda ciertas prácticas de Alejandro Jodorowsky y sobre todo la Escultura familiar, la terapia desarrollada en 1.942 por Virginia Satir, que era psicoterapeuta en el grupo de investigación del «Mental Research Institute» de Palo Alto, en Estados Unidos…

B. H.: Sin embargo, existen grandes diferencias… En primer lugar, en la terapia de Escultura Familiar, los protagonistas son los miembros de la familia real. En segundo lugar, el paciente coloca a los diferentes individuos en relación unos con otros y les atribuye una actitud particular. 

Pide a algunos que se vuelvan, que levanten una pierna... En resumen, “esculpe” a la persona, ejerce una verdadera influencia. En el marco de una constelación, la intervención del sujeto es mínima. En cuanto a los miembros de su constelación, todos se “colocan” en el espacio de una manera muy intuitiva. No se indica nada, no hay ninguna consigna. Solo a partir de ahí la mecánica se pone en marcha, y los actores involuntarios empiezan a representar un guión que no es el suyo, movidos por una fuerza interior: la de la familia del constelado.

N. C.: Cuando pone en escena una constelación, ¿qué tipo de fenómeno se produce exactamente?

B. H.: Respecto a la constelación, se comprueba muy fácilmente, de manera sensorial y emocional a la vez, que las personas elegidas para encarnar a los miembros de la familia del paciente “se sienten” realmente como sus representantes. No comprenden por qué, pero están implicadas. A veces, adoptan incluso la voz del o de la que encarnan de manera intuitiva, su vocabulario, sus gestos, sus tics... ¡Cuando se trata de personas que no han conocido nunca!

Una vez que la constelación se sitúa en el escenario, es decir, una vez que cada persona se encuentra sumergida en este estado de consciencia particular, los “miembros de la familia” van a manifestar reacciones muy diferentes... todo depende del papel que se les ha asignado. Algunos pueden experimentar sensaciones de calor, frío, asfixia, o ganas de moverse, o de tumbarse en el suelo, aparecen dolores concretos... Por regla general, todos manifiestan síntomas de las personas que representan – en la situación real. Se vuelven un poco como marionetas, poseídos por los personajes que encarnan. Con frecuencia es muy espectacular.

La noción de campos morfogenéticos desarrollada por Rupert Sheldrake puede ayudar a comprender este fenómeno. Le recuerdo que esta teoría supone que hay un saber colectivo accesible a cualquier individuo y que este saber puede formarse en un grupo dado. Es una hipótesis polémica, evidentemente (2).

N. C.: Bien, ya tenemos una constelación sobre el paciente situada en la escena: ¿cuál es su papel en ese momento?

B. H.: La construcción de esta primera constelación refleja la manera en que el paciente percibe actualmente la situación. El lugar que ocupan los representantes y sus reacciones permiten discernir las intrincaciones que se encuentran presentes. El que dirige la constelación llega entonces fácilmente a sentir cuál sería el “paso siguiente” que sería decisivo.

N. C.: ¿El “paso siguiente”?

B. H.: Admitamos que, en un momento dado, hay una persona en escena que representa a la madre del paciente y que, frente a ella, alguien representa al padre. Admitamos que el que representa al paciente en sí, es decir el hijo, viene a colocarse justo entre estas dos personas y mira recto delante de él, inmóvil. En ese supuesto se puede “sentir” por ejemplo, que el hijo, al colocarse ahí, entre sus padres, impide que éstos se miren. Pero yo siento que quiere irse, que esta situación no le conviene. Entonces fomento un movimiento, sugiriéndole que avance tres pasos. Él acepta. Y en seguida me dice que se siente mejor. La situación evoluciona.

Siempre intento determinar qué otros personajes deberían integrarse en el sistema de la constelación, los que resultan obvios (por ejemplo un abuelo), aquellos de los que me ha hablado el paciente (por ejemplo yo sé que hay dos hermanas), y también aquellos que han podido estar excluidos a lo largo de las generaciones y cuya ausencia, también, puede sentirse con fuerza... por el terapeuta que lleva la constelación o por alguno de los representantes.

Aquí interviene un fenómeno de impregnación y las reacciones de cada uno se encadenan a las de los demás.

Con la ayuda de frases liberadoras y de diversas marcas de reconocimiento y de respeto, los que han sido exluidos – y continúan siendo como fantasmas – pueden mostrarse y reconocerse. Cada uno encuentra el lugar que le corresponde...

N. C.: Pero, ¿cómo puede estar seguro de saber qué personaje es importante para llegar al centro del problema y deshacer el nudo?

B. H.: Son intuiciones o más bien percepciones. No doy prueba de imaginación, más bien accedo a una cierta cantidad de informaciones por las actitudes de los personajes, sus reacciones, sus mímicas, también por sus palabras, porque pueden tener ganas de decir algo. El terapeuta se basa en lo que siente o más exactamente en lo que percibe. Es una percepción fenomenológica.

N. C.: Es decir…

B. H.: Para mí, el método de constelaciones familiares es una psicoterapia fenomenológica, es decir, no está regida por una elaboración teórica “in situ”. La fenomenología es un enfoque filosófico que no se basa por fuerza en la verbalización. Esta percepción fenomenológica constituye la herramienta esencial del terapeuta en la constelación. Nuestra atención subliminal, subconsciente, se las arregla para obtener toda clase de informaciones, incluso anodinas, que emergen de la constelación y nos permite interpretarlas intuitivamente. Pero no es fácil, de primeras, definir el vínculo excepcional que se establece entre el constelador y el grupo que éste anima.

Esta práctica exige presencia y una escucha particular, desprovista en este caso de cualquier intención preconcebida respecto a lo que se manifieste durante la constelación. Únicamente prima la percepción inmediata de la situación. Presiento lo que no funciona en el orden existente. Para ello, me baso en mis percepciones y en mi experiencia. En este ejercicio, el terapeuta no tiene ningún objetivo definido. Está concentrado, o más bien centrado, abierto a lo que pase. No sabe hacia dónde va a ir… Se expone a los fenómenos tal como vienen. No debe tener miedo de lo que aparezca, ni mostrarse crítico, por supuesto. Dos elementos que pueden perturbar la percepción. Es realmente el espíritu del tao: lo más presente posible, pero con un total desapego y sin intención. Lo importante en las constelaciones es solo lo que sale a la luz. Es la realidad emergente de la situación representada la que actúa, no el terapeuta. Este último no manipula a nadie, no interviene, está únicamente al servicio de la realidad.

N. C.: Precisemos un poco: ¿la constelación no se puede comparar en ningún caso a un juego de rol?

B. H.: No, en la medida en que no hay ningún papel que interpretar: se trata de estar muy atento y presente, pero sin la mínima voluntad. Las personas que practican la meditación zen me comprenderán fácilmente: se trata de ponerse en la actitud meditativa, solo que, en lugar de estar abierta a lo Desconocido en su dimensión absoluta, estaría abierta a los demás y a lo que pasa a su alrededor. Es una especie de meditación “orientada”. Es necesario que esta actitud sea globalmente benevolente – en el sentido de la compasión de los budistas: orientada hacia los demás -. Pero no es cuestión de querer algo, ni siquiera de querer curar. Esos niveles psíquicos superiores deben dejarse fuera totalmente. Se trata exactamente de estar ahí, de observar lo que ocurre y, ocasionalmente, expresarlo.

N. C.: ¿Cómo sabe el terapeuta si sus percepciones son justas o no?

B. H.: Basta con estar “presente”, atento a lo que sucede. Si se espera lo suficiente, las palabras o los actos se imponen como un destello. ¡Se sabe que eso es lo que hay que hacer! Cuando elijo a alguien y lo sitúo después en el espacio en relación con otros, no sé exactamente por qué lo hago. Es intuitivo. Lo siento. De alguna manera, el terapeuta coloca las piezas de un rompecabezas sin saber lo que representa la imagen. ¡Es en el camino – es decir al final del camino – cuando todo se aclara! La solución aparece cuando todas las personas colocadas se sienten bien en el lugar donde se encuentran.

N. C.: ¿Cómo sabe que una constelación ha salido bien?

B. H.: Acabo de decírselo: cuando todos los miembros de la constelación parecen estar en su lugar, distendidos, con la cara resplandeciente. Todos. Mientras un solo miembro de la constelación no se sienta a gusto, no se ha terminado.

N. C.: ¿Cuánto tiempo se necesita para llegar a ese resultado?

B. H.: Una sesión dura una media hora, según la complejidad de las intrincaciones, por supuesto. Pero es inútil prolongarla indefinidamente. Primero, pasado un cierto tiempo, la concentración de los participantes decae. Después, al cabo de ese tiempo, si la situación no se aclara, es que nos encontramos frente a un bloqueo. Una vez más, el terapeuta interviene muy poco... Por consiguiente, si la situación no se libera, si no avanza, es esa realidad la que se tomará en cuenta. Pero, sabe, darse cuenta de que hay un bloqueo puede ser muy útil al paciente. Esta toma de consciencia puede activar en él el principio de un proceso.

N. C.: Puede ocurrir perfectamente que el ejercicio de una constelación fracase, que no llegue a su fin. ¿Qué puede significar eso?

B. H.: Recuerdo el caso de una paciente que durante una constelación se había ido dando un portazo, muy enfadada. Unas horas más tarde me confió, en su coche, que se había sentido desbordada por una emoción. Se puso a llorar y tuvo que pararse al lado de un bosque. Fue allí, de repente, cuando tomó consciencia de su verdadero problema y de lo que le quedaba por hacer para resolverlo. La constelación había hecho su camino en ella. No olvidemos que tener un objetivo de logro o de curación implica mucho voluntarismo. Ahora bien, la mera voluntad puede perjudicar el correcto desarrollo de una sesión.

N. C.: ¿Pero si no es la curación el objetivo de la constelación, cuál es?


B. H.: La constelación pone orden en el sistema familiar, “reinyecta” armonía volviendo a poner a cada uno en su lugar en relación con los demás. Para que lo comprenda mejor, tomemos una imagen y comparemos el sistema familiar a un “móvil” de Calder. Cada uno de sus elementos tiene un lugar definido, que participa en el equilibrio del conjunto. Si uno de ellos debiera excluirse, todo el móvil comenzaría a bambolearse. Todos los elementos están pues relacionados y se influencian mutuamente. El objetivo del trabajo de constelación consiste en actualizar las dinámicas y los desequilibrios ocultos. La exclusión es una de estas dinámicas. Si un miembro de la familia está excluido u olvidado, si los demás miembros de la familia rechazan su existencia, todo el sistema familiar sufre una presión, a veces enorme, en general inconsciente, que no se relajará hasta que esta pérdida sea compensada.

N. C.: ¿Cómo se traduce eso concretamente en la escena?

B. H.: Tomemos el ejemplo de Paul. Tiene 14 años y experimenta dificultades para trabajar en clase. Además, tiene una tendencia suicida. En la constelación que hemos puesto en escena para él, éste (su representante en realidad) está de pie al lado de su “profesor”, frente a sus “padres”. El chico parece triste. Se lo digo. Esto provoca lágrimas, seguidas rápidamente por las de su madre. Yo siento que no es su tristeza la que se manifiesta sino la de su madre.
Debe haber un acontecimiento en la familia de ella que ha hecho que esté triste. Se lo pregunto y me dice que su hermana gemela murió al nacer. Un acontecimiento que había sido puesto entre paréntesis en la familia (y que resultará ser exacto en la historia de la auténtica madre. Comprender cómo tal información ha podido surgir en la consciencia de la persona que representaba a la madre en la constelación es un buen desafío para la ciencia, ¡pero no es nuestro problema ahora!). Esta hermana había sido olvidada y todo el mundo, de tácito acuerdo y “silenciando” este hecho, se comporta como si ese drama nunca hubiera tenido lugar, como si esa niña no hubiera existido jamás. Cuando un drama como ese llega, bajo la presión de la consciencia del clan, alguien va a ser elegido para representar en su vida a esa persona desaparecida. Y la mayoría de las veces la exclusión será compensada por uno de los hijos. Este último, en este caso Paul, se identifica entonces con la persona excluida. Expresa sentimientos que no son suyos, adopta comportamientos y desarrolla síntomas que indican que hay algo que no va.

N. C.: ¿Y qué sucede cuando el excluido reclama su lugar?


B. H.: En este caso concreto, era evidente que faltaba algo: la hermana gemela de la madre no figuraba en la constelación. Por lo tanto, decidí introducirla y elegí a una persona para que la representara. Era el primer paso para poner orden. Hice que diera la espalda al resto de la familia para marcar que ella no formaba parte de ésta en ese momento. La persona que representaba a la madre se desplazó entonces para ir detrás de su hermana gemela. Esta reacción revelaba una dinámica oculta: la actitud de la madre mostraba claramente que deseaba seguir a su hermana en la muerte. Lo hacía con amor. ¿Cómo se sentía en ese lugar? Se lo pregunté. “Mejor”, me respondió la “madre”, confirmando así su deseo inconsciente de seguir a su hermana en el más allá.

N. C.: ¿Supo eso únicamente porque la madre se colocó detrás de su hermana desaparecida?


B. H.: Es una dinámica muy frecuente en las constelaciones. “Te sigo” significa que una persona se siente empujada a seguir las huellas de otro miembro del sistema. Y, con mucha frecuencia, para ser más preciso, es “te sigo en tu enfermedad” o “te sigo en la muerte”.

N. C.: ¿Existen otras dinámicas en las que una persona sufra la historia de otra?


B. H.: Voy a proseguir con mi ejemplo. Puse a la madre en su lugar inicial y la reemplacé por su hijo, detrás de la hermana excluida. Enseguida, el chico que representaba a Paul afirmó: “Me siento mejor”. Aquí aparece una segunda dinámica, consecuencia directa del “te sigo”. Ahora es el “mejor yo que tú”. ¿Qué pasa cuando Paul ocupa el lugar de su madre? Siente que ella desea morir y le dice: “Muero por ti”. Cuando uno de los padres está “aspirado” de alguna manera fuera de la familia por razones sistémicas, es decir, intenta reunirse con un miembro de la familia muerto, los hijos lo sienten inconscientemente. Al tomar la decisión del “mejor yo que tú”, el hijo se pone al servicio de su familia, se siente en armonía con ella y cumple su misión con buena conciencia.

N. C.: ¿Cómo evolucionó la constelación de Paul a partir de ahí?

B. H.: A partir de ahí, desplacé a la hermana gemela al lado de la madre: estaba pues de nuevo en la familia. Formaba de nuevo parte del clan. Después desplacé al chico hasta colocarlo delante de sus padres. Su madre le dijo: “Ahora me quedo”. Ya no necesitaba hacer nada por su madre, o más bien en lugar de su madre. Por consiguiente, se liberó. ¡Esa era la solución! Hasta ese momento, el chico quería suicidarse inconscientemente en lugar de su madre. Lo peor era que se sentía bien en ese papel que, sin embargo, no era el suyo. Un día habría podido dar ese paso y pasar al acto sintiendo una buena conciencia, porque lo habría hecho en lugar de su madre.

No se puede salvar a alguien mientras esté convencido de tomar decisiones justas y no experimente ningún sentimiento de culpabilidad: inconscientemente, sigue las reglas del grupo, en este caso de su familia. Como ya adivinará, este sentimiento está en función de la pertenencia al grupo: se tiene la certeza de ocupar su lugar.

Es una de las grandes leyes familiares.

N. C.: ¿El simple hecho de sentir que se pertenece a un grupo nos disculpa de todo lo que hagamos en su nombre, en base a su cohesión, a su supervivencia?

B. H.: Eso es. Cuando el sentimiento de pertenencia está claro, hacemos nuestra la conciencia del grupo, en este caso, la de la familia. La familia es el grupo más fuerte, pero también puede ser una pandilla, un ejército, una comunidad, un partido, una asociación, un sindicato, una banda... que es relevante para nosotros y sus valores se convierten en los nuestros. Por el contrario, cuando tememos no pertenecer más a ese sistema, tenemos mala conciencia. La aspiración a pertenecer al grupo constituye, en capas muy profundas del inconsciente, el principal motor de nuestro proceder. Mi conciencia es el grupo; es él quien decide por mí lo que es bueno o malo.

En realidad, la buena conciencia es una necesidad infantil. De niños, todos hemos experimentado la profunda necesidad de que nos mirasen, aceptaran y aprobaran nuestros padres. Porque lo peor que podría pasarnos era que nos excluyeran de nuestra familia. Por eso la fuerza de la fidelidad que nos vincula con ella es tan colosal: para no sentirnos excluidos y poder sobrevivir en la mirada de nuestros padres, estamos dispuestos literalmente a todo; e incluso, paradójicamente, a morir.

En el estadio infantil creo firmemente que el motor de este proceso es amor puro. Sin embargo, en la edad adulta, necesitamos liberarnos de esa mirada de nuestros padres sobre nosotros. Porque ya no se trata de amor, sino de una mezcla de miedo y costumbre. Evidentemente, liberarnos así es correr el riesgo de comprometernos en una vía no conforme con los ideales de nuestros padres, menoscabando así su amor propio. Esta liberación se acompaña a menudo de un sentimiento de mala conciencia. Incluso diría que, a cierto nivel, no se puede progresar en la realización de sí mismo sin una cierta mala conciencia.


La mala conciencia nos habita también cuando sentimos una deuda demasiado grande respecto a nuestro grupo de referencia, especialmente una deuda que no podemos pagar a nuestros “ancestros”. Así, he conocido a muchos judíos supervivientes de los campos de concentración, que vivían con una continua culpabilidad vis a vis de todos aquellos que no habían sobrevivido. Se comportaban como si rehusaran vivir. Era su manera – absurda pero comprensible – de pagar su deuda. Y esto aporta a la constelación una claridad suplementaria. Todos los intercambios deben estar equilibrados: si he recibido, debo devolver; si doy, debo recibir a cambio.

Es así. No puedo más que constatar este hecho.

La ley del equilibrio es totalmente inevitable. Puedo perfectamente, en nombre de mi propia idea de la “libertad”, transgredir todas las reglas de pertenencia grupal; pero entonces debo saber que no podré sustraerme en ningún caso – ni sustraer a mis descendientes – del necesario reequilibrio, en ocasiones muy violento, de esta animadversión. En ese sentido, encuentro ridículo limitar la terapia transgeneracional, como hacen algunos, al hecho de extraerse de su destino genealógico, de liberarse, de cortar de alguna manera lo que no serían más que trabas. Al contrario, según yo, la liberación de la persona pasa por el reconocimiento de sus lazos ancestrales. Negarlos, detestarlos, insultar a sus padres y a sus ascendientes, maltratarlos con el pensamiento, dar libre curso a todos los sentimientos negativos que alimentamos hacia ellos, todo eso no puede conducir más que a una cosa: culpabilizarnos a nivel inconsciente y castigarnos.

N. C.: Volvamos al objetivo de una constelación. Se trata de restablecer el orden en el sistema familiar…


B. H.: En efecto, porque cada tragedia familiar se basa en una transgresión de las leyes que rigen este sistema. Ya le he presentado una de esas leyes: el sentimiento de pertenencia y sus digresiones. Cuando un miembro de la familia ha sido excluido, expulsado, hay alguien más tarde que, inevitablemente, se sentirá inconscientemente implicado en el destino del excluido y recuperará para sí mismo dicha exclusión... sin comprenderla – a menos que efectúe una terapia transgeneracional -.

La segunda ley sistémica familiar se refiere a la precedencia: cada uno debe tener su lugar, según una jerarquía cronológica bien definida. Este orden no tiene nada de cualitativo. Significa simplemente que los padres pasan antes que los hijos, y los abuelos, o ascendientes, antes que sus descendientes. Por lo tanto, tienen una ventaja sobre ellos. Nadie puede mezclarse en los asuntos de alguien que estaba antes que él, sin que ello cree un desorden. El caso del hijo que quiere morir en lugar de la madre lo ilustra bien, porque se mezcla en los asuntos de su madre. He observado que todas las tragedias toman el mismo camino: un descendiente se mezcla en los asuntos de un antepasado con un sentimiento de buena conciencia. Pero la presión de la conciencia del clan hace que fracase.

N. C.: Buena conciencia, mala conciencia, conciencia de clan: ¡pero toda esta “conciencia” es inconsciente en realidad! ¿Según usted cómo funciona la del clan?

B. H.: En realidad, es bastante sencillo. Hay que decir que, primero, existe indudablemente una conciencia de grupo; segundo, que la conciencia se encarga de memorizar las informaciones. Sea cual sea la naturaleza de los intercambios entre los seres humanos, están siempre guiados por una buena o mala conciencia. Eso es lo que nos empuja a inmiscuirnos en los asuntos de nuestros antepasados y a transgredir la regla.

Cuando se sabe esto, se puede dirigir la conciencia personal de manera que esté en armonía con la conciencia del clan. Es verdad que la conciencia personal no tiene el mismo objetivo que la conciencia del clan – que a veces me gusta llamar “alma colectiva” -. Esta última puede describirse como una fuerza, un principio que nos empuja inexorablemente a buscar la armonía grupal, a restablecer el equilibrio colectivo. La conciencia de clan sobrepasa al individuo y vela para que nadie sea excluido. Incluso si la exclusión de un miembro parece justificada desde un punto de vista racional, la conciencia de clan no lo tolerará, y empujará a la familia a reaccionar como si se hubiera producido una injusticia que debe expiar. Para que todo vuelva a estar en orden, será absolutamente necesario que el que ha sido excluido vuelva a encontrar su lugar, mediante un sustituto si es necesario.

N. C.: ¡Una especie de memoria conservadora que busca que permanezca la figura primera, que todo el mundo siga en su lugar!

B. H.: Sí, eso es lo que llamo “intrincación sistémica”. A veces sucede que la hija detenta el papel de madre de su propia madre, especialmente si ésta está enferma o es depresiva. La hija se coloca pues por encima de su madre. Pero esto constituye un auténtico delito en la conciencia colectiva, porque los papeles están invertidos y engendra problemas psicológicos para los individuos de la familia.

Ahora bien, lo extraordinario es que la desestabilización de un sistema familiar puede sentirse a lo largo de varias generaciones.

Una hija puede sentirse desestabilizada y endosar el sentimiento de culpabilidad de una de sus bisabuelas, que nunca conoció y ¡de la que nadie le ha contado “el delito”! Durante una constelación familiar, hay que volver a dar a esta persona excluida el lugar que le corresponde en el seno de la familia. En el caso de una tatarabuela, yo introduciría en la escena a varias personas que representen varias generaciones para remontarnos al origen del problema. Cuando la ancestra excluida sea rehabilitada y aceptada – manifestando su representante un estado de bienestar en la constelación -, el orden se restablecerá en la descendencia.

N. C.: ¿Para qué gran tipo de problemas podemos recurrir a la técnica de constelaciones?

B. H.: Antes de responder, quisiera insistir en uno o dos puntos. Primero, una constelación no es ni un divertimento ni un espectáculo. No se viene a hacer una constelación por curiosidad. Con bastante frecuencia, lo que se pone en juego es grave porque el paciente sufre. Ya se trate de una enfermedad, de una tendencia suicida, de un duelo no hecho por una madre muerta al nacer la hija... En resumen, para todo tipo de situación en la que se sienta una impotencia ante el sufrimiento, la constelación puede ser una buena técnica. Evidentemente, en ningún caso puede tratarse de “ajustar cuentas” con tal o cual miembro de la familia. Para ello, existen múltiples terapias de tipo “emocional”, que son mucho más eficaces.

Las situaciones en que las constelaciones se muestran especialmente útiles son, por ejemplo, las que giran alrededor de enfermedades tipo cáncer o anorexia, problemas consecutivos a una adopción y también a una violación... es bastante variado. He trabajado en cárceles con grandes criminales y también me he ocupado de problemas de parejas. Una constelación puede evitar una separación… y provocar otra. El que quiere irse sigue quizá inconscientemente el destino de un miembro de su familia que, en otra época, se ha visto obligado a dejar al ser amado. Y el que se queda también lo hace quizá por lealtad hacia un ancestro que había abandonado a su familia como un cobarde.

N. C.: Usted dice que vienen a consultarle pacientes aquejados con graves enfermedades. Pero no pretende que la curación sea el objetivo de una constelación...

B. H.: Sucede a menudo que la enfermedad corresponde a un deseo de expiación. Recuerdo un paciente que se había identificado a su abuelo que había atropellado y matado a un niño con el coche. La enfermedad permitía a este joven endosar el sufrimiento culpabilizado de su abuelo. Al renunciar a llevar esa culpabilidad, su salud mejoró. Pero cuidado, no soy médico y se lo vuelvo a decir muy claramente: la curación no es el objetivo de la constelación. Mi trabajo consiste ante todo en reequilibrar las fuerzas o las corrientes – llámelas como quiera – que actúan en el seno de la familia.

N. C.: En un cierto número de terapias, especialmente transgeneracionales, se habla del perdón. ¿Es importante esta noción para usted?

B. H.: Cuando alguien perdona, se pone “por encima de los demás”. En realidad, el perdón hace que el “presunto” culpable se sienta todavía más culpable. Para mí, la reconciliación real se basa en el reconocimiento de las “equivocaciones” de cada uno y va acompañada de un diálogo con la persona concernida.

N. C.: ¿Incluso si la persona en cuestión ha vivido varias generaciones antes que nosotros?

B. H.: Totalmente. Y la constelación también sirve para eso. Para restablecer una comunicación más allá del tiempo. Pero ¿sabe?, si estas terapias no transmiten amor, no son más que técnicas y llevan únicamente a algo superficial. El amor que está en juego aquí no tiene nada que ver con el que puede experimentar un hombre por una mujer, o unos padres por un hijo. ¿Qué es lo que realmente actúa en la constelación? Esta percepción que me permite captar intuitivamente lo esencial de la persona observada. Esta percepción no solo es receptiva; también crea una fuerza que actúa de manera manifiesta. Yo digo que es el amor quien permite que actúe el proceso. Solo él puede llevar a que seres humanos que han enfermado consientan a su destino, a su familia. Por supuesto la intimidad que nace de esta forma de percepción no es posible más que si se observa con una cierta distancia; la distancia del verdadero amor, que no es fusión, sino respeto y escucha atenta.

N. C.: ¿Diría que se trata de una actitud espiritual?

B. H.: La noción de espiritualidad es siempre difícil de delimitar. Gracias a las terapias transgeneracionales, podemos cambiar nuestra visión y abrirnos a una forma de conocimiento espiritual. Desde el punto de vista de la fenomenología, la cuestión es aceptar nuestra vida, nuestro destino, tal como se presenta. Nos sintonizamos, sin resistencia. Tal acuerdo da fuerza interior y ésta permite conservar una auténtica serenidad, incluso cuando estemos sometidos a grandes presiones. Cuando se trabaja con las sutiles relaciones que se mantienen con la línea genealógica, terapeuta o paciente, se descifra de manera mucho más clara la inmensa aventura de la vida.

N. C.: Hablar de un trabajo “de alma a alma” debe sorprender a muchos terapeutas – que deben ver en ello restos de su pasado como sacerdote. ¿Por qué correr el riesgo de confrontarlos y cerrarse a ellos?

B. H.: A partir de un momento determinado, sentí que mi tarea no estaba ya en el sacerdocio. Pero no lamento nada de mi pasado y sigo prestando mucha atención y respeto a mi Iglesia de origen. Creo que haría lo mismo aunque no fuera creyente. Comprendo muy bien el gesto de Martin Heiddegger, del que se dice que seguía mojando su mano en la pila del agua bendita y haciendo el signo de la cruz y una genuflexión cuando entraba en una iglesia, incluso cuando había perdido la fe. Según yo, lo hacía por respeto a sus ancestros. En cuanto a la palabra “alma”, hace vibrar lo más profundo que hay en nosotros. Es un nivel misterioso del que me es imposible pretender conocer la naturaleza íntima. Es cierto que, a un determinado nivel, no somos individuos separados y que en el fondo todos estamos unidos. Sin duda es a ese nivel donde se produce una comunicación “de alma a alma”... El alma sobrepasa con mucho al individuo. No tengo ningún punto de vista ideológico sobre esta cuestión. Es un fenómeno que constato.

N. C.: Usted se sitúa más allá de la moral...

B. H.: Abordar una constelación partiendo de prejuicios morales haría que cualquier acción fuese en vano. Incluso en casos criminales, la cuestión no es juzgar en términos de bien o mal, sino encontrar el contexto en el que se produjo el crimen. Podría citar aquí el caso de una relación incestuosa que, puesta en constelación, permitió que la mujer que había sido la víctima, reconociera que había cumplido la función de reemplazar a su madre y que, fuera lo que fuera lo que pasó, continuaba amando a cada uno de sus padres y podía, habiendo planteado los diferentes intercambios sin odio, liberarse de las ataduras incestuosas que la alienaban, dejando a sus padres consigo mismos.

Del mal puede nacer el bien.

De la misma manera, si nace un niño de una violación, este niño estará en la obligación de reconocer que su padre es su padre y que no tiene otro. Y la madre de este niño deberá, a cierto nivel, amar al hombre que la violó, es decir respetar en él al padre de su hijo. Si no lo hiciera, negaría algo esencial de su hijo, en detrimento de éste y de su descendencia. Aquí no se trata de estar enamorada de su violador, sino de conjugar el verbo amar en su nivel superior, donde el amor corresponde a una fuerza superior a todo. La falta del violador no se borra por esto, pero se sitúa en un contexto más grande.

N. C.: ¿Qué hay del trabajo de integración final? ¿Usted suelta ocasionalmente a la gente en la calle sin que hayan podido verbalizar lo que ha ocurrido en su sesión de constelación?

B. H.: Digamos primero que algunas personas están en un estadio tal de su evolución personal que prefieren continuar soportando un sufrimiento conocido antes que correr el riesgo de abrirse a una felicidad desconocida. Cuando se sufre demasiado tiempo por una mala causa, se termina por decirse que no puede ser tan mala... ¡en lugar de comprender que es realmente hora de cambiar! Dicho esto, muy a menudo, cuando una constelación se interrumpe antes de llegar a su fin – porque se ha bloqueado en un “callejón sin salida” y decido interrumpirla, o porque el paciente cuyo caso “constelamos” se enfada y se va -, compruebo que, unas horas después o algunos días más tarde, la persona me contacta para mencionarme que se está efectuando un trabajo de fondo en sí misma, con diversos cuestionamientos.

En ese caso, la constelación ha servido de desencadenante para un proceso inconsciente más largo, pero inmensamente útil.

N. C.: Cuando se llega al final de una constelación, cuando por fin se ha encontrado la combinación y se ha instalado una serenidad general, a veces pide al paciente, es decir al sujeto cuya situación y familia están representadas en la escena, que deje su silla de “espectador” para ocupar el lugar del “doble” que le representaba…

B. H.: Sí, para recibir de alguna manera la bendición de sus antepasados. ¡Para esta persona es un formidable baño regenerativo! Pero también ocurre a veces que la persona no puede asumir ni recibir este regalo – es demasiado o demasiado pronto -. No se la puede forzar a actualizar en ella, en ese momento, la ventana de oportunidad que la constelación ha abierto en el campo de posibilidades.

N. C.: Se dice que usted insiste mucho en que los más ancianos bendigan a sus descendientes al final de la constelación, ¿es para dejar bien claro que se ha encontrado el orden “normal”, o “cronológico” o “ancestral”?

B. H.: Sí. Cuando un hijo se inclina ante su padre y éste le da su bendición, se vuelven a poner en la corriente vital y se someten a ella. El gesto del padre bendiciendo a su hijo va mucho más lejos que su simple relación interpersonal: de hecho, es toda su estirpe la que, mediante el padre, reconoce al hijo. El padre no sirve en suma más que como intermediario. No niego que se trata de un acto religioso, en el más antiguo sentido de la palabra: vuelve a unir a los vivos y a los muertos mediante una corriente de consciencia y de amor. En ese sentido, se puede decir que la constelación familiar tiene algo de liturgia. Por ello es tan importante no practicarla más que con un gran conocimiento y un profundo respeto.


1.- Nos hemos acercado a este método en el marco de un taller animado por una psicoterapeuta francesa, Marie-Thérèse Bal-Craquin. 
2.- Los trabajos de Rupert Sheldrake, de "Una nueva ciencia de la vida" a "Esos animales que esperan su amor", están publicados en ed. Rocher.

________________________________________________________ 

Reflexiones de Martin Gannott, 2003

https://www.insconsfa.com/arth_reflexiones_de_martin.php

________________________________________________________  

 

Asentir a los movimientos del alma en la constelación como filosofía aplicada

Reflexiones de Martín Gannott 
Después del taller de formación avanzada en Hamburgo, 2003

En estos últimos tiempos se ha mostrado repetidamente que el trabajo de constelaciones familiares proporciona sin lugar a duda una penetración en la dinámica de base de un sistema y hace resaltar con mayor claridad soluciones posibles para las problemáticas de los clientes. Alcanza sin embargo un límite cuando se topa con destinos particularmente pesados en la estirpe familiar, que desarrollan sus efectos hasta el día de hoy. En estos casos, se trata lo más frecuentemente de delitos muy graves, como por ejemplo un crimen.

El efecto de tales acontecimientos en el alma familiar no puede ser descrito únicamente con lo que conocemos hasta ahora sobre ataduras, equilibrio y orden, ni puede ser aliviado de manera apropiada solo con aclaraciones sobre la responsabilidad o frases de solución o “devolución (de sentimientos)”.

Sin alterar la validez de las constelaciones familiares, esto llevó a un desarrollo ulterior del trabajo hacia los movimientos del alma. Aquí son de igual importancia los conocimientos referentes a las reglas de sobriedad, puesto que la actitud del terapeuta juega un papel aún más significante siendo resultado de su propio desarrollo.

En el taller de formación avanzada de Hamburgo, Bert Hellinger demostró este desarrollo en progreso así como nuevos conocimientos de las dinámicas. Esto permitió que algunas de las hipótesis se aclararan para los observadores, hipótesis necesarias para lograr el trabajo con los movimientos del alma. Al terapeuta le corresponde respetar los procedimientos propios de la fenomenología, el papel del que ayuda y la importancia de la filosofía para alcanzar la profundidad en el trabajo.

Fenomenología – Observación bien entrenada

Al que trabaja con constelaciones le resulta conocido cuán determinante es una buena observación. En Hamburgo se pudo ver que una percepción ampliada lleva a dar pasos con efectos decisivos en el trabajo con clientes. Nos pudo haber parecido familiar la apariencia de un cliente masculino que, evidentemente, carecía de la bendición del padre. ¿Cómo reconocerlo? Lo masculino permanecía oculto en él, sin brillo y sin seriedad. Gracias a preguntas oportunas el cliente mismo pudo encontrar la buena solución.

Más complejo en cambio fue el caso de una mujer americana, que ya en su silla parecía apresada de un modo extraño, deprimida sin estar realmente triste. Se acercó a Bert Hellinger con pasos furtivos, luego quiso regatear en su idioma materno un arreglo por separado, a su manera, todo esto con un ímpetu muy raro.

¿En qué umbrales hacia la realidad de esta cliente se encuentran estas percepciones? Bert no trabajó con ella, pero dijo que aquí se trataba de culpa personal. Si hubiéramos entrado en el juego, habríamos constelado de manera clásica a pesar de todas estas señales, siguiendo las reglas del arte y dejándonos guiar por las informaciones del representante: ¿qué posibilidades habría tenido aún la cliente (y el terapeuta) de confrontarse a la verdad? Pero sobre todo, ¿por qué medios se llega a tener esta percepción ampliada?

La fenomenología del trabajo de constelaciones se diferencia fundamentalmente de las otras, como la del psicoanálisis, del “Prozessarbeit” ( trabajo basado en un proceso) o incluso de la PNL.

El trabajo como constelador apoyándose en la fenomenología significa de modo implícito que uno no se limita a la percepción con los sentidos, sino que uno percibe a la vez con el alma, “de alma a alma” por así decirlo. En realidad es también un modo de proceder “poético”.

Esto presupone que uno se ha arriesgado a tomar consciencia de su propia alma, empezando por la aceptación de sus propios padres así como el reconocimiento del destino de los ancestros. Con esta actitud de base, puede madurar la percepción hasta superar posibles desengaños y crecer para abrirse a soluciones.

Esto conlleva dos implicaciones distintas. Por una parte es posible que la propia percepción adquiera con el tiempo una mayor amplitud y consistencia; por otra parte este desarrollo puede llevar a que el terapeuta esté en condiciones de reconocer con claridad y en un instante el autoengaño esencial activo en el cliente a través de sus antepasados, dándole entonces el impulso apropiado para que se logre una solución.

¿Cómo se ha visto esto en los días del taller? Para el observador no era difícil darse cuenta de que el “discurso” producido por el cliente tenía una importancia mucho menos relevante que antes, en cambio se volvía de suma importancia la comprensión instantánea de lo esencial por el alma que abarca en su visión mucho más que solo el sistema. En este proceso se destaca el arte en el primer término, el arte de discernir lo esencial para el logro del trabajo y, a la vez, alcanzar la armonía con la “energía” de lo que se ha expuesto.

Esto implica por una parte que para el terapeuta este “esencial”, igual que una premonición, se haga perceptible cada vez más temprano, incluso antes de los intercambios en la “ronda”. Por otra parte es imprescindible que el cliente consiga limitarse a pocas frases – aquí eran autorizadas un máximo de tres – para “exponer su caso”. 

Se hizo claro que de esta forma el terapeuta, pudiendo permanecer centrado, era capaz de dejar emerger en él una imagen, fruto de su percepción, que lo podía guiar. Durante los movimientos surgieron también frases de soluciones únicas, nacidas de la imagen espontánea y recogida del momento presente, no del diagnóstico ni de los pasos habituales de solución en una constelación.

La fenomenología de los movimientos del alma está desde un principio ligada a la veracidad del alma. La aplicación más profunda de esta veracidad es tal vez el asentimiento con todo corazón al propio destino y al de todos los que pertenecen al alma familiar. Esto nos aleja del peligro de una desilusión y, por lo tanto nos hace posible, con el tiempo, la penetración intuitiva en el alma más grande.

Lo que significa también, a su vez, que mientras se juega algo falso entre terapeuta y cliente, éste no consigue mirar su destino de frente. Con lo cual se impide el éxito en el trabajo, dejando el alma sin fuerzas y retraída. Confrontar la falta de armonía requiere coraje. Y esto desde luego puede causar angustia.

Clientes con angustia y sus impulsos mortíferos.

En el transcurso de la formación se pudo observar unos casos de síndromes angustiosos, gracias a los cuales una reciente observación de Bert se reveló: aquel que con constancia llega a niveles patológicos de angustia está en realidad sintiendo sus propios impulsos violentos, hasta asesinos, que frecuentemente se originan en el sistema. Esto coincide, a nivel fenomenológico, con la agresividad observada en el cliente. Ella intenta imponer al que está enfrente una deferencia hacia el miedo que ella mismo siente y, de cuando en cuando, logra despertar en aquel, cuando existen intrincaciones, impulsos de desamparo agresivo sumado a un sentimiento de culpa. 

Una imagen interior me vino durante estos días: cuando me represento una persona a media distancia y la dejo vibrar con el sonido de la palabra “angustia”, se vuelve visiblemente más pequeña, más espesa en las piernas y con los puños cerrados. De hecho, lo menciono muy brevemente, la palabra alemana se queda a menudo sin poder traducir y resuena de forma muy particular. Nuestro idioma pertenece también a nuestro destino…

Entender de otra manera el papel del que ayuda

El taller inspiró de varias maneras la pregunta siguiente: ¿Qué es un ayudante? Muchas veces, algo muy distinto de un terapeuta. El ayudante considera al cliente como un adulto siempre capaz de gestionar. ¿Cómo es esto? El que ayuda respeta en su cliente a sus padres, su destino y su vocación, sus movimientos, así como le guían y tal vez como le maduran. Y él permanece en sus propios movimientos. De esta forma la ayuda se convierte en un encuentro intenso, en ocasiones fructífera entre dos personas iguales.

El que ayuda no se interpone con sus conceptos o su saber, ni siquiera con respeto a las constelaciones. Ahí donde resulta posible trae a la luz un movimiento del alma; tal vez lo impulsa hacia delante y luego se retira modestamente. Lo hace como un adulto, sin esperanzas ni miedos y sin la intención de sanar, sabiendo que él es pequeño frente a un movimiento mayor. Es muy respetuoso de las fuerzas del alma, evitando que ellas se tornen en contra de él.

La actitud interior que lo apoya es igual que el lema del taller, “la paz comienza en la propia alma”. El ayudante ve la paz con buenos ojos pero no la “quiere”. Por esto está relajado y alegre. Está en armonía con esta fuerza mayor que, al igual que Venus y Marte, guía y alienta tanto la paz como la guerra. Nuestra vehemencia en diferenciar y juzgar no les impide estar relacionados. El ayudante sabe que el alma grande, en sus movimientos lentos de reconciliación, lleva a juntar los opuestos y lo irreconciliable hasta que se hagan uno, aún si él no lo entiende y si lo quisiera de otra forma. La pequeña paz no se puede comparar con la grande. Ésta es un regalo. 

Con respecto al que ayuda, algunos gustan de mencionar “el ayudante”, otros piensan en “el sabio”, otros más en “el compañero”.

Observaciones detalladas sobre lo práctico – Constelación y público

Cuando trabajamos con los movimientos del alma no colocamos a las personas juntas, como en la disposición de una constelación, sino que las colocamos frente a frente. En cierto sentido, se las coloca frente a su destino y frente a lo que les impidió aceptarlo. Más aun cuando en las constelaciones hasta ahora se forma un espacio separado y quieto para los movimientos, desprendido de lo profano de la opinión que prevalece en el momento. Una palabra para aquello es “templo”.

Me llama siempre la atención ver que el público presente no molesta para nada al cliente; por el contrario, lo alienta en el recogimiento tan importante para llegar a esta veracidad del alma descrita anteriormente. En una sesión individual puede surgir el engaño con más facilidad. ¿Tal vez frente a un público es como si el alma se mirara y se oyera a sí misma? Simultáneamente, la presencia del público actuaría como una forma de cuerpo de resonancia, fortaleciendo lo vivido y haciéndolo llegar a una plenitud en el alma del cliente. Tal vez sea eso también un efecto de las aclaraciones ocasionales de Bert que, recordando los coros de las tragedias griegas, están dirigidas de modo patente a un grupo mayor y establecen una “notoriedad del alma”. 

Filosofía – No hay ayuda sin percepción de lo que hay.

Finalmente, se oyeron durante el taller numerosas sugestiones para meditar acerca del papel de la filosofía en la ayuda. Esto confirma que se trata menos de una asignatura académica y más de exponerse de forma directa a la percepción de lo que existe en las constelaciones y en la vida. Esto puede ayudar a considerar a las dos con mayor claridad. Así es como constatamos por ejemplo que nuestros conceptos sobre tiempo y espíritu pueden ampliarse cuanto más permitimos que los movimientos del alma actúen en nosotros.

Nuestro pensamiento sigue una estructuración según categorías, por ejemplo los conceptos de causalidad, espacio y tiempo, que están interconectados. El tiempo que transcurre se siente por nosotros vinculado a la observación del movimiento y a la idea de un movimiento de la vida. Los vivos están en el tiempo. Al morirse ellos, podemos sentir en nuestra alma que aún en nosotros viven. Y sentimos también en nuestra alma el momento en que los muertos, llegada su hora, no están más aquí, el momento en que todo acaba. No debemos oponernos a este alejamiento de los muertos. El alma crece y alcanza la paz cuando, al cabo de un tiempo, todo se puede terminar.

¿Y a dónde lleva a los muertos este movimiento mayor?

La respuesta de Bert a esta pregunta fue una cita de Ricardo Wagner: “El eterno olvido primordial”.

“Yo estaba 

donde siempre he estado 

y donde para siempre estaré: 

en el reino lejano de la noche del mundo.

Ahí disponemos de esta única certeza: 

el olvido primordial, divino y eterno!” 

Ésta es la expresión poética de lo que solamente se puede describir de otra forma con una paradoja como el hundirse en un lugar fuera de cualquier lugar o en un tiempo infinito, antes y después de toda experiencia.

En este olvido primordial todo está suspendido, en su plenitud: olvidado, después de haber sido conocido y consumado, realizado. Nuestra realización ocurre en el momento justo y necesita al tiempo mientras dure. Luego se borra el tiempo y su movimiento, y empieza otro movimiento, y nos volvemos todos iguales frente a la ausencia del tiempo.

Tal vez se encuentre el alma grande al servicio de aquel movimiento.

Significante se vuelve también la reflexión sobre el nivel del espíritu. El espíritu detrás del alma, guiándola e inspirándola, fue descrito por Bert como “una fuerza inagotable de creación”, dándole su orden al alma. Para nosotros es un misterio. Quizá le corresponda lo que fue dicho sobre el olvido primordial. Entonces sería él, en cierto sentido, definible como sin tiempo-de todos los tiempos, atemporal y eterno. Todo lo que alcanza una realidad es ya conocido de antemano por él, y aunque no haya acontecido todavía, ya existe. Esto podría significar que este ámbito del espíritu es común a toda la humanidad de todos los tiempos y tal vez también accesible. 

Si fuera así, se nos abrirían nuevos caminos para nuestra comprensión del destino y de la vocación, y afectaría a nuestra actitud como ayudantes y nuestro trabajo “en el espíritu apropiado”, como se nos dio a ver en Hamburgo. No hay sanación sin el espíritu. El camino que lleva hacia ello implica acompañar plenamente y asentir a los movimientos del alma.