Bert Hellinger / Los textos citados son las transcripciones autorizadas por el mismo Bert Hellinger de sus entrenamientos y conferencias. Algunos son extractos de sus libros.














































Sólo el amor tiene futuro

Conferencia en Kehl, Alemania, 13.1. 2005
Revista Hellinger Sciencia junio 2008

Para comenzar les cuento una pequeña historia que me hizo pensar. 

La fe 

Alguien cuenta que escuchó a dos personas comentando cómo hubiera reaccionado Jesús si al decirle a un enfermo “¡Levántate, toma tu cama y vete a tu casa!”, éste le hubiera respondido:“¡No quiero!”. Una de las dos contestó que probablemente Jesús no hubiera dicho nada al principio, pero luego se habría dirigido a sus discípulos diciendo: “Este hombre honra a Dios más que yo”.

Yo me narro esta historia cuando me doy cuenta que con un cliente las cosas no son sencillas. No sabemos si estamos en sintonía con él. No sabemos si podemos ayudarlo o no. No sabemos si otra fuerza más grande ha dispuesto algo para él distinto a lo que yo me imagino. Ahora, si yo lo dejo, si simplemente lo dejo, ¿es esto amor? Es otro amor. Sobre ese amor es sobre el que quiero hablar hoy por la noche. 

Amor y vida

Los saludo afectuosamente en esta velada que tiene como tema: Solo el amor tiene futuro. La pregunta es: ¿Qué amor? ¿Qué es realmente amor? Amor es vida y vida es amor. Vivir quiere decir: Estamos en relaciones duraderas. Nosotros provenimos de una relación, de una relación de amor, la relación de amor de nuestros padres. Ese amor está en el inicio de nuestra vida. Entonces crecemos y nos desarrollamos, y lo hacemos en relaciones de amor. Cuando tenemos problemas ¿cuál es la causa de esos problemas? Casi siempre tiene que ver con una relación. Casi siempre se trata de un problema de amor. Pero todos nosotros hemos hecho la experiencia: no cualquier amor tiene futuro. La pregunta es entonces: ¿Qué amor tiene futuro? Hay una bella poesía de Rilke con la cual comienza su "Libro de las horas". La primera estrofa dice: 

Vivo mi vida en círculos crecientes,
que se dibujan sobre las cosas.
Quizá no complete el último,
pero lo quiero intentar. 

Ese crecer en círculos crecientes es para Rilke girar alrededor de Dios, girar en torno al más profundo conocimiento de Dios. Es un girar con amor. También podríamos decir: 

Vivo mi vida en círculos crecientes,
que se dibujan sobre las cosas.
Quizá no complete el último, aquel amor
que de la misma manera todo toma en su corazón,
pero lo quiero intentar. 

El primer círculo del amor: Tomar con amor

Ahora bien, ¿qué es para nosotros el primer círculo del amor? Es el amor del cual provenimos. Es el amor de nuestros padres antes de nuestra concepción, antes de que hubiésemos nacido. Es un amor en el cual solamente tomamos. Son los padres los que con amor dan y nosotros tomamos. 

Meditación: El comienzo del amor

Haré ahora un pequeño ejercicio con ustedes, una meditación. Pueden cerrar los ojos si lo desean. Imagínense a sus padres como una pareja de enamorados. Imagínense cómo ellos se encontraron con amor. Cómo en el amor ellos se convirtieron en uno. Cómo de esa unión de amor fuimos concebidos nosotros. Luego nuestra madre quedó embarazada. Los padres estuvieron preocupados de que todo saliese bien y durante nueve meses se alegraron. Ya antes de que nosotros hubiésemos visto la luz del mundo ellos pensaban constantemente en nosotros. Nuestra madre nos sintió y estuvo todo el tiempo dedicada a nosotros con amor, con esperanza, antes del nacimiento tal vez también con miedo.

Entonces nacimos. Vimos la luz del mundo y nuestros padres entonces nos miraron. Mutuamente se miraron a los ojos, luego nos miraron a nosotros y dijeron: “Nuestro hijo”. Y nos aceptaron como su hijo. Así ellos se convirtieron en nuestros padres y nosotros en su hijo. Buscaron un nombre para nosotros y nos dieron el suyo.

Ahora miramos a nuestros padres con amor, así como una vez ellos nos miraron a nosotros. Tomamos esa vida de ellos con todo lo que le corresponde. La tomamos al precio completo que a ellos les costó y también que a nosotros nos cuesta. Así les decimos: “Sí” y ”Gracias”.

Sentimos lo que sucede en nuestra alma cuando así los aceptamos, simplemente como ellos son.

Con ellos tenemos un destino especial. Pues nuestros padres también tuvieron padres y éstos a su vez también tuvieron los suyos. La vida fluyó a través de todas esas generaciones hasta llegar a nosotros. Ninguno de ellos pudo agregarle algo. Ninguno de ellos pudo quitarle nada. Todos se comportaron correctamente. En la toma y traspaso de la vida todos fueron perfectos. Todos estuvieron bien.

Por eso ahora le abrimos nuestro corazón a esa vida tal como ella a través de nuestros padres llegó a nosotros. Sentimos el amor: su amor, nuestro amor. Este es el comienzo del amor, el primer círculo del amor. 

Errores de los padres

Algunos quisieran decir: pero los padres también tienen defectos. Cometen errores. Ellos no hicieron todo bien. Algunos hubiesen podido ser distintos y deberían haber sido distintos.

En el instante en que nosotros lo pensamos perdemos a nuestros padres. El amor que está detrás de nuestra vida y que la hizo posible y trasmitió ya no puede fluir más.

Solamente ese amor que mira a los padres tal como ellos son y que les da su consentimiento, así como ellos son, así como de ellos fluyó hacia nosotros, solamente ese amor crece. De lo contario ya antes de que podamos crecer nos marchitamos en el amor. 

La fuerza de lo incompleto

Muchos adultos acusan a su madre o a sus padres y dicen, ellos deberían haber sido distintos. ¿Qué sucede entonces en ellos? Ellos quedan aislados del profundo y verdadero amor.

Cuando la gente habla sobre cómo deberían haber sido sus padres, lo llamativo es que ellos tienen expectativas con la madre y con el padre como en realidad solamente se pueden tener con Dios. Aunque ni siquiera Dios es perfecto.

¿Es demasiado lo que estoy diciendo? No. Dios es incompleto. Todo lo creativo es incompleto. Lo completo no puede ser creativo. En el mismo Dios existe ese movimiento que crece de una cosa a la otra. Solamente me lo puedo imaginar de esa manera. ¿Y justamente nuestros padres tendrían que haber sido perfectos? No, ellos tienen el derecho a ser como son. Y así los acepto. 

El segundo círculo del amor: Seguir tomando

Miro ahora mi infancia y todo lo que yo viví entonces, lo pesado y lo hermoso. A todo lo que sucedió le doy mi asentimiento, tal como sucedió. Justamente porque todo fue como fue yo pude crecer. Aquello que rechacé no me sirvió para crecer. Solamente pude crecer en aquello a lo que yo le di mi consentimiento. Este es el segundo círculo del amor y supone tomar, solamente tomar. Con mucha frecuencia queremos separarnos de nuestros padres, o en nombre suyo nos hacemos cargo de algo y creemos que debemos ayudarlos. Frente a ellos nos hacemos los grandes y nuestros padres se volverán pequeños ante nuestros ojos y nuestros sentimientos.

Quien constantemente se rebela contra sus padres solamente puede hacerlo porque ellos constantemente están dedicados a él. Solamente pueden rebelarse aquellos que tienen un hogar. Quien carece de un hogar no puede rebelarse. Por lo tanto, la arrogancia que a veces está presente en nuestra rebelión es mísera y débil.

Seguimos siendo niños y tomamos todo lo que nuestros padres nos dan. Así crecemos en el segundo círculo del amor hasta que alcanzamos el límite en el cual no podemos hacer otra cosa que transmitir lo que nos ha sido dado. 

El tercer círculo del amor: Dar con amor, como pareja y como padres

Entonces nos separamos, pero llenos de todo lo que ellos con su amor nos dieron. Recién entonces somos capaces de iniciar una relación de pareja, estamos capacitados para relaciones en las que se trata de dar y recibir de la misma manera, en las que se trata de un equilibrio entre dar y recibir.

Cuando la pareja tiene hijos, cuando ambos se convierten en padres, ellos podrán traspasar todo lo que recibieron de sus padres porque ellos pudieron tomarlo. Este sería el tercer círculo del amor en el que crecemos en el amor. 

Meditación: Dar después de recibir

Ahora hago con ustedes un ejercicio. Pueden cerrar los ojos. Miren a vuestro compañero, con quien están unidos, tal vez casados desde hace muchos años. O tal vez ustedes buscan un compañero, buscan una relación entre hombre y mujer, quieren crear una familia. Imagínense ustedes lo que con frecuencia sucede. Allí hay dos personas que se enamoran, que locamente se enamoran, como habitualmente se dice; están completamente ciegos. Este es un sentimiento maravilloso. ¿Ellos dan por amor o están a la espera de algo? ¿Están maduros para el dar y recibir o serán seducidos por su enamoramiento para encontrarse y de pronto despertar y ver al otro tal como él o ella es? Entonces comienza el verdadero amor entre el hombre y la mujer. Este es el amor a segunda vista.

Pero vemos que muchas convivencias no resultan. Una de las razones es que uno de los miembros de la pareja o tal vez los dos no han pasado completamente del primer círculo al segundo y no han tomado todo de sus padres.

A veces le digo a una mujer que se queja con “No encuentro ningún hombre”, una frase provocativa: “Sin madre no hay hombre”. Quien no ha tomado a la madre no puede amar, no puede amar de manera profunda.

Miremos ahora a nuestra pareja y volvamos al tiempo de nuestra infancia. Miremos a nuestros padres y a todo lo que durante años nos regalaron. Y les decimos: “Gracias. Ahora lo tomo, todo, exactamente así como ustedes me lo dieron. Aunque me haya resultado difícil ahora le doy mi consentimiento. Asimismo lo tomo en mi corazón. Todo lo que fue tiene el derecho de ser tal como fue”. En ese tomar sentimos cómo nos hacemos fuertes.

Cuando así tomamos todo lo que nuestros padres nos dieron, miramos a nuestro compañero y sentimos que un amor distinto ha tomado posesión de nosotros, sentimos que somos capaces de amar de manera distinta. Con menos expectativas, con menos ilusiones, pero con ambos pies sobre la tierra, suficientemente fuertes para aquello que la convivencia en el transcurrir del tiempo nos regala pero también exige de nosotros. Sobre todo cuando de esa convivencia han nacido niños y nosotros dejamos que el amor que recibimos de nuestros padres se derrame sobre nuestros hijos. O, en el caso de que no tengamos hijos, dejamos que ese amor se derrame sobre algo que hacemos al servicio de la vida. 

Pruebas de amor

Ahora alguno podría decir: “Todo suena tan ideal. ¿Qué tiene que ver todo esto con la realidad? Mi mujer es así y la familia de la mujer o la familia del hombre es así”. Estas son las pruebas de amor. El amor profundo debe transitar un camino de purificación. Al respecto hago un ejercicio con ustedes. En Polonia tengo un amigo, un psicoterapeuta. Él me contó que reunió a jóvenes de distintas culturas. Por ejemplo, israelíes y palestinos, o musulmanes y cristianos. Después de un cierto tiempo ellos se entendieron muy bien. Yo entonces le pregunté: “¿Cómo lo lograste, cómo hiciste para reunirlos?”. Él me contó otro ejemplo de Rusia, del Cáucaso, donde algunos pueblos están en conflicto entre sí. Mi amigo convocó a jóvenes de distintos pueblos. También ellos pudieron después de un tiempo convivir en paz y entenderse. El dijo: “Fue muy fácil”. Él hizo con ellos un ejercicio. Me gustaría ahora hacerlo con ustedes. 

Meditación: El amor puro 

Cierren los ojos. Imagínense: ustedes tienen un nombre, su nombre. El nombre y el apellido. Ustedes dejan de lado el nombre, el nombre y el apellido. Déjenlo, simplemente déjenlo. ¿Falta algo? ¿Son por eso menos que antes? ¿O son esos nombres irrelevantes para lo realmente esencial?

Ustedes han tenido éxitos en su vida. Dejen de lado esos éxitos y prueben si algo le falta a lo esencial. O si eso no es irrelevante para lo fundamental. Y luego, tal vez, háganlo con la religión y el idioma, y con los deseos, con las expectativas. Es una buena cosa dejarlos, simplemente dejarlos y ver si algo cambia, si algo se ha perdido. Cuanto más nosotros los dejamos, uno tras otro, más profunda será nuestra concentración sobre lo esencial, sobre el núcleo existencial. Allí realmente somos Yo, allí hemos llegado. Concentrados de esta manera, concentrados en lo esencial, miramos a nuestra pareja. Y hacemos lo mismo con ella. Prescindimos de lo insignificante, de aquello que nos molesta en ella, tal vez un comportamiento, cualquiera que el sea. Deja que todo siga su curso, su familia por ejemplo, sea como fuese, hasta que finalmente podamos ver en su esencia, allí donde él plenamente está y solamente allí.

De núcleo esencial a núcleo esencial hay una relación completamente distinta y un amor distinto.

¿Qué se le opone al amor entonces? Lo irrelevante. ¿Qué hace posible el amor profundo? Lo esencial. Llegar hasta allí es una purificación. Entonces aparece el amor puro.

En ese amor puro, todo lo demás -que también nos hace felices- tiene su lugar. La alegría que brota de ese núcleo esencial es una alegría diferente, es una gran alegría. 

El cuarto círculo: Amor que todo lo abarca

Quisiera ahora pasar a otro plano. Existe todavía un cuarto círculo del amor, un círculo del amor completamente diferente.

Normalmente, cuando amamos a alguien, algunas cosas nos gustan y otras nos gustan menos. O directamente las rechazamos. También en nosotros cuando nos observamos hay algunas cosas a las que le damos nuestro asentimiento. Esto lo mostramos. En cambio, otras cosas que rechazamos en nosotros las escondemos. Tal vez queramos deshacernos de eso otro que no nos gusta.

Recién seremos completos cuando todo pueda tener su lugar. Al respecto les voy a leer una pequeña historia, una historia meditativa. Mientras escuchan ustedes podrán comprender interiormente lo que esta historia cuenta. La historia se llama: 

Historia: La posada

Alguien pasea por las calles de su ciudad. Todo le parece familiar. Le acompaña una sensación de seguridad y también de ligera tristeza porque muchas cosas se mantienen en secreto, y una y otra vez se encuentra con puertas cerradas. A veces hubiera querido dejarlo todo y marcharse lejos de aquí. Pero algo lo sujetaba, como si estuviera luchando contra un desconocido y no pudiera separarse de él antes de conseguir su bendición. Y así se siente prisionero entre ir hacia adelante o hacia atrás, entre marcharse o permanecer. El hombre llega a un parque y se sienta en un banco. Se apoya contra el respaldo, respira profundamente y cierra los ojos. Deja estar la larga lucha, se fía de su fuerza interior y siente que se va calmando y entregando, como se entrega un junco al aire, en armonía con la variedad, el vasto espacio y el largo tiempo.

Se ve a sí mismo como una casa abierta. Quien quiera entrar, puede venir. Todo el que llega trae algo, se queda un rato y luego se va. De esa manera, en esta casa hay un continuo ir y venir, traer, quedarse y partir.

El que llega nuevo y trae algo nuevo, envejece mientras se queda, y finalmente viene el tiempo de su partida. También llegan muchos desconocidos, gentes que durante mucho tiempo fueron olvidadas o excluidas. Ellas también traen algo, se quedan un tiempo y luego se van. Llegan igualmente los malvados, a quienes preferiría prohibirles la entrada, y también ellos aportan algo, encuentran su lugar, se quedan un rato y vuelven a partir. Cualquiera que venga siempre encuentra a otros que llegaron antes o que vendrán después. Y como son muchos, cada uno tiene que compartir. Todo el que tiene su lugar, también tiene su límite. Todo el que quiera algo, también tiene que adaptarse. Todo el que haya venido, puede desarrollarse mientras se quede. Llegó porque otros se fueron, y se irá cuando otros vengan. Así, en esta casa hay tiempo y espacio suficientes para todos.

Así sentado, se siente a gusto en su casa, sabiéndose unido a todos los que vinieron y vienen, aportaron y aportan, se quedaron y se quedan, se fueron y se van. Lo que antes estaba inacabado, ahora le parece completo; percibe que una lucha se termina y que se hace posible la despedida. Espera, sin embargo, el momento justo. Después abre los ojos, echa una última mirada a su alrededor, se levanta y se va.