Bert Hellinger / Los textos citados son las transcripciones autorizadas por el mismo Bert Hellinger de sus entrenamientos y conferencias. Algunos son extractos de sus libros.














































Textos breves de hellinger.com, 2010
La Felicidad.

Hoy hablaré de un tema ligero, sobre el cual estoy seguro de que encontraré aceptación. Pues diré algo sobre la felicidad.

La felicidad atraviesa nuestro cuerpo y nuestra alma con una sensación cálida, relajante. Es una sensación clara, porque nuestros ojos empiezan a lucir de felicidad. La felicidad atraviesa desde el interior hasta el exterior, fluye desde nosotros hacia otros y ellos se hacen felices junto con nosotros. Al revés, nos llega también la felicidad de otras personas, haciéndonos felices con ellos. Por ejemplo la felicidad de un niño. También un animal nos hace feliz, como un perro meneando la cola o un pájaro que canta por todo lo alto. Las plantas también nos enseñan cuando están felices, por ejemplo una flor cuando se abre o cuando la regamos, o cuando empieza a marchitarse; asimismo el paisaje cuando cae la lluvia muy esperada y todo empieza a brotar de nuevo. 

Estamos felices también cuando hemos atravesado unas dificultades, por ejemplo una enfermedad. O cuando después de una larga separación nos encontramos el uno con el otro. Felices estamos igualmente entonces cuando podemos olvidar algo que nos estaba pesando. Lo finalizamos, y respiramos con alivio sin mirar atrás; miramos con valor en frente. 

Al revés, nos deleitamos con nuestros buenos recuerdos y sacamos de ellos el valor y la fuerza para algo que a nosotros y a los otros cause alegría. Por ejemplo nuestro cumpleaños. Ese día recordamos con gratitud a nuestra madre y su amor. Hay también la felicidad del Espíritu, por ejemplo cuando sentimos la inspiración de las fuerzas superiores o logramos algo especial. Eso nos colma y además de a nosotros, hace felices a muchos más; y su felicidad nos vuelve a nosotros. 

Felices nos hace el amor, especialmente el amor entre hombre y mujer; después el amor de padres hacia sus hijos y el amor de los hijos hacia ellos. Los niños son felices a través de la felicidad de los padres, y los padres a través de sus hijos felices. Cada edad de la vida tiene su propia felicidad. Primero en la niñez estoy feliz con una felicidad que empuja hacia fuera y luego con una felicidad conseguida a través de unos logros extraordinarios. A lo largo de los años nuestra felicidad se hace cada vez más tranquila y profunda. Es una felicidad de plenitud, felicidad del otoño y de una fruta madura. Con esta felicidad a veces nos paramos y miramos a los que tienen todavía esta gran felicidad por delante. Nuestra felicidad los irradia y los deja libres en ella. 

¿Qué nos hace felices durante toda la vida? La vida plena con todo lo que le pertenece. Desde el principio, cada vez más, hasta que al final felizmente cerremos los ojos. Está ahora en otro lugar, donde nosotros, esta es nuestra esperanza, despertaremos felices. Felices de estar en otro lugar. Acogidos con amor y en armonía con algo que nos está superando enormemente. 

¿Qué es entonces el secreto de la felicidad? Se lo experimenta con muchos “unos”, con cada vez más “unos” y finalmente siendo UNO con el propio principio y el propio fin. Con amor.

Domingo es un día feliz. Como Dios, según el relato de la Biblia, descansaba feliz el séptimo día, después de haber creado el mundo en seis días. En este día miramos atrás a la obra de la semana pasada y nos alegramos con todo lo que nos ha salido bien, también en nuestras relaciones. Miramos atrás con amor. 

Es este sentido les deseo a Uds. un domingo feliz y plena felicidad para la semana que viene. Suyo, Bert Hellinger. 

Hágase la luz

Cuando Dios dijo: “¡hágase la luz!”, él mismo permanecía en la oscuridad. Bien es verdad que la Biblia dice también: “Él vive en una luz inaccesible”, pero esa luz inaccesible queda oscura para nosotros. Dios o lo divino, esa Fuerza creadora que actúa detrás de todo, es oscuro para nosotros y así para nosotros se queda. Ningún pensamiento ni ninguna añoranza pueden sacar a Dios o lo que es divino a la luz. A través de su oscuridad está ocultándose de nosotros, mandándonos permanecer en nuestros límites. 

Sí, incluso su luz se nos hace oscura, porque nos ciega. No obstante, no puede ser alejado de nosotros lo que actúa detrás de cada ser y nunca descansa, y en él aparece sin cesar como creativo. Todo lo contrario, nada podría sernos más próximo. Pero a pesar de esta cercanía, que es tan cerca que no podemos de ninguna manera diferenciarnos de ella o evitarla, no hay para nosotros nada más oscuro ni lejano que esta Fuerza inagotable. Pues ella está lejana solamente para nuestro entendimiento. En su realidad, nada puede sernos más cercano que ella. Tan cercana que de ningún modo nos podemos distinguir de ella, incluso si lo deseamos. Si lo pensamos en profundidad, sabemos de repente que nosotros mismos nos hacemos inagotables; sin embargo no podemos disponer de ello. Nos disolvemos en algo inagotable llegando así a nuestro Yo. 

¿Qué es este Yo? 

Dado que no se puede diferenciar de lo divino es igual a él, lo único que sin propia voluntad y sin propia fuerza. Es completamente captado por Él y por Él dirigido, como si solo se diluyera. No obstante, queda en sí mismo, está en sí, sabiendo que es algo diferente de lo divino. Tan diferente que al mismo tiempo ante Él transcurre. 

El Día de la Madre.

Queridos oyentes, 

El segundo domingo de mayo festejamos el Día de La Madre. Ese día sitúa a nuestra madre en el primer plano y también a todo lo grande que nos llegó a través de ella. En primer lugar, nuestra vida. ¿Existe un tema más bello que este para una charla de domingo?

La primera palabra del niño cuando empieza a hablar suele ser “mamá”. Sorprendentemente esta palabra es parecida o incluso igual en casi todos los idiomas. “Mamá” es una palabra fuente con que empieza cada habla y cada lengua. Es nuestra palabra más íntima. Ninguna otra palabra nos conmueve tan profundamente. Cuando la escuchamos o pronunciamos, nos convertimos en el niño de entonces cuando la dijo por primera vez; es nuestra palabra de origen, nuestro sonido original. En ella se basan todas las palabras posteriores y las relaciones humanas. 

Cuando nos adentramos en el sonido de esta palabra y nos dejamos llevar y guiar por él, nos sentimos, dondequiera que estemos y de dondequiera que procedamos, protegidos como entonces, aceptados como entonces, como entonces en casa. Nos sentimos unidos con algo más grande, con algo que nos abarca, con algo que va más allá de nuestra mamá y está unido a nuestro origen y también al origen de nuestra madre. Con la madre originaria de nuestra madre y toda la vida: con la Madre Tierra de donde procede toda la vida. 

“Mamá” es también el grito de un niño en apuros. Su madre calma esta necesidad tomándolo en su pecho y amamantándolo. Su leche es el alimento original de nuestra vida. Unidos con ella y nutridos por ella, prosperamos y nos convertimos en más. Más tarde, cuando crecemos, nos pesa a veces su cercanía, queremos liberarnos de su protección y su preocupación. 

¿Nos convertimos entonces en más o en menos? ¿Podemos ser independientes de ella y libres? En cada movimiento de nuestro cuerpo y de nuestra alma ella queda presente y cercana. Si queremos liberarnos de ella, es como si quisiéramos liberarnos de nuestra vida que nos había venido a través de ella. No importa en qué dirección nos estemos desarrollando, volvamos a ella cada vez con amor. Nutrámonos a su lado de nuevo y vayamos nutridos con su amor y su presencia aquí y ahora para nosotros, renovados de vuelta hacia nuestra vida. Armoniosamente, en armonía con ella. 

¿Cómo nos nutre a través de ella el origen de toda la vida, como quiera que lo llamemos? Nos nutre como nuestra mamá. En ella lo habíamos tocado. En ella lo habíamos encontrado por primera vez. En ella nos reveló su amor. A través de nuestra mamá hemos encontrado el camino hacia el origen. A través de ella encontraremos el camino de vuelta a él. Junto a nuestra madre hemos estado tan cerca de él desde el principio. ¿Cuál es la palabra con que le llamamos? ¿Y con qué estaremos escuchados por él y con amor tomados de la mano y del corazón? La palabra es “mamá”. 

Pensando en nuestra madre y en la bendición que nos llega a través de ella de Dios, les deseo a Uds. un domingo en unión con ella. En pensamientos y en el corazón si ya no está aquí, y junto a ella si todavía podemos festejar juntos el Día de La Madre. 

Suyo Bert Hellinger. 

Gozar

Solamente podemos gozar cuando nos centramos en algo extraordinario y bello, le prestamos toda la atención, lo respetamos y aprovechamos al máximo. Por ejemplo un bonito paisaje, una música pegadiza, el olor de una rosa, un plato preparado con amor, la unión con una persona querida, la salud de nuevo regalada, también un éxito y una obra interesante. Gozar está unido a la alegría y la sensualidad, dado que el gozar primero pasa por los sentidos y de ahí llega hasta el alma y el espíritu. Aunque hay aquí también excepciones. 

A menudo gozar plenamente necesita de una buena compañía. Necesita a otros con quienes gozar juntos, por ejemplo en una fiesta. A través del gozo llegamos a la armonía con los valiosos y elevados lados de la vida, gracias a ellos nos hacemos más bellos y extensos y conectamos aún más estrecha y directamente con el lado positivo de la vida.

A veces gozando estamos de nuevo como niños explorando con alegría el mundo alrededor, dejándonos sorprender por él y a través de él convirtiéndonos en más plenos y cumplidos. Por eso gozar trae muchos recuerdos felices de la niñez, cuando no apretaba el tiempo o las tareas, y cuando aquí y ahora nos podíamos abrir y entregarnos enteros a este mundo. En el disfrute entonces salvamos mucho de lo bello de la niñez para el presente y para el futuro. 

En algunos círculos el gozo está mal visto. Se dice entonces por ejemplo que eso nos aleja de Dios, que está obstruyendo el camino hacia la perfección y la iluminación, nos ata a lo terrestre, nos guía hacia el pecado, nos ablanda y debilita. Por eso se aconseja la ascesis, la despedida con lo que tienta a los sentidos y al cuerpo, la mortificación – ¡qué palabra más horrible!- para, de esta manera, estar disponible para lo más elevado y para Dios y hacerse parecido a él y a los ángeles, o incluso igual. 

Existen dos tipos diferentes de disfrute. Por un lado disfrutar a través de los sentidos, embargados por ellos, olvidandonos de nosotros mismos, totalmente dependiendo de ellos y a través de ellos moviéndonos juntos con la palpitación de la vida, en el mismo ritmo y paso. 

Antes de que nos demos cuenta, en este gozo salimos mas allá de nosotros mismos, hacia un espacio más grande y amplio; en este disfrute nos volvemos más piadosos y cuidadosos, y en el gozo empezamos a rezar. Mediante tal disfrute estamos ya aquí como en el cielo, que en todas las imágenes que la gente se hace sobre él, es un gozo beato. De repente no es solamente sensorial, sino también religioso. 

Existe también el gozo del Espíritu, por ejemplo el que viene de conocer, sobre todo el disfrute de la actividad creativa, cuando logramos algo de lo que otros pueden alegrarse y disfrutar, ya sea sensitivo o espiritual. También el gozo del Espíritu, cuando nos absorbe por completo nos hace olvidarnos de nosotros mismos. Nos lleva a un espacio abierto y a pesar de la disciplina exigida por nosotros, nos hace felices y plenos.

¿Se oponen estas maneras de gozar? No. Las dos se pertenecen la una a la otra como el cuerpo y el alma, sentidos y espíritu. Entonces cuando nos entregamos a las dos maneras, nos convertimos en auténticos y cumplidos conocedores.