Bert Hellinger / Los textos citados son las transcripciones autorizadas por el mismo Bert Hellinger de sus entrenamientos y conferencias. Algunos son extractos de sus libros.














































Viajes hacia el centro

Del recogimiento

“Viajes hacia el centro” es otro término para meditación. La palabra meditación describe el propósito de estos viajes, la contemplación de algo oculto que nos atrae inexorablemente hacia uno mismo a la vez que se disimula, escapando de nuestra vista. Eso es a donde se dirigen nuestros viajes.

Los viajes interiores van hacia nuestro centro. En ese lugar, estamos unidos a nosotros mismos, en el sentido más profundo. Ahí, nos encontramos en la presencia de algo mucho más allá de nosotros. Por ser infinito, experimentamos este centro como vacío, y sin embargo en esa profundidad, lo percibimos también como plenitud.

Los viajes hacia el interior nos llevan a donde estamos vacíos y realizados a la vez. Vacío y realización están juntos y separados. Y los viajes hacia el interior nos convidan a vaciarnos de lo que se alza entre nosotros y la plenitud. ¿Qué es lo que se alza entre nosotros y aquella plenitud? Nuestras imágenes internas. En ese viaje hacia dentro, las abandonamos atrás. ¿Y cómo? Gracias al amor. Porque todas estas imágenes, erguidas en el acceso a nuestro vacío ante Dios - o lo que quiera que se oculta o revela en esta palabra - también se interponen en la vía del amor. 

En esta primera parte describo los pasos en esta vía, incluyendo los peligros al acecho, lo que nos distrae, lo que nos frena o incluso nos obliga a dar media vuelta. Además de ser una introducción, esta primera parte ofrece una invitación a movernos más lejos, hacia comprensiones más profundas.

Las comprensiones se van dando junto con las experiencias a medida que avanzamos en estos viajes hacia el centro. Las comprensiones sirven a las experiencias, siendo profundizadas y corregidas por ellas. Todas las comprensiones merecen una atención adicional, por ofrecer muchas pistas con respecto a cómo el amor se logra en nuestras vidas de cada día. A veces, una pista toca nuestra alma de manera instantánea. Sin nada particular en mente, algo en nuestros pensamientos y en nuestros comportamientos nos mueve en otra dirección. Quizá, en un principio, apenas lo notamos, igual que tampoco notamos cuándo una vía de ferrocarril se aleja ligeramente de la otra, después de un empalme. Pero al cabo de cierta distancia, llegamos a otro sitio y a una meta mucho más allá de lo que hubiéramos imaginado. Al igual que las blandas aguas que hacen rodar suavemente las rocas más duras, el espíritu mueve todo con suavidad hacia otra dirección, hacia una dirección de amor.

Andando con el momento

Nuestro viaje interior avanza de instante a instante. Paso tras paso estos instantes nos mantienen en la vía en la que nos encontramos, en todo momento. Solo este camino nos lleva hacia dentro. Sea donde sea que nos encontremos en un momento dado, estamos en el lugar correcto. Y de ahí comenzamos nuestro viaje interior. Por lo tanto, asiento a mi situación tal como es ahora, asiento a las personas con las que estoy conectado, tal como son. Y me asiento a mí mismo, tal como soy.

Al consentir a mí mismo y a los demás tal como son y a la situación tal como es, en ese mismo momento, suelto mis deseos acerca de ellos, suelto mis preocupaciones por ellos, y suelto mis remordimientos. Así, alcanzo un lugar donde me siento quieto. Me detengo un rato, hasta que desde el interior, un movimiento que me tira hacia mi centro se apodere de mí. Mientras me va guiando, me entrego a él y lo sigo tan lejos como me lleva, ni más ni menos. Ahí, me muevo con facilidad, ya en mi viaje hacia el centro. Cuando regreso de ahí, ¿debo hacer algo? ¿Tengo permiso de hacer algo?

A veces, en este viaje hacia dentro, recibo una comprensión. De repente, sé qué paso debo dar a continuación. ¿Debo actuar en seguida? A veces, sí. Pero a menudo, me mantengo recogido y espero otro rato. Aquí también, me quedo en el momento presente. Me dejo estar, llevado de la mano, de un instante hacia el siguiente, en acuerdo conmigo mismo, en acuerdo con otros y en acuerdo con la situación tal como es.

Así como me he volcado hacia dentro, me vuelco hacia fuera con el mismo recogimiento, sereno, tranquilo, guiado desde mi centro. Imaginad entonces lo que pasa. Afuera, en el mundo, algo cambia por acuerdo propio, como por sí solo, sin que nosotros actuemos de alguna forma. Si tengo que actuar, mi acción posee otra fuente de fuerza. ¿Por qué? Porque tengo otro amor.

Libertad

La libertad busca algo. Cuando lo alcanza, llega a su meta y se acaba. Una vez alcanzada la meta, ¿qué más hay para buscar? Pero existe también otra libertad, aquella libertad que solo da la espalda, nunca llega a la meta, y por lo tanto nunca termina. Cuando nuestra libertad se mueve hacia una meta, sirve a la meta y desde ahí, adquiere su fuerza. Libertad sin meta, cuyo objetivo es solamente escapar de algo, permanece vacía, curiosamente desprovista. No se dirige a nada, no se ofrece para servir nada y por tanto, permanece débil y pobre.

En nuestros viajes hacia el centro, nos sentimos libres de una manera cumplida, porque tenemos una dirección. Nos movemos hacia una meta, aunque esa meta, siendo una meta última, se mantiene en gran parte disimulada a nuestra vista. En cada paso a lo largo de este viaje, su meta queda ocultada y sin embargo sentimos su presencia. La ocultación de esta meta no nos hace sentir vacíos en el sentido de desolados, porque este vacío está pleno. Moviéndonos en esa dirección nos permite sentirnos plenos, aunque no hayamos aún llegado. Porque, sin importar lo que hayamos recorrido en el camino, nuestra libertad se mantiene en la conexión con su meta. Y ahí termina. ¿Dónde más termina nuestra libertad? En aquel momento en que nos quedamos completamente en el instante. Cuando habitamos el instante, él nos captura. Toda libertad imaginaria está desprendida del instante y por lo tanto, vacía. La plenitud existe solamente en el instante. Además, en cada instante, ya hemos llegado.

Planes

Sin planes, se abren a nosotros todas las direcciones. Sin planes propios podemos rendirnos ante otros planes, sin resistencias, rendirnos ante ese movimiento interno que nos atrae en su dirección. Simplemente, soltamos. Estar sin planes no es equivalente a estar sin dirección. A sabiendas, sin planes propios, cedemos al movimiento con devoción. Nos entregamos, sin saber adónde nos lleva y cuán lejos nos conduce. Curiosamente, sin planes propios nos experimentamos a nosotros mismos de la forma más profunda. En nuestro viaje hacia el centro, nuestro recogimiento siempre nos lleva a una meta. Pero, ¿de quién es la meta? Sin planes propios, podemos conectar con otras personas de otra forma. Ellas no necesitan más temernos porque sin planes propios, no tenemos expectativas frente a ellas, cosa que podría interferir con sus movimientos.

Y sin planes propios, podemos quizá entender algo que pueda ser bueno para ellas. Entonces, tenemos la soltura con la que decir o hacer lo que sea bueno para ellas.

¿Tuvimos algún plan propio aquí? ¿O bien, fue concedida la comprensión apropiada justamente porque no hubo planes propios? Nos encontrábamos simplemente expuestos a la situación y guiados por ella. Sin planes propios, nos encontramos también en el amor, más profundamente. El amor nos muestra el camino, instante tras instante. Sin planes propios, avanzamos en nuestros viajes interiores con levedad. Seguimos sus movimientos sin necesitar practicarlos. Los movimientos en sí son nuestra práctica. Nos resultaría difícil seguir en nuestros viajes interiores siguiendo planes y horarios predeterminados. 

De repente, un movimiento inesperado nos embarga, es irresistible. Sin planes propios, cedemos sin saber adónde nuestros viajes nos llevan, a qué comprensiones por ejemplo, a qué acciones, a qué amor. ¿Qué les acontece entonces a nuestros planes? ¿Acaso tienen importancia?

Arriba

Imaginamos el espíritu encima de nosotros. Con esta imagen, lo traemos en conexión con nuestra respiración, con el hálito de la vida y con el viento que sopla desde arriba, desde la atmósfera que abraza la Tierra. Cuando oramos, levantamos espontáneamente las manos hacia arriba porque lo imaginamos a Dios encima de nosotros, a una lejana distancia muy por encima de nosotros, mucho más allá de las estrellas. El movimiento hacia arriba nos libera de la gravedad que nos tira hacia abajo. El movimiento hacia arriba nos eleva y en él nos sentimos livianos y libres. El movimiento hacia arriba parece ir en otra dirección que el movimiento interno que nos atrae hacia nuestro centro. El movimiento hacia arriba es asimismo un movimiento de recogimiento, solo que en la dirección ascendiente.

Adonde sea que nos atraen estos movimientos, sea hacia la profundidad en nosotros, sea arriba más allá de nosotros, la atracción es la misma. El movimiento hacia arriba es también un viaje hacia dentro, un viaje hacia el centro. Este centro nos llama de la misma manera, tanto en el viaje hacia arriba como hacia nuestro centro, en lo hondo de nosotros. Ambas imágenes sirven para nuestro recogimiento. Las imágenes del viaje llevándonos a nuestra profundidad y del viaje llevándonos más allá de nosotros se complementan mutuamente. Porque “profundo” y “elevado” surgen de la misma experiencia: lejos de algo y hacia algo más. Por lo tanto, en algunos idiomas, la palabra para “profundo” y “elevado” es una sola.

Lo mismo se aplica a nuestra experiencia de lejanía y proximidad. Ambas apuntan hacia la misma dirección, solo se diferencian por la distancia recorrida. Que nuestro viaje hacia el centro nos lleve lejos en lo profundo o lejos hacia arriba, solo hace una diferencia en la medida en que el viaje hacia arriba parece más largo y más lejano. Por eso, el viaje lejos arriba se aproxima más a la experiencia de un viaje espiritual, de algo amplio y distante, más allá de nosotros. Pero solamente si permanecemos recogidos.

Introducción del libro Viajes interiores

Bert HELLINGER,

Ed. Rigden Institut Gestalt 2007