Bert Hellinger / Los textos citados son las transcripciones autorizadas por el mismo Bert Hellinger de sus entrenamientos y conferencias. Algunos son extractos de sus libros.














































Hellinger Sciencia

Enfermedades y amor

Rev. Hellinger Dic. 2007
Hellinger Sciencia

Muchas personas se imaginan que, con su enfermedad o su muerte, pueden hacerse cargo del dolor o la culpa de otro miembro de su familia. A veces enferman, se accidentan o hasta se suicidan por añoranza hacia otros familiares con los cuales se quieren juntar a través de la muerte. Las observaciones descritas a continuación así como los conocimientos relacionados con las constelaciones familiares permiten comprender estas ideas perjudiciales y superarlas de manera sanadora.

Los vínculos y sus efectos

En una familia, todos los miembros están fatalmente vinculados a todos los demás. El vínculo del destino más potente es el que conecta a los hijos con sus padres. Es muy fuerte también entre hermanos y entre el hombre y la mujer. Un vínculo particular surge con los que han hecho sitio para otros en la familia, en particular los que han tenido un destino difícil. Por ejemplo, entre los hijos de segundas nupcias de un hombre y su primera esposa, cuando ésta murió en el parto.

Parecidos y compensaciones

El vínculo produce el efecto siguiente: los que han venido después así como los más débiles quieren retener a los que han venido antes o los más fuertes, impedirles partir o, cuando ya han muerto, seguirles. El efecto del vínculo va aún más lejos cuando los que disfrutan de alguna ventaja quieren igualarse a los que sufren una desventaja. Así es cómo los niños sanos quieren parecerse a sus padres enfermos y cómo los miembros ulteriores e inocentes de la familia quieren parecerse a los padres o ancestros culpables. El vínculo incluso provoca un sentimiento de responsabilidad en los sanos para con los enfermos, en los inocentes para con los culpables, en los felices hacia los infelices y en los vivos hacia los muertos.

Así pues, los que llevan una ventaja sobre otros están dispuestos a poner en juego y a pagar con su salud, su inocencia, su vida y su felicidad para la salud, la inocencia, la vida y la felicidad de otros. Porque albergan la esperanza de conseguir asegurar o salvar, gracias a la renuncia a su vida propia y a su felicidad, la vida y la felicidad de otros en aquel grupo familiar que les toca por destino. A veces hasta esperan poder recuperar y resucitar la vida y la felicidad de otros familiares, aún cuando hace mucho que todo está perdido y pasado.

En el grupo familiar y en el clan reina, por los vínculos y el amor, una irresistible necesidad de compensación entre las ventajas de los unos y las desventajas de los otros, entre la inocencia y la felicidad de los unos y la culpa y la desgracia de los otros, entre la salud de los unos y la enfermedad de los otros y entre la vida y la muerte. A causa de esta necesidad, un familiar busca ser infeliz donde otro lo ha sido antes. Cuando ha habido un enfermo o un culpable, pues un miembro sano e inocente se vuelve enfermo o culpable. Y cuando un familiar querido fallece, otro pariente próximo desea morir también.

Gracias al vínculo y a la compensación se produce pues, dentro de los grupos familiares estrechamente ligados por el destino, un ajuste y una participación a la culpa y a la enfermedad, al destino y a la muerte del otro. Se produce también un intento de pagar la salvación del otro con la propia desgracia, la salud del otro con la propia enfermedad, la inocencia del otro con la propia culpa o la expiación, la vida del otro con la propia muerte.

La enfermedad sigue el alma

Puesto que esta necesidad de igualdad y de compensación ansía, en cierto modo, la enfermedad y la muerte, se puede decir que la enfermedad sigue el alma. Por consiguiente, al lado de la atención médica estrictamente hablando, es preciso realizar una atención a nivel del alma para alcanzar la sanación, sea por el médico mismo que pueda encargarse de los dos aspectos, sea por una persona familiarizada en cura de almas que venga a apoyar el acto médico. No obstante, mientras el médico se afana en sanar la enfermedad con tratamientos, el ayudador de almas se mantiene más bien algo hacia atrás. Pues se encuentra frente a fuerzas tremendas que lo dejan asombrado y con las cuales le parece presuntuoso intentar competir.

Buscando entonces la sintonía con estas fuerzas, se dedica a flexionar el destino difícil y a hacerse el aliado de ellas más que su antagonista. Aquí va un ejemplo.

“Mejor yo que tú”

Durante una sesión de hipnosis en un grupo, una mujer joven con esclerosis múltiple se vio como niña arrodillándose frente a la cama de su madre paralizada. Y se acordó haberse propuesto lo siguiente: “Querida Mamá, mejor yo que tú”. Fue muy conmovedor para los participantes ser testigos del amor de una niña hacia sus padres y de cuanta paz sentía la joven en si misma y frente a su destino. Pero una participante no pudo soportar ver este amor dispuesto a asumir la enfermedad, el dolor y la muerte de la madre. Le comentó al que dirigía al grupo: “Espero mucho que la puedas ayudar”.

El ayudador quedó consternado. ¿Cómo se atrevía alguien a tratar el amor de la niña como algo malo? ¿No tendría esto como efecto de enfermar al alma de la niña y agravar su pena en lugar de calmarla? ¿No surgiría el riesgo de que la niña esconda aún más su amor a la madre, que se afiance doblemente a su esperanza y a su decisión de salvar a la madre con su propio sufrimiento?

Otro ejemplo más. Una mujer joven, igualmente enferma de esclerosis múltiple, configuró, con los participantes del grupo, a su familia de origen así como el enredo relacional que actuaba en ella. Estaba la madre y a su izquierda el padre. Frente a ellos estaba la clienta cómo la hija mayor. A su izquierda su hermano menor, muerto a los catorce años de un fallo cardíaco, y a la izquierda de él, el último hijo.

El constelador mandó al hermano muerto detrás de la puerta, lo que en una constelación así significa la muerte. Al estar él fuera, se iluminó repentinamente el rostro de la hija mayor. La madre también se sintió notablemente mejor. El constelador mandó luego al hermano más joven así como al padre detrás de la puerta, porque había notado que los dos estaban atraídos ahí. Cuando estuvieron todos los hombres fuera – lo que significa que estaban todos muertos - la madre se enderezó triunfalmente. Se hizo obvio de este modo que ella era a quien le tocaba morir – cualquier sea el motivo – y que se encontraba aliviada de que otros estuvieran dispuestos y deseosos de hacerse cargo de su muerte en su lugar.

A continuación, el constelador hizo volver a los hombres y mandó a la madre afuera. De repente todos se sintieron descargados de la obligación de compartir el destino de la madre, y les fue mejor.

El constelador tuvo la sospecha de que la esclerosis múltiple de la hija estaba relacionada con la obligación de morir por la madre. Entonces llamó a la madre de vuelta, la colocó a la izquierda del padre, y la hija a la izquierda de la madre.

Le dijo a la hija de ver a su madre con amor y decirle, mirándole a los ojos:”Mamá, lo hago por ti”. Al decirlo, le resplandeció el rostro. El sentido y el objetivo de su enfermedad fueron claros para todos los que estaban presentes.

¿Qué puede hacer aquí un médico o un terapeuta, y de qué se tiene que cuidar?

El amor que sabe

Hacer aparecer a la luz el amor de un niño es, a menudo, lo único que un ayudador puede y tiene el derecho de hacer. Cual sea lo que un niño haya asumido por amor, él se siente en sintonía con su consciencia, valorado y bueno. Si, con la ayuda de un terapeuta comprensivo, el amor del niño consigue hacerse tangible, talvez surge también a la luz que el objetivo de este amor queda sin satisfacer. Porque es un amor que cree que puede curar a alguien gracias a su sacrificio, preservarla de la enfermedad, expiar su culpa y arrebatar su infelicidad. Y a menudo cree que puede traer desde la muerte hacia la vida a la persona querida pero fallecida.

Pero cuando los objetivos infantiles asoman gracias al amor del niño, talvez permita esto que el niño ya adulto tome consciencia de que, con su amor y su sacrificio no puede superar la enfermedad, el destino y la muerte del otro sino que puede encararlos, sin poder pero con valentía, asintiendo a ellos tal como son.

Las metas del amor infantil y los medios para alcanzarlas, se encuentran defraudados cuando surgen a la luz, por pertenecer a un concepto mágico del mundo que ya no se sostiene ante la mirada de un adulto. Sin embargo el amor se empeña y busca vías que incluso a la luz, quedan bien. Luego, el amor que hace enfermo busca otra solución, una solución inteligente, apropiada, y detiene si aún es posible, lo que enferma. Aquí pueden médicos y ayudadores indicar direcciones. Pero únicamente si el amor del niño, reconocido y valorado por ellos, puede quedar a la vista para luego dedicarse a lo Nuevo y a lo Más grande.

“Yo en tu lugar”

Es frecuente reconocer como causa anímica de una enfermedad grave la decisión del niño frente a una persona querida: “Mejor que yo desaparezca en tu lugar”.

En la anorexia, la decisión es muy a menudo: “Querido Papá, yo me voy antes que tú”.

En la esclerosis múltiple es, como lo demuestra nuestro ejemplo anterior: “Querida Mamá, yo me voy antes que tú”.

Una dinámica semejante se daba en tiempos anteriores con la tuberculosis, y lo mismo se observa en el suicidio y los accidentes mortales.

“Aunque te vayas, yo me quedo”

Al hablar con los enfermos, esta dinámica se hace visible. ¿Cuál es entonces la solución que ayuda y que sana? Como en toda descripción bien hecha de un problema, la solución viene ya contenida en la descripción y, a través de ella se activa. La solución comienza cuando la frase que enferma es pronunciada y cuando el paciente, llevado por la gran fuerza del amor que lo anima, mirando a los ojos de la persona amada le dice y le promete:” Mejor me voy yo antes que tú”. Es importante permitir que repita la frase las veces necesarias hasta que la persona querida sea percibida como ajena y separada del yo propio, reconocida como “otra”. De lo contrario, la simbiosis y la identificación se mantienen intactas y la decisión sanadora así como la separación se malogran.

Cuando el contenido amoroso de la frase trae buen resultado, permite trazar una frontera tanto en torno a la persona amada como alrededor del propio yo, delimitando así el destino de cada uno. La frase obliga a ver no tan sólo el amor de uno mismo sino también el amor de la otra persona. La frase obliga a reconocer que lo que el yo quiere hacer en lugar de la persona amada, carga a ésta más de lo que le ayuda.

Entonces viene el momento de decir una segunda frase a la persona amada: “Querido padre, querida madre, querido hermano, querida hermana – sea quien sea – aunque tú te vayas, yo me quedo”. A veces, sobre todo cuando la frase se dirige al padre o a la madre, el paciente añade aún: “Querido padre, querida madre, mírame con buenos ojos si me quedo, aunque tú te vayas”.

Un ejemplo más

El padre de una mujer tenía dos hermanos discapacitados. Uno era sordo, el otro sicótico. Se sentía atraído por ellos, deseoso, por fidelidad, de compartir con ellos su destino y en la incapacidad de soportar su felicidad propia frente a la desdicha de sus hermanos. Pero su hija percibió el peligro y saltó a la brecha. Tomando su lugar al lado de sus hermanos, le dijo en su corazón: “Querido Papá, mejor voy yo hacia tus hermanos”. Y más: “Querido Papá, mejor comparto yo su desgracia”. Se volvió anoréxica.

¿Pero, qué sería la solución para ella? Debería rogarles a los hermanos, aunque sólo interiormente: “Mirad a mi padre con buenos ojos si él queda con nosotros, y miradme con buenos ojos si me quedo con mi padre”.