Bert Hellinger / Los textos citados son las transcripciones autorizadas por el mismo Bert Hellinger de sus entrenamientos y conferencias. Algunos son extractos de sus libros.














































Atisbos

Revista Hellinger, Diciembre 2009

La venganza

La venganza es sedienta de sangre. Quiere que alguien pague con su muerte por una injusticia.

¿Quién desea venganza?

Alguien que alguna vez sufrió una injusticia. Aspira a la venganza para que el otro sufra como él. Profundo en su alma, está el deseo de que el otro muera, de una muerte cruel.

¿Qué ocurre con él cuando la injusticia sufrida es expiada de esta forma, sea a través de él mismo o de otro que se hace cargo de la venganza, satisfaciéndola? ¿Qué pasa en su alma? ¿Es humano aún? ¿Qué pasa dentro de él, cuando se venga con triunfo y, por encima, se jacta de ello? ¿A quién puede aún amar humanamente? Tal vez, se junta con otros ávidos de venganza, realizando cosas con ellos, incluso cuando tiene poco o nada que ver con ello. ¿Incluso quizás se alíen entre sí de tal forma que sus actos vengativos despiertan la venganza de sus víctimas, siendo ellos mismos luego víctimas de su vindicta?

Con frecuencia, la necesidad de vengarse se incrementa cuando queremos vengarnos por personas pertenecientes a nuestro grupo, más que todo miembros de nuestra propia familia. Entonces, el impulso de venganza aumenta hacia una venganza colectiva. Ya no se dirige a un individuo que consideramos responsable por una injusticia y del que queremos vengarnos. Ese impulso de venganza se dirige a otro grupo. Sin discriminación, se extiende a todos los seguidores de ese grupo, sin más consideración por su participación o no en la injusticia.

En este caso, el hambre de venganza toma proporciones sobrehumanas y se transforma en un incendio. ¿Puede uno solo apagar ese incendio? ¿No se verá quizá tragado por él? ¿O probablemente, se apaga el incendio una vez que todo ha sido quemado, y con ello gente inocente de ambos lados?

La venganza es ciega. Es ciega frente al futuro, incluyendo el futuro propio y de la propia familia o grupo. ¿Cómo dar visión a nuestra necesidad de venganza? Despidiendo nuestro sueño de compensar, en el sentido de ojo por ojo y diente por diente. ¿Cuántos más ojos deberán ser desgarrados y cuántos más dientes arrancados hasta que nos percatemos de que la vida sólo puede continuar si hay más vida para todos, más amor para todos?

Para que la vida prosiga, es preciso reconocer que los muertos han muerto y permanecen muertos, tanto nuestros muertos como los del otro grupo. ¿En qué les ayuda nuestra venganza? ¿Acaso queremos extender nuestra venganza y nuestra necesidad de aplicarla al reino de los muertos? ¿Acaso les ayuda en estar mejor muertos, reconciliados o en paz? Quizá, nos arrogamos de esta forma un poder sobre los muertos, los nuestros y los otros, más allá de sus vidas.

No hay peor ceguera. Porque al final, sacrificamos al dios de la venganza, no sólo muchas otras vidas sino también la nuestra. Tal vez sea ese el motivo oculto de nuestra necesidad vindicatoria. La venganza se vuelve un servicio a una divinidad, una manera de honrar a ese dios. ¿Qué dios es ese? Es el dios de la justicia. ¿Cómo lo honramos? Sacrificándole víctimas.

¿Dónde está ese dios? ¿Acaso existe? ¿Acaso puede existir un tal dios? ¿Y si lo hubiéramos fabricado, para satisfacer nuestra necesidad de compensación? Ese dios es nuestro dios, lo hemos hecho nosotros. ¿Puede ser un dios de vida? Es más bien un dios de los muertos, una divinidad de la muerte.

La pregunta es: ¿Cómo encontrar el camino hacia la vida, la vida para todos?

Nos apartamos de la embriaguez de la venganza y buscamos la vida. Nos volvemos humildes ante la verdadera muerte, la muerte final, y honramos la vida, cada vida. La tenemos por un tiempo, hasta nuestra propia muerte, hasta estar muertos como todos los otros, en paz con ellos. Acordemos la paz con los muertos ya ahora.

La paz

La paz llega después del conflicto. Lleva a juntar lo que estaba opuesto. La paz es el buen desenlace de un conflicto, es una solución. Con la paz, comienza la esperanza de que un factor separador haya sido superado, dando a ver un futuro posible.

La paz mira hacia delante. Heridas se sanan, muertos se entierran, daños se reparan y donde hubo destrucción, se vuelve a construir.

La paz es un bien valioso, y un bien frágil. ¿Qué la salva para un futuro estable? Pues, que cada quien de los que estaban en conflicto opten por metas comunes, implicándoles cada vez más en una interacción y una interdependencia mutua. Evidentemente, ambas partes deben reconocer su dependencia recíproca e igual.

A la vez, cada parte deja que la otra sea tal y como es. Se permiten ser distintas. La paz sólo sirve el avance de los que son distintos así como hombre y mujer, por ser distintos, pueden tener hijos juntos.

¿Qué se opone a la paz, en la mayoría de los casos? El sentimiento de superioridad, como si el uno, o lo uno, fuera mejor que el otro. Esta superioridad es lo que fomenta los grandes conflictos.

¿Qué es lo que establece la paz profundamente? La humildad. Ella nos permite quedar abajo, entre todos. Sólo abajo, quedamos iguales entre todos. Con benevolencia, nos mantenemos iguales, con respeto mutuo y amor, en paz.