Revista Hellinger, Junio 2006
No es cosa rara que se den dificultades con el amor. Una de ellas es que existe la idea que el amor tiene poder. Que, por ejemplo, gracias al amor se puede alterar un destino. Esta idea es presuntuosa. En lugar de servir la vida, con frecuencia se opone a ella.
Lo apoyaré con un ejemplo sencillo. ¿Cómo les va a niños cuyos padres se preocupan por ellos? ¿A estos niños, les va mejor o peor? ¿Tienen más o menos fuerza para vivir? Muchos padres piensan que se preocupan por sus hijos porque los aman. Pero si los padres renuncian al poder del amor con el cual se sienten el derecho de interferir en la vida de sus hijos, los niños pueden al fin respirar. Por lo tanto, miramos al amor que sirve la vida en vez de poner la mirada en lo que está cerca y que nos preocupa, y miramos hacia algo más grande.
Una vez estuvo conmigo una madre con su hijo de 5 meses. Se sentó al lado mío, apretando el niño en sus brazos. Le dije: “mira una vez por encima del hijo, a lo lejos”. Eso hizo, miró a lo lejos. Y de repente el niño de 5 meses, suspiró profundamente. Se giró hacia mí y me sonrió.
Quiere decir que el amor tiene una medida. No sólo los padres pierden a veces la medida del amor. Los niños sobre todo la pierden. No la conocen. Entonces se hacen cargo de algo en lugar de sus padres, porque piensan de esta manera salvar a sus padres. Esto es una idea increíble. Pero así son los niños.
Y tiene que ver con que el niño no conoce un orden esencial del amor, o sea que los que están antes tienen la precedencia sobre los que vienen después. Quiere decir que los padres preceden a los niños, el primogénito precede al segundo etc. Existe también un orden de origen. Este orden de origen prohíbe que un niño se preocupe por sus padres o los quiera salvar.
Existen dos dinámicas de fondo en el amor, el amor ciego, que en los niños se opone a la vida. La primera es que un niño que ha perdido muy pronto a uno de sus padres o de sus hermanos, le dice:”yo te sigo”. A menudo por ejemplo, un mellizo quiere seguir a su hermano o hermana en la muerte. Eso es amor, pero un amor que hace peligrar la vida. No es un amor que permite lograr la vida.
Luego se da una prolongación de esta dinámica, cuando el niño percibe que uno de sus padres se quiere ir o morir. Este mismo padre frecuentemente se encuentra en la dinámica de “yo te sigo” y quiere irse o morir. Entonces en su interior el niño dice:” yo en tu lugar”. Esto también es amor, pero un amor que lleva a la muerte.
Aquí corresponde que honremos el destino de cada cual tal y como es, sin interferir, incluso sin tener el deseo de interferir. Esto es otro amor completamente distinto. Es un amor sabio y tiene fuerza. Sabe respetar cierta distancia y dejar que el otro viva su destino así como le viene. También deja que nuestro propio destino de desarrolle sin la presión de preocupaciones exageradas para cambiarlo.
Así vemos que el amor grande, el que sirve la vida, nos exige algo. Nos exige más que todo renunciar al poder.