Bert Hellinger / Los textos citados son las transcripciones autorizadas por el mismo Bert Hellinger de sus entrenamientos y conferencias. Algunos son extractos de sus libros.














































Sabiduría del caminante

Revista Hellinger, Junio 2007

El recogimiento

Nos recogemos para alcanzar algo. Recogemos nuestros pensamientos, nuestras fuerzas, nuestro centro, nuestros amigos, nuestros compañeros. Lo que estaba disperso o agotado se vuelve a juntar en el recogimiento y se concentra en vistas a un objetivo. El recogimiento sirve este objetivo y lo hace posible.

La finalidad condiciona lo que tiene que ser recogido. Y es la finalidad que mantiene junto lo recogido. Sin un objetivo, sin una finalidad importante, no se consigue juntar lo necesario. Por otra parte, si se recoge mas de lo que el objetivo requiere, el recogimiento pierde fuerza y se disuelve. Lo mismo pasa cuando el objetivo pierde su atractividad y su sentido.

El recogimiento juega un papel central en la vida del espiritu, en la filosofia, la religion, el arte incluyendo la artesania y en la sabiduria. En realidad, en donde entran en juego correspondencias sutiles, que la mera observacion no permite detectar.

El recogimiento permite por una parte vaciarse, es decir, soltar la idea de una tarea que cumplir, de un objeto que alcanzar y dejar que retroceda esta idea a un segundo plano. Vacio de esta forma, uno se expone a una plenitud tal vez desordenada aún pero que poco a poco se va juntando en algo esencial, en algo central. Luego se la reconoce en su orden y su movimiento y el paso siguiente hacia el objetivo se revela.

Gracias al vacío interior, o mejor dicho, a la disposicion interior para lo nuevo y lo diferente, se concretiza algo fuera de uno por decirlo asi y se llena el vacío dentro de uno, dejándolo finalmente recogido y pleno.

Pero aqui tambien vale lo siguiente: sin una finalidad válida que justifique el recogimiento y sin la voluntad de usar de él apropiadamente, el recogimiento se encuentra tal como al principio: vacío.

El silencio

Frente al hablar quedamos callados.Cuando alguien nos habla debemos callar para poder oírle y entenderle. Sus palabras nos alcanzan unicamente mientras nos callamos. Sólo en el silencio logramos entenderlas. Y sólo después de callarnos, podemos responder a sus palabras.

Por lo tanto, podemos escuchar y hablar unicamente cuando hemos podido hacer silencio. De ninguna manera está este silencio vacío, por lo contrario, está lleno de las palabras que oímos y lleno de las palabras que están por decir.

Nos callamos tambien cuando nos cerramos a lo que alguien nos dice, cuando no le permitimos perturbarnos con sus palabras o convencernos o hacernos violencia o dominarnos. Si es el caso, el callar se hace respuesta y habla más fuerte que cualquier palabra.

El silencio es indicado también cuando no tenemos nada para decir, cuando no tenemos respuesta o cuando el asunto es demasiado gravepara animarse a comentarlo.

Frecuentemente hablamos porque no sabemos guardar el silencio frente al dolor, al duelo, a la enfermedad seria, por ejemplo. Intentamos entonces consolar al otro, a menudo con palabras vacías. Intentamos darle esperanzas falsas en lugar de permanecer cerca en silencio y tal vez cogerle la mano.

Nos callamos también ante algo grande, la naturaleza y la belleza del arte. Nos callamos sobre todo ante Dios.

Las distintas consciencias

Las distintas consciencias son campos del Espíritu. La primera, la consciencia individual, es estrecha y de alcance limitado. Llevada por su diferenciación entre bien y mal, sólo reconoce a algunos miembros del grupo, excluyendo a otros.

La segunda consciencia, la colectiva, es más amplia. Representa los intereses de aquellos que son excluidos por la consciencia individual. De ahí que frecuentemente están ambas en conflicto. Sin embargo esta segunda consciencia también tiene sus límites puesto que sólo abarca a los miembros de un mismo grupo.

La tercera consciencia, la del Espíritu, vence las fronteras de las otras consciencias, fronteras establecidas por la distinción entre bien y mal, entre perteneciente y excluido.

La consciencia individual

· El vínculo

Vivenciamos la consciencia individual como buena y mala consciencia. Con buena consciencia nos sentimos bien, con mala consciencia nos sentimos mal. ¿Qué pasa cuando tenemos buena consciencia? ¿Qué pasa cuando tenemos mala consciencia? ¿Qué es lo que precede la buena o la mala consciencia y que nos condiciona a experimentarla como buena o mala?

Si observamos atentamente nuestra buena y nuestra mala consciencia, podemos percibir que surge la mala consciencia en cuanto pensamos, sentimos o hacemos algo que no responde a las expectativas o exigencias de las personas o de los grupos de los cuales somos miembros, por elección o por obligación.

Esto significa que nuestra consciencia vela por nuestra permanencia en el grupo. Ella detecta en el acto si nuestros pensamientos, deseos y actos amenazan nuestro vínculo con la gente o nuestra pertenencia al grupo. En cuanto nuestra consciencia se da cuenta, a través de nuestros pensamientos, sentimientos y actos, que nos alejamos de esta gente y de este grupo, reacciona con el sentimiento de angustia por la eventual pérdida del vínculo con ellos. Percibimos esta angustia como mala consciencia.

Al revés, cuando pensamos, deseamos y actuamos en respuesta a las expectativas y exigencias del grupo o de las personas, nos sentimos pertenecer de manera segura. El pertenecer asegurado nos provoca sentimientos de bienestar. Nos calma el miedo generado al estar aislados, solitarios e indefensos. La seguridad de sentirnos participar del grupo se traduce por una buena consciencia.

La consciencia individual pues nos vincula a la gente y a los grupos que son importantes para nuestro bienestar y nuestra vida. Esta consciencia nos vincula a gente y grupos específicos excluyendo a otros y por lo tanto es una consciencia estrecha.

Esta consciencia tenía un significado eminente en nuestra niñez. Los niños hacen lo posible por pertenecer al grupo, de lo contrario y sin este vínculo y esta pertenencia, estarían perdidos. La consciencia individual asegura nuestra supervivencia dentro de los grupos que nos son significativos y entre la gente que se hace cargo de ella. Por lo tanto no se puede minimizar su importancia. Lo vemos en el valor que se le da en nuestra sociedad y cultura.

· Bien y mal

En relación a esto podemos observar que la diferencia que advertimos entre bien y mal corresponde a las diferencias dentro de la consciencia individual. Estas diferencias establecen claramente hasta que punto algo asegura nuestra pertenencia y hasta que punto la pone en peligro.

Lo que nos asegura la pertenencia es vivido como algo bueno. Es experimentado como buena consciencia, sin que reflexionemos demasiado sobre la posibilidad de que, visto de más lejos, pueda revelarse quizás bueno pero quizás malo para nosotros u otros. Aquí la sensación de bien se limita a una sensación, sin reflexión. Es percibida como buena consciencia.

Así es cómo, en amplias esferas, el bien es percibido y defendido como algo bueno, sin profundizar, sin una mirada de mayor alcance y ajena a aquel campo que pudiera averiguar mejor lo que hay de extraño o incluso peligroso para muchos, más de lo que parece a primera vista.

Lo mismo vale para el mal, aunque percibimos el mal más potentemente que el bien, por la angustia que nos provoca, angustia de pérdida del derecho a pertenecer y con él, nuestro derecho a vivir.

La diferenciación del bien y del mal está pues al servicio de la supervivencia en el grupo, de la supervivencia del individuo en su grupo.

La consciencia colectiva

Detrás de la consciencia que sentimos, existe otra consciencia. Una consciencia muy potente y por sus efectos muchísimo más fuerte que la consciencia individual. Sin embargo, a nivel de nuestra percepción sensorial, se mantiene ampliamente inconsciente. ¿Por qué? Porque en nuestra sensación, la consciencia individual tiene precedencia sobre ella.

La consciencia colectiva es una consciencia de grupo. Mientras la consciencia individual es percibida por el individuo y sirve su pertenencia personal y su supervivencia, la consciencia colectiva abarca en su visión la familia y el grupo como una totalidad. Con lo cual, sirve la supervivencia del grupo al precio de la vida del individuo, si fuera necesario. Sirve la integridad de este grupo así como los órdenes que aseguran de la mejor manera su supervivencia.

Cuando los intereses del individuo se oponen a los intereses del grupo, la consciencia individual se opone igualmente a la consciencia colectiva.

· La integridad

¿A qué órdenes sirve la consciencia colectiva? ¿Cómo aplica estos órdenes?

El primer orden que esta consciencia sirve es el siguiente: cada miembro de cada grupo disfruta del mismo derecho a pertenecer. Cuando alguien se ve excluido, cual sea el motivo, se ve representado ulterior y obligatoriamente por otro miembro del mismo grupo. Comparada con la consciencia individual, la colectiva parece amoral. Esto significa que no marca diferencia entre bien y mal ni entre culpable e inocente. Pero a cambio protege a todos de manera imparcial. Su meta es cuidar de la integración de cada uno en el grupo o reestablecerla cuando es denegada.

¿Qué pasa cuando a un miembro se le rehúsa el derecho a pertenecer?

Pues, la consciencia colectiva lo reintegra en el grupo de una manera particular, consiguiéndole un representante dentro de la familia sin que éste llegue a ser consciente de ello.

¿Cómo es posible esta reintegración?

Un miembro de la familia se encarga de representar al excluido y su destino. Adopta su forma de pensar, sus sentimientos, su modo de vivir, se enferma y hasta muere de manera similar. Este miembro familiar sirve a la persona excluida y representa sus derechos. En cierto modo es habitado por la persona excluida, sin perder por lo tanto su propio yo. Al recuperar su sitio la persona excluida, el miembro que la representa se encuentra de nuevo libre.

No se puede afirmar que la persona excluida desee a todo precio ser representada, aunque a veces se observa que sí, por ejemplo cuando quiere dañar a alguien de la familia. Más bien es en primer lugar esta consciencia colectiva la que necesita esta representación y la provoca gracias a una intrincación. Esta consciencia busca reconstruir la integridad del grupo.

· El instinto

Existe aquí el peligro que nos imaginemos esta consciencia como si fuese una personalidad persiguiendo sus objetivos con un juicio maduro. No es el caso, esta consciencia actúa de modo instintivo, como un instinto de grupo que cuida de una sola meta: salvaguardar la integridad y recomponerla. Por consiguiente es ciega también en la selección de sus medios.

· La pertenencia más allá de la muerte

Podemos darnos cuenta de si las personas son atraídas para representar a miembros excluidos de la familia o no, personas que son influenciadas e impulsadas por esta consciencia. Hay que notar que nadie pierde su pertenencia al morir. Esto quiere decir que los miembros fallecidos de la familia son tratados por esta consciencia del mismo modo que los vivos. La muerte no separa a nadie de su familia pero sí por igual abarca a los vivos y los muertos. La consciencia colectiva insiste en traer a los muertos de vuelta al campo familiar, los que han sido apartados más que nadie. Esto quiere decir que el que muere pierde su vida presente pero nunca su vinculación.

· ¿Quién pertenece?

Ya es hora que os enumere quienes pertenecen a la familia y son incluidos y dirigidos por la consciencia colectiva. Empezaré con los miembros más cercanos. Son miembros de la familia, sometidos a esta consciencia colectiva, los siguientes:

- Los hijos. Nosotros y nuestros hermanos. Son hermanos también los niños nacidos muertos, los niños abortados y con frecuencia los hijos que se han marchado pronto. En este último caso, existe la creencia que uno los puede olvidar. Pertenecen también los hijos cuya existencia se mantiene secreta así como los niños abandonados.

Para la consciencia colectiva todos ellos forman parte y ella se encargará de recordarlos y

de reintegrarlos. Serán ciegamente reintegrados, sin consideración para justificaciones o

deseos.

- En la generación anterior a los hijos pertenecen los padres y sus hermanos de sangre, todos sus hermanos tal como lo he descrito para los hijos. Las parejas anteriores de cada padre forman parte de la familia. En el caso de que son rechazados o excluidos, aún si ya han fallecido, serán representados por uno de los hijos hasta que se les pueda recordar con amor y aceptarlos.

· Sólo el amor libera

Quiero interrumpir la enumeración y decir algo acerca de cómo se puede ir en busca de los excluidos. Esto sólo se consigue con amor.

¿Qué amor? Un amor profundo. Un amor percibido como dedicación al otro, tal como es. Un amor sentido como tristeza por la pérdida, sentido en particular como dolor por el daño que hemos hecho al otro.

En este amor sentimos también cuando alcanzamos al otro, cuando se reconcilia, cuando le permite sosegarse, cuando le deja tomar su lugar y permanecer en él. Es cuando la consciencia colectiva se apacigua.

Aquí lo vemos: esta consciencia sirve el amor, un amor igual para todos los que forman parte de esta familia.

· ¿Quién más pertenece a la familia?

Sigo con la lista de los que pertenecen a nuestra familia y benefician del abrazo y de la protección de esta consciencia.

En la generación anterior a los padres están los abuelos, aunque sin sus hermanos, salvo en caso de un destino particular. Sus parejas anteriores también forman parte.

Pertenecen unos u otros bisabuelos, pero con poca frecuencia. Hasta aquí he contado principalmente los parientes consanguíneos así como las parejas anteriores de padres y abuelos.

Después de ellos cuentan para nuestra familia los que, con su muerte, nos han traído un beneficio. Por ejemplo, en caso de herencia importante. También cuentan los que han permitido el enriquecimiento de la familia al precio de su cuerpo y vida.

Relacionado con el tema de la riqueza, pertenecen al campo familiar las víctimas de actos violentos cometidos por miembros de la familia, sobre todo los que han sido matados. La familia los tiene que mirar, con amor y con dolor.

Por último, lo que para algunos les pueda costar esfuerzo. Cuando un miembro de la familia es víctima de un crimen, sobre todo si ha llevado a la muerte, su perpetrador pertenece a la familia. En caso de que lo excluyamos o lo rechacemos, se encontrará bajo la presión de la consciencia para luego ser representado en la familia. Quisiera llamar la atención sobre lo siguiente: tanto los perpetradores como las víctimas se atraen mutuamente. Experimentan plenitud en cuanto se han encontrado. La consciencia colectiva no hace diferencia entre ellos.

· La compensación

Antes de continuar, quiero mencionar algo sobre la compensación en estas dos consciencias. La necesidad de compensación entre dar y tomar y entre ganar y perder es asimismo un movimiento de la consciencia.

La consciencia individual, que percibimos como buena o mala consciencia y como inocencia o culpa, vela por el equilibrio entre el dar y el tomar con sentimientos similares, es decir con sentimientos de inocencia o culpa y buena o mala consciencia. Salvo que aquí la culpa y la inocencia se manifiestan de otra forma.

La culpa es en este caso percibida como obligación, cuando he recibido o tomado algo sin haber devuelto nada equivalente a cambio. La inocencia se aprecia como ausencia de obligación. Este sentimiento de inocencia y libertad surge cuando hemos podido recibir así como dar de un modo que, para nosotros, se han equilibrado el dar y el tomar.

Hay de añadir que podemos alcanzar la compensación, el equilibrio, de otra manera. En lugar de devolver algo de igual valor, por ejemplo a nuestros padres, lo que no siempre es posible, lo podemos dar más lejos, a nuestros hijos.

· La expiación

Compensamos también con el dolor. Es otro movimiento de la consciencia. Cuando hemos causado algún daño a alguien, queremos sufrir en contrapartida, otorgándonos luego buena consciencia. Esta forma de compensación es lo que conocemos como expiación. Aunque hay que precisar: esta necesidad es egocéntrica ya que no brinda nada al otro ni puede desde luego compensar nada. No obstante la expiación permite a menudo que el otro se sienta menos solo en su dolor.

Esta forma de compensación no tiene mucho que ver con el amor. Es más bien un movimiento impulsivo y ciego.

· La venganza

La necesidad de compensar nos viene también cuando alguien nos ha perjudicado. Queremos devolvérselo. La necesidad de compensación se transforma en necesidad de venganza. Sólo que la venganza lo compensa nada más que en el instante, despertando en todos los demás participantes un mayor deseo de venganza. Con lo cual acaba dañando a todos.

· La sanación

En la consciencia colectiva existe también el movimiento de compensación, aunque ampliamente oculto a nuestra consciencia. En verdad, el que representa a un excluido no sabe lo que está compensando. La compensación en este caso es el movimiento de un todo superior que busca el equilibrio de un modo impersonal, escogiendo para ello a "inocentes" a nivel de la consciencia individual.

Esto se puede comparar a un proceso de sanación. Aquí también lo que ha sido herido es reconstruido bajo la influencia de una fuerza superior. La consciencia colectiva desea traer de nuevo al campo algo que ha sido perdido. Y así, reestablecer orden en el conjunto con vistas a sanarlo.

· El orden de precedencia

Vuelvo a las órdenes de la consciencia colectiva y diré algo acerca del segundo orden que ella sirve y que, cuando es dañado, ella busca restablecer. Este orden manda que cada uno ocupe el lugar que le corresponde en función de su antigüedad en el sistema. Esto significa que los que estaban primero tienen precedencia sobre los que llegan más tarde. Los padres preceden a los niños y el primer hijo precede al segundo. Cada uno tiene su sitio propio y exclusivo y con el transcurso del tiempo se desplaza de abajo hacia arriba hasta crear su propia familia y ocupar, con su pareja, el primer lugar.

Aquí se impone otra regla de precedencia más, la que rige el orden entre las familias, es decir entre la familia de origen y la familia propia, creada a partir de uno mismo. La nueva familia precede a la otra.

Este orden vale también cuando uno de los padres, en situación de casado, emprende otra relación de la cual nace un hijo. Al inaugurar una nueva familia, esta tendrá precedencia sobre la primera. La última familia en fecha no revoca el vínculo con la anterior, tampoco la familia propia con respecto a la familia de origen. Sin embargo tiene la precedencia.

· El no respeto de la precedencia y sus efectos

El orden de precedencia se ve ofendido cuando el que llegó posteriormente quiere ocupar un sitio superior como si esto le correspondiera. Esta ofensa del orden es la verdadera arrogancia, llevando a lo que se conoce por el dicho "cuanto mayor es la subida, tanto mayor la bajada".

Las ofensas más frecuentes son observadas con los hijos, en su querer colocarse por encima de los padres. Por ejemplo, cuando se perciben mejores que sus padres y se comportan en consecuencia. Esto es una violación del orden, sin amor.

Más que nada se transgrede este orden cuando un hijo quiere hacerse cargo de algo en lugar de sus padres. En la situación, por ejemplo, de querer enfermarse y morir en su lugar. En este caso el orden es transgredido con amor. Este amor protege al hijo pero no le evita las consecuencias de la trasgresión del orden.

Lo trágico en eso es que el hijo trasgrede el orden con buena consciencia. Sometido a la influencia de la consciencia individual, el hijo se siente particularmente inocente y grande gracias a su trasgresión, lo cual alimenta positivamente su sentimiento de formar parte de su grupo.

Vemos así cómo las dos consciencias se oponen mutuamente. El orden de precedencia que la consciencia colectiva impone y defiende se ve herido, en acuerdo con la consciencia individual. Se encuentra escrupulosamente herido. La consciencia individual impulsa al individuo hacia la trasgresión del orden de precedencia y sus consecuencias.

¿Cuáles son los efectos de esta trasgresión?

El primer efecto es el fracaso. El que se coloca por encima de sus padres, con o sin amor, fracasa. Esta consecuencia de la violación del orden de precedencia se puede ver no sólo en la familia sino también en otros grupos, como organizaciones.

Numerosas organizaciones fracasan por conflictos internos en los cuales una persona o una sección inferior (en la estructura) o posterior (en el tiempo) se alzan por encima de una persona o sección superior o anterior.

El verdadero fracaso como consecuencia de la violación del orden de precedencia es la muerte. El héroe de tragedia es él que ha querido hacerse cargo de algo destinado a los que le preceden. No sólo fracasa sino que muere.

Vemos algo semejante con los niños que llevan algo por sus padres, del cual se hacen cargo. Interiormente les dicen: "yo en tu lugar". ¿Qué significado lleva esto, precisamente? En realidad quiere decir: "yo me muero en tu lugar".

El orden de precedencia es un orden de paz. Está al servicio de la paz en la familia y en el grupo. Está al servicio d amor y de la vida.

  • El alcance

¿Hasta dónde alcanza la consciencia colectiva, en las generaciones anteriores? ¿Nos pertenecen sólo los muertos que conocemos? ¿Quiere esta consciencia reintegrar también a los excluidos de generaciones muy anteriores a la nuestra? ¿Quizás hasta nosotros mismos, en otras vidas? Quizás dañamos este orden de precedencia con nuestra creencia de progreso, como si fuéramos mejores que nuestros antepasados, como si pudiéramos superarlos.

¿Qué pasa en nosotros cuando nos colocamos interior y modestamente en el lugar que nos incumbe dentro del conjunto, en el último lugar? Si integráramos a todos los excluidos y a todos los que se marcharon antes de tiempo a nuestro presente, con todo lo que les falta aún, nos encontraríamos completos.

Rilke dice en un poema algo al respecto:

  • Hay alguien que coge a todos en su mano,
  • Hasta que, tal cuchilla frágil, se quiebren.
  • No es forastero, en nuestra sangre vive,
  • Sangre que es vida y corre y descansa.
  • Creer no me lo puedo, que injusticia fomente
  • Sin embargo que de él tan mal se hable.

La consciencia del Espíritu

¿A qué reacciona la consciencia del Espíritu? Pues, a un movimiento del Espíritu, aquel Espíritu que todo lo mueve, tal como se mueve y que lo mueve todo en un movimiento de creación. Todo está sometido a este movimiento, lo queramos o no, nos conformemos a él o tentemos resistirle. Sólo se trata de saber si nos percibimos en sintonía con este movimiento, si nos entregamos a él de buena voluntad y si nos mantenemos conscientemente en una armonía conjunta. Es decir, si nos movemos, pensamos, sentimos y actuamos a la par de lo que percibimos de él, el modo en que él nos mueve, nos guía y nos lleva.

¿Qué nos ocurre al sabernos en sintonía con este movimiento?

¿Qué nos ocurre si quizás queremos sustraernos a él porque su exigencia es excesivamente alta y nos causa temor?

Aquí experimentamos con la consciencia del Espíritu algo comparable a la consciencia individual.

Cuando llegamos a sentirnos en comunión con la consciencia del Espíritu, estamos a gusto. Más que todo, sentimos tranquilidad y ausencia de aflicción. Vemos el próximo paso que dar y tenemos la fuerza para ello. Esto sería la buena consciencia del Espíritu. Igual que con la consciencia individual, sabemos de inmediato si nos encontramos en armonía. Sólo que ahora, con el Espíritu. La buena consciencia es la entrega consciente a un movimiento del Espíritu.

¿Qué es este movimiento del Espíritu, en primer lugar?

Es un movimiento de adhesión a todo tal como es, que va unido al Espíritu y a su obra tal como es.

¿Cómo vivimos entonces la mala consciencia del Espíritu, comparada con la mala consciencia individual? ¿Cómo la sentimos?

Pues la sentimos como intranquilidad, como bloqueo del Espíritu. No nos orientamos más, no sabemos como actuar y nos sentimos sin fuerzas.

¿Cuándo sentimos esta mala consciencia?

Cuando estamos apartados del amor del Espíritu. Por ejemplo, cuando negamos a alguien nuestra atención y nuestra benevolencia. En aquel momento perdemos el contacto con el movimiento del Espíritu. Nos encontramos solos y tenemos mala consciencia.

Sin embargo, igual que la consciencia individual, la mala consciencia se pone al servicio de la buena. A través de sus efectos nos lleva nuevamente hacia la sintonía con el movimiento del Espíritu, hasta encontrar otra vez la tranquilidad y sentirnos unidos con su movimiento de entrega y amor por todos y todo, tal como es.