Bert Hellinger / Los textos citados son las transcripciones autorizadas por el mismo Bert Hellinger de sus entrenamientos y conferencias. Algunos son extractos de sus libros.














































Semana Santa

Revista Hellinger, Junio 2008

Dedicado a Dios

Dedicado a Dios significa: perteneciente a Dios. Significa también: sacrificado a Dios. Lo que se sacrifica a Dios se ve retirado del uso del hombre, reservado sólo para Dios. Luego, como señal de que pertenece a Dios, es a menudo destruido, por ejemplo derramado o quemado.

Detrás de eso se halla la idea de que Dios necesita y desea lo que le sacrificamos. Esa es la primera idea, más bien primitiva, que hay. Otra idea, más elevada, es que el sacrificio es reconocimiento y aceptación de que todo pertenece a Dios, sobre todo la vida. En el sacrificio, se le dedica algo y a ello se suma la petición de que tengamos el permiso de conservar lo que nos es necesario para vivir.

De los animales sacrificados, a no ser que fuese un holocausto, la mejor parte se quemaba o se ofrecía a los sacerdotes. El resto se consumía. La parte del sacrificio libremente ofrecida al consumo se consideraba un regalo hecho por Dios a aquel que reconocía su dominio, confirmándolo a través del sacrificio. A cambio, Dios ofrecía su bendición, una bendición adquirida con el precio del sacrificio. Bendición, en ese contexto, significa que Dios protege la vida y la hace perdurar.

Detrás de todas estas ideas actúa la experiencia de que nuestra vida corre peligro, de que depende de fuerzas que nos la brindan, la dirigen y la determinan. Esa experiencia de la dependencia está al origen del sentimiento religioso.

Una segunda experiencia, que se suma y se sobrepone a la primera a veces hasta anularla, es la experiencia de la relación humana donde, en la medida en que renunciamos a lo propio para dárselo a otro, nos encontramos en la expectativa de una contrapartida, con la exigencia incluso de recibir algo a cambio. Cuando al sacrificio se suma esta exigencia, está la dependencia hacia Dios no sólo reconocida sino también suspendida. Con el sacrificio, cojo nuevamente las riendas de mi vida y transformo a Dios en un servidor.

Detrás del sacrificio y de las ideas asociadas a ello, está la imagen de un Dios comparable a los hombres. Se le atribuye sentimientos y necesidades parecidas a las nuestras. Por cierto, los sacrificios sólo tienen sentido si imaginamos a Dios igual a nosotros, sólo si creamos a Dios a nuestra imagen. Sin esas ideas en el trasfondo, los sacrificios pierden todo su sentido.

En ausencia de estas imágenes nuestras, no necesitamos reservar nada en especial a Dios, ningún lugar sagrado, ningún templo, ninguna supuestamente sagrada casa de Dios. Sin estas imágenes, tampoco existen tiempos sagrados. Porque todo lo que es de este mundo, todo lo denominado mundano, está en manos de los poderes que nos llevan, igualmente cerca y lejos. Entonces, todo y todos están dedicados a Dios, pero sin sacrificio.

Frente a esas fuerzas, cualquier sacrificio es prepotente.