Revista Hellinger, Marzo 2009
Hellinger: El tema que hemos escogido juntos es “Todos los niños son buenos”.
Si todos los niños son buenos, entonces todos los padres son buenos también. Ellos también fueron buenos niños. Esto delimita el marco en el que nos moveremos esta tarde. Cuando decimos:”Todos los niños son buenos”, oímos alrededor nuestro lo contrario, lo mismo que oímos cuando a veces digo:”Todos los padres son perfectos” Se desata en aquel momento, a menudo, un escándalo:” ¡No puede ser! ¡Si han hecho tal y tal cosa!” Es lo equivalente.
Para mí, todos los padres son perfectos. ¿Por qué? En la transmisión de la vida, lo han hecho todo bien, todos ellos tal y como son. En esa perspectiva, son todos perfectos. Lo que hayan hecho después es secundario.
Tenemos que recordar otra cosa. ¿Qué significa, en el fondo, ser bueno? Cuando nos cruzamos con gente supuestamente buena, ¿cómo nos sentimos? ¿Nos sentimos buenos? ¿O falta algo?
En relación con esto, tuve una comprensión importante acerca de las madres y Dios. Es frecuente que, a través de nuestras expectativas y deseos con respecto a ellas, esperamos que sean como Dios. Pero como no son Dios sino que son personas comunes, les hacemos reproches. ¿Y, de paso, qué le hacemos a Dios? ¿Y qué hacemos a nuestras madres? Para mí, mi madre es una mujer común, ante Dios lo es también. Incluso yo soy una persona común, a su lado. Ambos, mi madre a mi derecha y yo a su izquierda, nos inclinamos ante una grandeza invisible y la descargamos de nuestras expectativas. Ante ella, nos inclinamos con devoción y respeto. Independientemente de lo que disponga para nosotros, está perfecto.
Ahora, haré un ejercicio con vosotros. Cerrad los ojos. Nos imaginamos que estamos, como niños, en presencia de nuestra madre y de nuestro padre y les miramos. De ellos nos vino la vida, entera, sin que ellos pudieran restar o añadirle algo. Nos abrimos interiormente y decimos a nuestra madre y a nuestro padre: "Gracias. Lo tomo todo de vosotros, tal como ha fluido desde vosotros hasta mí. Con todas sus puntas y ribetes, con todo lo que eso significa en mi destino. Asiento a ello tal como es, con amor. Así, te tomo en mi corazón, querida madre y tú también, querido padre.
Tomo la vida de vosotros al precio entero que os ha costado y que me cuesta. Cualquier precio está bien para mí. Y hago algo de la vida que me habéis regalado, para vuestra honra y para vuestra alegría. Y si me toca, la daré más lejos, como vosotros a mí, de una manera común, a niños comunes. Les quiero a ellos también tal como son, niños comunes. Son lo justo para mí”.
Fliege: Es cierto que existe ese momento y no es una terapia. Cuando nos despedimos de nuestra madre, a la hora de su muerte, la mejor ayuda posible para ese momento es inclinarse ante ella y decirle: "Madre, lo que me has dado me basta. Es suficiente para toda mi vida”. Si lo podemos decir así, la madre se puede ir. Pero si no lo conseguimos decir, se queda ella colgando entre cielo y tierra. No se trata de una situación terapéutica inventada. Ocurre efectivamente en la vida de cualquier individuo y lo espera como una ayuda al llegar a ese frontera.
Hellinger: Con respecto a ese tema, he hecho experiencias particulares en África. Entre los Zulús, con quienes he vivido y trabajado, no he encontrado a nadie que haya hablado despreciativamente de sus padres. Ellos no conocen esto. Para ellos, la vida es algo grande y es lo esencial. Cuando un Zulú se encuentra con otro, le dice “sakubona”, lo que significa “te he visto”. El otro dice a su vez “te he visto”. ¿Qué diríamos nosotros, a continuación? Preguntaríamos “¿qué tal?” Los Zulús se interesan por algo totalmente diferente. Preguntan “¿usafila?”,” ¿aún vives?” Y la respuesta viene “Sí, aún estoy aquí”. Estar aún en vida es, para ellos, lo esencial. Por lo tanto, podéis entender cuál es su actitud frente a sus padres. Cuando les miran, miran a la vida que han recibido de ellos. Y esto representa lo esencial.
Ahora ¿qué hay de los niños? ¿Acaso son todos buenos también? La experiencia de muchos padres es que los niños no son como ellos esperan. Entonces dicen cosas como “es un niño difícil”, o incluso “es un niño malo”. ¿Qué palabra queda enganchada al niño? La palabra “malo”. Si decimos en cambio “todos los niños son buenos”, ¿qué les queda enganchado? La palabra “bueno”. Ahora sí, nos movemos en un campo muy distinto.
Nos quedaremos pues con que “todos los niños son buenos”. Sólo que, a veces, no comprendemos bien en qué son buenos y cómo aman. Ellos aman en un nivel oculto que tal vez no vemos y no entendemos. Cuando traemos ese amor oculto a la luz, de pronto cambia todo.
Durante las semanas terapéuticas de Lindau, se me acercó en una fiesta una pareja que tenía dificultades con una hija de 16 años. La madre dijo:” Nuestra hija ya no se comporta como debe, le tengo que poner riendas y marcar los límites. Pero mi marido no me apoya. ¿Nos podría ayudar al respecto?”
Me acuerdo aún textualmente de eso porque esta discusión era particular. Le dije:” Os explicaré el secreto de una buena educación en tres frases”.
¿Os interesa conocer estas frases?
Luego, hice con ellos un pequeño ejercicio. Les dije: “Imaginad a la hija, miradla y ved dónde y cómo os ama”. De repente, surgió un brillo en sus rostros. Para terminar, le aconsejé al padre decirle de vez en cuando a la hija cuánto se alegraba él al verla buena con la madre.
He descubierto algo importante acerca de los niños felices. ¿Qué niños son felices, o cómo pueden los padres hacer felices a un niño? Pues, cuando el padre ve y respeta en su niño a la madre. Y, a su vez, cuando la madre ve y respeta en su niño al padre. Eso hace feliz al niño.
Fliege: Exactamente, eso pasó la semana anterior. Mi mujer y yo estamos separados. Tenemos dos hijas, una de 20 y la otra de 18. Aquella tarde, decidimos en secreto encontrarnos con ellas para cenar. Claro, es la felicidad completa cuando los padres, que viven separados, se encuentran con ocasión de los pasos de maduración de sus niños y juntos, les honran. De pronto, los rostros se iluminan. Luego, vuelve el cotidiano y nos lleva por otros caminos, tal vez errados. Pero el camino correcto se nota cuando brillan los rostros. Ellos nos dan la prueba de que estamos en lo justo.
Hellinger: Antes de continuar, quisiera proponer un ejemplo más.
Una psicoanalista estaba presente en uno de mis cursos. Está separada. Me dijo:” Mi marido no se ocupa de los niños para nada”. Le pregunté:” ¿Lo respetas?” Contestó:”No”. Le dije entonces:”No es asombroso que no se ocupe de los niños”. A continuación, le conté el secreto de la felicidad de los niños. Dos años después, recibí una carta suya en la que decía: Mi marido se ha ido de vacaciones con los dos niños.
Había modificado algo y de pronto, todo fue mejor.
Una vez, escribí una frase que con frecuencia es citada, pero tan sólo la primera mitad:”La mujer debe seguir al hombre”. Pero seguir no significa obedecer. Ella le sigue en su familia, en su idioma, en su cultura y permite que los niños lo hagan también. Eso es una gran concesión que la mujer le hace al hombre, una enorme concesión.
Y luego, la segunda parte de la frase: “El hombre debe servir lo femenino”. Esto indica que “todo lo que el hombre hace está al fin y al cabo al servicio de la mujer”. En cuanto la mujer y el hombre lo reconocen recíprocamente, en cuanto ella acepta que el hombre la sirve y ella le sigue, se ve cumplido un importante orden del amor que hace felices a los niños.
Fliege: ¿Sabe usted si este orden, muy anterior a nosotros, se deja perturbar por la revolución industrial, la píldora, la química, el entorno social?
Hellinger: Ese orden nos es predeterminado. Quedémonos, pues, con los niños felices.
¿Qué pasa cuando enferma un niño? ¿Qué pasa cuando se vuelve difícil un niño? Hagamos un ejercicio conjunto, cerremos los ojos.
He aprendido mucho de Ruperto Sheldrake. Él describe los campos mórficos y sus efectos en nosotros. La familia, por ejemplo, se mueve en uno de esos campos, donde todos los elementos entran en resonancia entre sí. Sin embargo, cuando enfermamos, estamos en disonancia con algo o, de lo contrario, algo en nuestro cuerpo está en disonancia con nosotros. Busquemos sintonizar con eso…
¿Qué percibimos, dentro del cuerpo, que se encuentre en disonancia con nosotros? ¿Qué está enfermo o qué provoca molestia? Nos adentramos en el órgano que se encuentra mal o que causa molestia, o en el músculo, o en el hueso. Sintonizamos con ello hasta que podamos ver a quién mira la enfermedad. ¿A qué persona de nuestra familia mira la enfermedad? Siempre se trata de una persona que ha sido excluida, o alguien que rechazamos, o alguien que hemos olvidado o que nos asusta o que ha sido abandonada. A veces es un niño y muchas veces es un aborto. Miramos a esta persona con el mismo amor que le tiene la enfermedad que la está mirando.
Abrimos nuestro corazón y acogemos a esa persona en él, con mucho amor. Incluso tal vez, con tristeza. Ahora ocupa su lugar en nuestra alma. Sentís lo que esto genera en el cuerpo, la ligereza que de repente se instala y la paz que viene.
En la familia, ocurre lo mismo. Cuando acontece un desorden o surge una enfermedad, cuando un niño enferma o es autista, con frecuencia este niño está en resonancia con una persona rechazada. Dentro del niño, se activa el amor que le correspondería a esa persona. Y así como tenemos que cambiar algo en nosotros para sanar, algo tiene que cambiar en la familia para que el niño se encuentre bien. Cambiar significa en este caso que lo que está puesto al margen tiene que ser reintegrado y reconocido. Entonces, todo se encuentra bien para el niño.
Fliege: ¿Me permite una pregunta? Una hija mía padece neuro dermatitis desde niña. Hago el ejercicio con todos porque opino que Sheldrake tiene razón. Mi visión es similar y lo encuentro todo muy interesante.
Hellinger: Tengo cierta experiencia con respecto al trasfondo de la neuro dermatitis. Lo primero que he descubierto es que esa enfermedad viene por una maldición. Es decir que alguien está enfadado con el padre o la madre. Y este enfado se desplaza hacia uno de los niños, que lo recibe.
Un amigo mío se separó de su primera mujer. Ella quedó enfadada con él. Más tarde, él tuvo un niño que padeció neuro dermatitis. Pude ver que la enfermedad estaba relacionada con el enfado de la primera mujer. Si con razón o no, es irrelevante aquí. Ella le tiene enfado y eso es lo que actúa en ese caso.
Fliege: ¿Lo ve cómo un fenómeno, simplemente lo observa?
Hellinger: Es pura observación. Le daré otro ejemplo. Nos ayudará a entender lo que pasa con los niños. En uno de mis cursos en que traté del tema de la neuro dermatitis, estaba una señora presente que me dijo: "Estoy separada de mi primer marido. Le nació hace poco un segundo niño y me ha invitado, con mi compañero y mi niño, para visitarles y conocer al bebé”. Le dije entonces:” Está muy bien, porque de lo contrario, tal vez tendría el niño neuro dermatitis”. A lo que ella contestó: “Pues, no me invitó cuando el primer niño y aquel sí, padece neuro dermatitis”.
Fliege: ¿Acaso es su intuición que le desvela esta respuesta o, porque lo ha observado una o dos veces, lo afirma sin reflexionar la tercera vez?
Hellinger: Estas comprensiones se desarrollan paso a paso en mí. He empezado por observarlo y lo he dicho. A raíz de esto, muchas otras personas lo comprobaron y han visto que existen incluso otras situaciones en que surge la neuro dermatitis, es decir no sólo en relación con parejas anteriores. Observé un ejemplo llamativo en México.
En México, había una señora con una enfermedad intestinal grave, peligrosa para su vida. Su padre había muerto por la misma enfermedad. Y un tío, hermano del abuelo también. Al abuelo lo mataron en la revolución.
Constelé esa situación. El representante del abuelo manifestó una cólera increíble. Coloqué frente a él a su mujer y a su hermano. De repente, se vio en la constelación que el padre de la clienta no era niño del abuelo sino de su hermano. Se pudo ver claramente la ira del abuelo hacia todos, hacia su mujer, hacia su hermano y hacia el niño de ambos. Todos enfermaron, incluso la hija de este niño.
La pregunta era ¿cómo solucionar esto? Pedí al hermano del abuelo inclinarse ante él, luego a la abuela y también al niño de ambos. No hubo ningún alivio. Finalmente, la clienta enferma se arrodilló, estiró los brazos hacia el abuelo y le dijo:”Por favor”. Después de eso, el abuelo se desplomó, se tumbó en el suelo y cerró los ojos. Ya estaba reconciliado.
Se trata aquí de lograr la reconciliación con la persona que está enfadada y casi siempre con razón enfadada, de manera que la maldición se transforme en bendición.
Cuando los padres miran al niño y se preocupan, el niño no puede cambiar. La preocupación impide que el niño cambie. Con ella, el niño se ve encasillado en algo y con ella los padres evitan mirar lo que tendrían que ver. En vez de mirar a lo que pide ser visto y que es importante, miran hacia el niño. Y así, el niño está bajo una carga. Los niños son increíblemente sensibles, hay que acercarse a ellos con sumo respeto y cuidado.
Cuando un niño tiene dificultades, a menudo leves como por ejemplo un estreñimiento o cualquier otra cosa, entonces se le cuenta una historia. Es mejor no hacerlo de manera patente, diciéndole: “Te cuento una historia”, pero se deja que alguien dentro de la historia cuente una historia. Por ejemplo, “Ayer me encontré con alguien que me dijo que se sentía perturbado. Le pregunté: ¿qué pasó? Me explicó que se había visto con un hombre que le había contado una historia”. Ahora, si le cuento la historia al niño, él no se dará cuenta que le va dirigida a él personalmente. Bueno, le cuento la historia y en ella, se presenta algo que tiene que ver con su problema. Pero no se menciona. Algunas frases precisas se pronuncian como “Para mí, eso no es difícil” o “Esto, lo resuelvo con facilidad”. Entonces, el niño repite esas frases dentro de él y, a continuación, cambia algo.
Esos son ejemplos, pues, de cómo se les ayuda a los niños. Veis también que todo eso sólo puede funcionar cuando la base es la aceptación que “todos los niños son buenos”. Es cuestión de modular la ayuda y, sobre todo, ayudar con respeto, con mucho respeto.
Todo aquello es relativamente fácil. Pero existen niños que aman ciegamente. Lo mejor es que os cuente un ejemplo.
Di una vez un curso en una escuela grande de México. Había allí un alumno, entre 12 y 14 años, su maestra y sus padres. El joven tenía dificultades con la escuela y ya no quería seguir estudiando. Coloqué pues, a la maestra, al lado de ella puse al muchacho y en frente, a los padres. Miré al joven y le dije: “Estás triste”. Le saltaron las lágrimas de los ojos y su madre también se echó a llorar. Se pudo ver en seguida que su tristeza tenía que ver con la madre. Pregunté a la madre: “¿Qué pasó en tu familia?” a lo que respondió ella:”Mi hermana melliza murió en el parto”. Fue el elemento decisivo, es algo que uno siente en seguida. Coloqué a un representante para la hermana melliza, un poco al costado, con la mirada hacia fuera y con la madre del joven a sus espaldas. Le pregunté a la madre cómo se sentía en ese lugar y contestó:”Aquí me siento bien”. Eso demuestra claramente que quiere seguir a su hermana en la muerte.
Luego la puse otra vez en su lugar inicial y coloqué al joven detrás de la hermana melliza. Le pregunté qué tal estaba y contestó:”Aquí me siento bien”. Le pregunté también a la madre cómo se sentía al ver al niño allí. Su respuesta:” Me siento mejor ahora”. Esto nos muestra que el niño estaba dispuesto a morirse en su lugar. A nadie le asombra que no quiera seguir estudiando. ¿Para qué, si su deseo era morirse? Esa era la situación.
Detrás de muchas enfermedades y problemas de comportamiento de los niños yace esta dinámica precisamente. El niño dice en su corazón: “Te sigo en la muerte” o “Muero en tu lugar” o “Me enfermo en tu lugar” o “Expío en tu lugar”. El niño lo hace por amor. Es frecuente observar que los padres miran al niño pero no ven en absoluto que el niño ama ni ven cómo ama. El niño no puede cambiar nada. Tan sólo si los padres dan un paso, puede el niño también hacer algo.
En este caso, la solución era sencilla. Coloqué otra vez al joven en su sitio y a la hermana melliza al lado de la madre de él. De esta forma, ella fue reintegrada en el seno de la familia. Así, se encontraba la familia de nuevo entera.
Fliege: ¿Es necesario armar algo como un altar familiar, es decir materializar la presencia de la muerta, o basta con la pequeña constelación? Claro, no hay foto de la muerta que se pudiera exponer. ¿Debo hacer un lugar para ella en la casa o debo simplemente hacerle un lugar en mi corazón, o lo uno implica lo otro?
Hellinger: En el corazón, eso es lo esencial. En la constelación, la madre y su hermana estaban cara a cara para empezar, se miraron con mucho amor y se abrazaron muy fuertemente. Luego se colocó la melliza al lado de la madre. Formaba ya parte de la familia.
Pueden imaginarse cómo le va al marido cuando su mujer dice interiormente:”Me muero”. ¿Qué posibilidades existen aún en la relación de la pareja y qué puede hacer él? Pues nada, no puede hacer nada, está entregado al destino de su mujer. En esta constelación, pedí a la mujer que girase hacia su marido y que le dijese:”Ahora me quedo”. Esa fue la frase sanadora. Pudieron abrazarse con amor. Luego la madre giró hacia su niño y le pedí que le dijera: “Ahora me quedo y tú también puedes quedarte”. Al oír esto, su rostro se iluminó. Esa era la solución: la persona que había quedado excluida estaba reintegrada, permitiendo que se completara lo que estaba incompleto.
Fliege: ¿Es posible sospechar la causa sistémica partiendo de un cuadro médico, en el caso de los niños? En el mío, Usted lo ha nombrado. En la neuro dermatitis, hay una maldición, una ira, una cólera que se desahoga y que puede tener su origen muchas generaciones atrás. Hoy en día, resulta que muchos padres dicen: me ha tocado un niño hiperactivo. ¿Puede Usted decirnos si sabe lo que hay detrás de la hiperactividad? ¿Qué significa para Usted ese cuadro de síntomas, según su experiencia? ¿Existe una correspondencia que siempre se vuelve a repetir?
Quiero mencionar otro cuadro de síntomas que se da, porque hay muchos trastornos de la alimentación entre los niños, desde el sobrepeso a la bulimia y otros cuantos. Me gustaría saber si, en su experiencia, Usted puede relacionarlos con un patrón típico, oculto e invisible.
Quiero también decir un par de cosas que me recuerdan su técnica de trabajo. Hace una hora, empecé a hablar del Maestro de Nazaret y del hecho que nunca contestaba directamente una pregunta sino que decía “Os cuento una parábola”. Cada vez que los discípulos querían una explicación, él permanecía en un silencio sepulcral. Se negaba a dar una solución. Posiblemente Usted aplica también es método, para no estropear el efecto de su medicina. Porque no se trata de un efecto superficial, como en el caso de las bromas. Se trata de no quebrar el ápice de la sanación.
Hellinger: Exactamente. Por eso, no podemos dar una explicación abierta, incluso después de la constelación.
Primero, contestaré la pregunta en general. La dinámica que se encuentra detrás de la frase “Te sigo en la muerte” o “Mejor yo que tú”, puede estar a la raíz de cualquier enfermedad. No son específicas de una enfermedad en particular. Puede ser cáncer, suicidio, cualquier cosa. Pero al conocer el significado de estas frases, se puede ayudar mucho. Muchos de los niños que enferman tienen miedo de que se muera el padre o la madre. Entonces, cuando uno de ellos dice “Me quedo”, esos miedos desaparecen y le puede ir mejor al niño. Pero es un paso que los padres tienen que cumplir primero en su corazón, deben decidirse para quedar.
Fliege: Cada vez que he buscado ver si había mujeres más guapas que la mía en el resto del país, a veces a más de 600 km de mi casa y de mis hijas, ellas enfermaban. No podían saber, desde Berlín, que me había encontrado con alguien en el metro de Múnich. Eso fue para mí una señal de que, como padre, llevaba un manto invisible que aparentemente se extendía, en ese respecto, también sobre mis hijas.
Hellinger: Eso es. No podemos escapar al campo del espíritu o del alma grande.
Usted ha hecho una pregunta concreta acerca de la anorexia. Eso es un caso especial. La anorexia está vinculada a la frase interna “Querido Papá yo desaparezco antes que tú”.
Esta frase se refiere casi siempre al padre, raras veces a la madre.
Fliege: ¿Y esto no tiene que ver con la moda?
Hellinger: Absolutamente nada.
Fliege. Bueno, Twiggy empezó con eso. Ahora están todas tan delgadas. ¿Y Usted dice que no tiene nada que ver con la moda?
Hellinger: No tiene nada que ver.
Fliege: Entonces, ¿por qué no funciona eso en Arabia, donde están tan gordas? ¿Lo entiende?
Hellinger: Existen, por supuesto, determinadas modas, pero cuando se trata de vida y de muerte, es casi siempre la misma dinámica.
He descubierto algo acerca de las mujeres muy gordas. Usted lo ha llamado sobrepeso.
Fliege: ¿En serio, cuando uno tiene un niño con anorexia, no se tiene que culpar la moda sino que hay que mirar si existe una historia de relación, que puede dar a pensar a la niña que su padre se va?
Hellinger: Si, exactamente.
Fliege: O bien el padre se quiere separar o, por otra razón, se quiere alejar de la madre.
Hellinger: A menudo, el padre quiere volver a su propia familia, a su familia de origen.
Volvamos al tema de las mujeres obesas. Lo he observado sólo en mujeres. No sé bien cómo funciona con los hombres. Pues bien, una mujer muy gorda come a su madre, que a la vez rechaza.
Fliege: Es el caso en mi familia. Somos seis niños, de los cuales tres son mujeres, bastante más corpulentas que Twiggy. Ellas rechazan a mi madre, aunque haya dado a luz a seis niños. Aquí, la observación es cierta.
Hellinger: Sí, hasta ahora es lo que he visto. La pregunta es: ¿Cuál es la solución? Siempre es la pregunta más importante para mí. En la meditación del principio, la he indicado.
“Querida mamá, te quiero como una mujer corriente. Yo también soy corriente, a tu lado. Me alegro de ti y te quiero cada vez más”. Eso es todo.
Fliege: Cuando Usted hizo la meditación con nosotros, tuve ese sentimiento: “Querida mamá, tú eres una mujer corriente y yo soy niño tuyo, corriente como tú. Retiro las exigencias que tengo sobre ti”. También he pensado: “Sin embargo, tengo dificultades en la vida. Tal vez no las tendría si tú fueses una mujer perfecta, madre. Porque así yo también sería perfecto”. ¿De dónde viene mi deseo de ser diferente?
Hellinger: De esto, puedo hablar mucho. Hace un tiempo, me senté a escribir un texto intitulado “Lo otro”. Si Usted observa, muy a menudo queremos que tal o cual cosa sean diferentes. Por ejemplo, que nuestra madre sea diferente, nuestro padre diferente, nuestros niños diferentes y que otra gente sea diferente, que haya sido de otra forma en nuestra familia, etc.
¿Qué pasa en el momento en que digo “eso tendría que ser diferente”? Pues, me encuentro en la imposibilidad de amar lo que hay. Entonces, lo que hay deja de darme fuerzas. El resultado es una inmensa pérdida para mí. Pero si digo:”Miro a ese “otro” tal como es en su diferencia, con amor. Me giro y miro a mis padres tal y como son. Así está todo bien para mí”. En aquel momento los tengo, así como a todos los demás. Pero en cuanto deseo que mis padres fuesen diferentes ya los he perdido.
Desde una perspectiva religiosa, es algo desorbitado desear que las cosas sean de otra forma de la que son, porque esto significa que me comporto como si lo supiera mejor que Dios, o como deseáis llamarlo. ¡Eso es descomunal!
Fliege: Eso pone en cuestión todas nuestras plegarias. Quiero decir, no sólo en la iglesia sino que también a nivel espiritual. Siempre tenemos ruegos y pedidos:”Querido Señor, vivo en Stuttgart y te quiero hacer un par de propuestas, va muy en serio. Dale salud a mi padre, salud al niño, no debería haber guerra y por favor, tómate tiempo para arreglar estos tres asuntos”.
Eso son tan sólo tres peticiones de Stuttgart hacia lo infinito, pero significan claramente que, con toda probabilidad, estamos fuera de lugar en ese tipo de espiritualidad y que nos hemos estancado en la ingenuidad o el infantilismo. No nos hemos transformado en oyentes adultos que prestan atención a los órdenes sino que el ruego y el pedido nos son tan propios que nos hemos pervertido en el rezo. Somos devotos pervertidos.
Hellinger: Aquí quisiera añadir algo. ¿Qué tal otro rezo? Por ejemplo:”Dejo a mi padre o a mi madre o a mi niño en las manos de Dios y me inclino ante lo que él hace”. Entonces, a todos les va mejor, también al niño. Llegamos aquí a un nivel de amor que actúa, pero sin seguir prescripciones. Es un amor desinteresado y sin embargo tremendamente potente.
En un curso en Praga, había una mujer que no quería vivir más. Le pregunté lo que había pasado. Me contó de un aborto. Le pedí pues, cerrar los ojos e imaginarse tomando al niño en brazos, depositándolo en el regazo de Abraham y diciéndole “por favor”. Es una imagen admirable, porque Abraham representa algo grande. Luego le pedí mirar a lo lejos, por encima de todo e inclinarse. Ese rezo tuvo un impacto increíble sobre esta mujer. En el fondo, era un rezo, pero muy distinto.
Otra comprensión actúa detrás de todo esto. Nada se pierde, todo permanece aquí. Permanece de un modo tal que algo mucho mayor lo recoge. Cuando sabemos esto, podemos ir más allá de lo que está muy cerca.
Se podría añadir algo sobre la buena voluntad. ¿Qué es la buena voluntad? La voluntad que libera algo bueno. Esa voluntad es benevolente. Cuando alguien posee esa buena voluntad, cuando es benevolente, cuando los padres son benevolentes con los niños, el maestro con el alumno, el ayudante con aquel que quiere ayudar, entonces, en su alma, está todo bien. El ser benevolente da un hermoso sentimiento interior.
Reflexionemos. ¿Qué hacemos a menudo cuando hablamos de los niños, cuando unos padres hablan de sus niños y cuando se preocupan? ¿Dónde está la buena voluntad, en el sentido que hemos mencionado? Pues, casi siempre, ha desaparecido y el niño lo percibe. Si soy benevolente, busco una buena solución, primero dentro de mí, de modo a estar con buena voluntad y a permanecer con ella y luego para los demás. Lo curioso es que al tener esa buena voluntad, es frecuente que no se necesite hacer nada, porque ella actúa. En la presencia de personas benevolentes, a cualquiera le va mejor y su alma se encuentra libre para hacer lo necesario. Esa buena voluntad hace bien a los niños y a los padres. Entonces, una cosa queda rápidamente patente: Todos los niños son buenos.
Fliege: Esa es una buena frase de conclusión.