Revista Hellinger, Septiembre 2008
La felicidad viene por sorpresa. Hablamos entonces de un golpe de suerte. Por lo tanto, no la podemos buscar. Ella nos ubica por azar. Viene a nuestro encuentro.
Algunos le corren detrás, sin saber que la felicidad les persigue. Sólo tienen que detenerse y ya les alcanza ella.
Hablando así de la felicidad, parece que es una persona. Tal vez sea cierto. La felicidad nos encuentra a través de una persona que nos quiere y a la que queremos. Entonces nos tornamos felicidad para esa persona y ella para nosotros.
¿Qué nos dice eso de la felicidad? La felicidad es estar juntos, juntos como en el amor.
¿Y dónde comienza la felicidad? Pues, allí donde experimentamos amor. Aquel que tiene que buscar la felicidad, probablemente le falte el amor. De lo contrario, no necesitaría ir a por ella.
De la misma manera que la felicidad nos alcanza a través de una persona, podemos ir a su encuentro también a través de una persona. ¿Cómo?
Primeramente, con pensamientos benevolentes. Con ellos, invitamos a la felicidad. Y ella también se nos acerca con benevolencia. Segundamente, nos abrimos a esta benevolencia, tomándola tal y como viene. Aquí más que en ninguna otra parte yace la clave de nuestra felicidad. Tercero, recreamos a la persona que viene a nuestro encuentro, de un modo nuevo en nuestros pensamientos. ¿Cómo?
Concibiéndola como el espíritu la concibe, con amor, tal como ella es, gracias al amor creador del espíritu. Y de repente nos transformamos, aquella persona y yo, como se abre una flor en el cálido sol de la mañana, una flor que estaba cerrada, a la espera de los rayos.
La felicidad florece ahora para los dos.
Hellinger, a una mujer: Dime lo que hay.
Mujer: Aún vivo sola, no tengo a nadie. Me he alejado de mi familia de origen. Mi madre está muerta y mi padre vive tumbado en el sofá. Apenas se mueve. Deseo volver donde él. De momento vivo aquí, pero deseo volver donde él.
Hellinger: Haremos algo para una buena solución.
Al grupo: Haré con ella un ejercicio y podéis juntaros. Cerrad los ojos.
A la mujer: Ahora mira a tu madre y a tu padre, a los dos. Luego miras por encima de ellos, a sus destinos. Ambos estaban entregados a sus destinos. Ni tu madre pudo ser diferente, vivir de otra forma, morir de otra forma de lo que ha sido, ni tu padre puede ser distinto de lo que es. Ambos tienen un destino particular, del cual no pueden disponer. Y sin embargo, sus destinos los han juntado como hombre y mujer y como tus padres. Como hombre y mujer, se han amado, íntimamente y de aquel amor tú has recibido la vida.
Les dices interiormente: “Gracias. Estoy en vida porque vosotros sois mis padres. Habéis sido escogidos por una fuerza muy grande e infinita, para ser mis padres. Tomo la vida de vosotros así como la habéis recibido y me la habéis transmitido, al precio entero que os ha costado y que me cuesta. Cualquier precio me vale. Gracias”.
Ahora miras más allá de ellos a aquella fuerza divina, a esa fuerza infinita, a esa fuente de toda vida y ves detrás de tus padres a sus padres y a sus ancestros, una fila sin fin de ancestros. Todos han acogido la vida y la han transmitido, sin alteración ninguna, enteramente. Nadie pudo añadirle nada ni restarle nada. Desde el origen y atravesando todas estas generaciones, la vida te ha llegado, totalmente, en su plenitud.
Ahora, abres tu corazón grande, muy grande. Dices a tu madre y a tu padre, a tus antepasados y a la fuente de la vida: “Tomo la vida. La tomo en su plenitud. La tomo con todo lo que me brinda y con todo lo que me exige. Soy rica. Lo tengo todo: lo que me mantiene en vida y lo que me permite vivir. Lo tomo con amor.
Y de la misma forma, lo doy más lejos con amor. Cual sea la forma en que lo doy, estoy al servicio de la vida, al servicio de la felicidad en su plenitud”.
Después de un momento: ¿Cómo te sientes ahora?
Mujer: Me va mejor.
Hellinger: Para ti también está disponible la felicidad.