Bert Hellinger / Los textos citados son las transcripciones autorizadas por el mismo Bert Hellinger de sus entrenamientos y conferencias. Algunos son extractos de sus libros.














































Hellinger Sciencia

Revista Hellinger, Junio 2009

Órdenes del amor entre hombre y mujer en relación con lo que lo sostiene todo

Me dedicaré primero en detalle a los órdenes del amor en la relación de hombre y mujer, y empezaré con lo básico.

Hombre y mujer

Como primer orden del amor entre hombre y mujer, es básico que el hombre quiera a la mujer para ser su mujer y que la mujer quiera al hombre para ser su marido. Si en una relación de pareja, el hombre o la mujer desean a la pareja por otros motivos, como por ejemplo el placer, o el alimento, su riqueza o su pobreza, su educación o su sencillez, por ser católico o evangélico, o porque quieren conquistarle, o protegerle, o mejorarle, o salvarle, o porque le quieren como quien dice tan graciosamente, para ser padre o madre de sus hijos, en esos casos el fundamento de la relación está edificado sobre arena y el gusano ya se encuentra en la manzana.

Padre y madre

El segundo orden del amor entre hombre y mujer es aquel que dispone a marido y mujer en función de un tercero, y que completa su masculinidad y su feminidad respectivas con un hijo. Con eso y sólo con eso, el hombre se transforma en hombre completo gracias a la paternidad y la mujer en mujer completa gracias a la maternidad. Y sólo en el hijo se hacen uno el hombre y la mujer en el sentido pleno, de manera indeleble y a la vista de todos.

Sin embargo, rige que su amor de padres hacia el hijo sólo prolonga y corona su amor de pareja. Porque su amor como pareja precede el amor como padres, y al igual que las raíces el árbol, su amor de pareja sostiene y sustenta su amor como padres.

Cuando, a partir de eso, su amor como pareja fluye de todo corazón, entonces fluye de todo corazón su amor de padres hacia el hijo. Cuando, al revés, su amor de pareja mengua, mengua también su amor como padres. Sea lo que sea lo que el hombre y la mujer admiren y amen en su pareja, lo admiran y lo aman en su hijo. Y lo que les irrita y molesta en ellos o en la pareja, les irrita y les molesta igualmente en el hijo.

Por lo tanto, lo que los padres consiguen aplicar como respeto, amor y ayuda hacia su pareja, lo consiguen aplicar también con su hijo. Y lo que no les sale bien en la pareja con relación al respeto, al amor y a la ayuda en la pareja, no les resultará con el hijo.

Pero si su amor como padres de un hijo prolonga y corona su amor de pareja, entonces el hijo se siente mirado, tomado, respetado, amado por ambos padres, y se siente bueno y normal.

El deseo

Una pareja se acercó a un conocido terapeuta para pedir su ayuda. Le dijeron: “Cada noche hacemos todo lo posible para cumplir con nuestra responsabilidad en la perpetuación del género humano y sin embargo, a pesar de todos nuestros esfuerzos, no hemos podido realizar esta noble tarea. ¿Qué habremos hecho mal y qué debemos aún aprender y hacer?”

El terapeuta les contestó que tenían que escucharle atentamente y en silencio, para luego, sin hablar entre ellos, volverse directamente a casa.

Asintieron a ello. Luego él les dijo:”Cada noche hacéis todo lo posible para cumplir con vuestra responsabilidad en la perpetuación del género humano y sin embargo, a pesar de todos vuestros esfuerzos, no habéis podido realizar esta noble tarea. ¿Por qué no dejáis simplemente libre paso a vuestra pasión?” Les indicó la salida.

Se levantaron, apresurándose hacia casa, como si no podían aguantarse más. En cuanto se encontraron a solas, cayeron las máscaras y se amaron con pasión y placer. Al cabo de quince días, la mujer estaba embarazada.

Otra mujer, ya de madura edad, un día que le dio un ataque de pánico por la cercanía de lo irremediable, colocó un anuncio en el diario: “Enfermera busca viudo con hijos para matrimonio”. ¿Qué perspectivas de intimidad tenía esa relación? Ella habría podido escribir también:”Mujer desea hombre. ¿Quién me desea a mí?”

El cumplimiento

La timidez en nombrar por su nombre lo que nos es más íntimo y en quererlo como una prioridad en nuestra relación de pareja, está relacionado con que, en nuestra cultura, la consumación del amor entre hombre y mujer parece a muchos como una cosa indecente y una necesidad indigna.

Y sin embargo, es el mayor cumplimiento posible del ser humano. Ningún otro cumplimiento humano se encuentra tan en sintonía con el orden y la plenitud de la vida, ningún otro cumplimiento humano nos toma a su servicio de tal manera abarcadora para la totalidad del mundo. Ningún otro acto humano nos brinda tan dichoso placer ni tan amoroso sufrimiento a continuación. Ningún otro acto humano implica tan profundas consecuencias ni tantos riesgos, arrancándonos lo último y otorgándonos conocimiento, sabiduría, humanidad y grandeza, ningún acto más que cuando un hombre toma con amor y reconoce a una mujer y la mujer toma con amor y reconoce a un hombre. Frente a eso, cualquier otro acto humano parece ser sólo una preparación y ayuda, o una consecuencia, tal vez una añadidura, o incluso, un sustituto y una carencia.

El cumplimiento del amor entre hombre y mujer es, a la vez, el acto más humilde. En ninguna otra parte descubrimos así nuestra desnudez ni nos exponemos tan indefensos, con nuestra vulnerabilidad. Y lo que protegemos con tan profundo pudor es el lugar en el que hombre y mujer se encuentran con amor, mostrándose en la intimidad y la confianza.

El cumplimiento del amor entre hombre y mujer es el acto más valiente. Porque, al unirse para el resto de sus vidas y aunque estén al principio de su relación, abarcan ya con la mirada la meta, viendo sus limitaciones y encontrando su medida.

El vínculo

Con la consumación del amor, el hombre deja atrás, como dicen las hermosas palabras de la Biblia, a padre y madre para atarse a su mujer y de dos carnes hacer una. Lo mismo vale para la mujer. Esta imagen se corresponde a un proceso en el alma que experimentamos como real a través de sus efectos, porque provoca un vínculo que, incluso a pesar de nuestra voluntad, demuestra ser imposible de anular y, por lo tanto imposible de reproducir.

Uno podría objetar que un divorcio y una nueva relación a continuación prueban lo contrario. Sin embargo, una segunda relación actúa diferentemente que una primera. Un segundo hombre y una segunda mujer perciben el vínculo que existe entre su pareja y el primer hombre o la primera mujer. Eso se muestra en que un segundo hombre y una segunda mujer no se atreven a tomar a su nueva pareja plenamente como su primera pareja, y a conservarla. Lo que pasa es que ambos viven la segunda relación como culpable frente a la primera. Eso es válido también cuando la primera pareja ha muerto, porque la verdadera separación se actualiza con nuestra propia muerte.

De ahí que una segunda relación se logra sólo si el vínculo con la pareja anterior es reconocido y honrado, y si la pareja posterior guarda presente en la mente su posición de segunda pareja, en deuda con la primera. A pesar de todo, un vínculo con una segunda pareja nunca llega a ser equivalente, en el sentido original, al vínculo con una primera pareja. Es por eso que una separación de la segunda pareja es vivida generalmente con menos culpa y menos compromiso que cuando la ruptura de una primera relación.

La carne

Lo especial, y en sentido profundo lo indisoluble de un vínculo entre hombre y mujer, nace de la consumación de su amor. Sólo ello hace del hombre y de la mujer una pareja, y sólo ello los transforma en padres. Amor espiritual o reconocimiento público de su relación no son suficientes para ello. Por eso, si esa consumación es perjudicada, en el caso de que el hombre o la mujer hayan sido esterilizados antes de la relación por ejemplo, no nace ningún vínculo aunque ambos lo quieran. Ese tipo de relación se queda sin compromiso y las personas, en caso de separación, no sienten ni culpa ni obligación.

Si la consumación del amor es perjudicada posteriormente al comienzo de la relación, por un aborto por ejemplo, entonces se produce una ruptura en la relación, aunque el vínculo se mantenga. Si luego el hombre y la mujer quieren permanecer juntos, deben decidirse una segunda vez el uno para el otro así como para una vida en común, como si fuera una segunda relación. Porque la primera está, por lo general, terminada.

En el cumplimiento del amor se ve la superioridad de la carne sobre el espíritu, y se muestra su veracidad y su grandeza. Sin embargo, estamos a veces tentados de menospreciar la carne con respecto al espíritu como si lo resultante del instinto, de la necesidad, del anhelo y del amor fuera menos que lo que la razón y la voluntad moral nos ofrecen. Y justamente, el instinto demuestra su sabiduría y su fuerza ahí donde lo razonable y lo moral alcanzan sus fronteras y fracasan. A través del instinto actúa un espíritu más grande, un sentido más profundo, ante el cual nuestra razón y nuestra voluntad moral se asustan y se escapan cuando las cosas se ponen complicadas.

Cuando un niño se cae al agua y un hombre salta detrás de él para salvarle, no lo hace por haber reflexionado ni ponderado, tampoco por moral. No, de ninguna manera. Lo hace por instinto. ¿Es por eso menos correcto, menos valiente o menos bueno?

Cuando un pájaro le canta a su hembra, uniéndose a ella, cuando hacen su nido, empollan, crían a sus polluelos, los calientas, los protegen y los guían, ¿acaso es menos maravilloso por ocurrir de modo instintivo?

La falta

Para que una relación entre un hombre y una mujer cumpla con lo que promete, debe el hombre ser hombre y permanecer hombre, y debe la mujer ser mujer y permanecer mujer. Por eso, el hombre debe renunciar a apropiarse lo femenino como suyo y renunciar a tomarlo como si pudiera él hacerse mujer o ser mujer. Y la mujer debe renunciar a apropiarse lo masculino como si fuera suyo y renunciar a tomarlo como si pudiera ella hacerse hombre o ser hombre.

En la relación de pareja, el hombre coge sentido para la mujer sólo cuando es hombre y permanece hombre. Y la mujer coge sentido para el hombre sólo cuando es mujer y permanece mujer.

Si el hombre pudiera desarrollar y poseer lo femenino, no precisaría de mujer; si la mujer pudiera desarrollar y poseer lo masculino, no precisaría de hombre. Eso es por qué muchos hombres y mujeres, habiendo desarrollado en sí las especificidades del otro género, viven solos. Se bastan a sí mismo.

Hijo del padre e hija de la madre

A los órdenes del amor entre hombre y mujer pertenece pues, la renuncia. Esta renuncia empieza en la infancia ya. Para crecer como hombre, el hijo debe renunciar a la primera mujer de su vida, es decir su madre; para crecer como mujer, la hija debe renunciar al primer hombre de su vida, es decir su padre. Para ello, el hijo debe salir pronto de la zona de influencia de la madre para adentrarse a la del padre; la hija debe salir pronto de la zona de influencia del padre para volver a la de la madre. El hijo en la zona de influencia de la madre se vuelve sólo mancebo o Don Juan pero no hombre; en la zona de influencia de su padre, la hija permanece niña o se vuelve amante pero no mujer.

Cuando el hijo de la madre se casa con la hija del padre, él busca un sustituto para su madre y la encuentra en una amante; y ella busca un sustituto para el padre y lo encuentra en un amante. En cambio, si el hijo del padre se casa con la hija de la madre, forman más bien una pareja segura.

Seguir y servir

Un orden del amor entre hombre y mujer pide que la mujer siga al hombre. Es decir que ella le siga en su familia, en donde vive, en su círculo, en su idioma, en su cultura, y que ella asienta a que los hijos le sigan también. No puedo justificar ese orden, sin embargo sus efectos confirman su autenticidad. Sólo basta con observar familias donde la mujer sigue al hombre y sus hijos a su padre con otras familias donde el hombre sigue a su mujer y los hijos a su madre. Pero incluso aquí, existen excepciones. Por ejemplo, si en la familia del hombre hay destinos o enfermedades graves, entonces es más seguro y conveniente que él y sus hijos se vuelquen a la zona de influencia de la mujer y de su clan.

Por supuesto, aquí también rige el intercambio. Para completar este orden del amor entre hombre y mujer, corresponde que el hombre sirva a lo femenino.

Un todo que sostiene

Los órdenes del amor que nos han acompañado en previas relaciones afectan también nuestra relación con la vida y con el mundo visto como un todo, así como afectan nuestra relación con el misterio que se esconde detrás de ello.

Por lo tanto, nos podemos relacionar con el todo misterioso como un hijo con sus padres, con lo cual buscaremos a un Dios padre y a una Madre grande, tendremos fe como un niño, esperanzas como un niño, confiaremos como un niño y amaremos como un niño. Igualmente, nos asustaremos frente al todo misterioso como un niño y tal vez, como un niño tendremos miedo de saber.

O, en cambio, nos relacionamos a ello como a nuestros ancestros y a nuestro clan, nos reconocemos de la misma sangre en una comunidad de santos, pero también, como en el clan, reprobados o elegidos por una ley implacable, sin que entendamos su dicho y sin poder influenciarla.

O entonces, nos comportamos frente al todo misterioso como frente a un igual en el grupo, nos convertimos en su colaborador y su representante, nos embarcamos en negocios y tratos con ello, nos asociamos a ello, y arreglamos con contratos las obligaciones y tareas, el dar y el tomar, la ganancia y la pérdida.

O también, nos comportamos con el todo misterioso como si fuera una relación de pareja, donde existe un amante y su querida, un novio y su prometida.

O nos comportamos con el todo misterioso como padres con sus hijos, decimos lo que no está bien y lo que hay que mejorar, ponemos en duda su obra, y cuando no nos gusta este mundo tal como es, buscamos solos o con otros, librarnos de él.

O finalmente, cuando nos relacionamos con el misterio de este mundo, dejamos atrás los órdenes del amor que conocemos y nos olvidamos de todo, como si fuéramos ya como los ríos alcanzando el mar y como todos los caminos llegados a su meta.